El asalto y la venganza (Parte II)
Juan Patricio Lombera

El viento del Este

94 opiniones • veces leído

El lunes por la mañana, en ningún momento buscó Pancho escapar. No quería.

blank

Lectura: ( Palabras)

Susana se acercó con la pistola en la mano hacia su preso. Encendió las luces de la bóveda.

–Vamos a ver quién se esconde tras esta máscara.

A continuación le quitó el pasamontañas.

–Hombre, pues no sé porque te escondes la cara. No estás nada mal.

–Ay no me pellizques.

–Mira qué tenemos aquí un pasaporte. Ahora si voy a averiguar tu nombre. Pancho Ruiz y anda tiene una visa gringa. O sea que pensabas ir a los Estados Unidos con mi dinerito.

–Y eso a ti ¿Qué chingados te importa? Ya me jodiste el plan y ahora ya vas a poder presumir de heroína frente a tus jefes pa’que te pongan tu estrellita en la frente. Lo demás vale pa’ pura verga.

Don’t be so sure my friend. No me interesa que se sepa lo ocurrido hoy, pero acabas de mencionar el tema sobre el que quiero hablar contigo.

–Pues si no te vas a llevar la fama pa’ que chingados me detuviste. A ti que te va o qué te viene en ello. Ni que el dinero fuera tuyo.

–Para que te quede claro. No quiero que se oiga hablar de este banco más que por su buen funcionamiento y mucho menos que salga mi nombre en periodicuchos provincianos.

–Pues entonces no deberías de haber llamado a la policía seguro que vendrán en camino con los periodistas, ya sea porque les dieron el chivatazo ya sea porque lo oyeron robando lo señal de la tira.

–¿Y quién te dijo que llamé a la policía?

–Pero si lo hiciste frente a mí.

–No mi rey –dijo riéndose. Aquella llamada la hice a mi propio departamento y deje el mensaje en el contestador de mi casa.

–Pero, entonces… ¿qué quieres de mí? ¿Vas a matarme?

–Podría hacerlo si quisiera. Podría desatarte las manos y las piernas, tras matarte y decirle a la policía que te había traído algo de comida  cuando te me abalanzaste. A fin de cuentas a quien le importa que un delincuente común muera.

–Y, ¿cómo explicarías el hecho de que no llamaste antes a los judas?

–Siempre podría decir que estaba tan nerviosa que no me había dado cuenta de que había marcado a mi propia casa en vez de a la comisaría. Pero tranquilo, no quiero matarte.

–¿Entonces?

–Muy sencillo. Aquí sólo hay de dos sopas. Nos vamos a quedar todo el fin de semana juntitos en esta habitación. Te vas a tomar estas pastillitas azules que tengo en la mano y me vas a dar placer. ¿Qué te parece?

–¿Qué? Ni loco.

–Muy bien pues entonces tomo mi celular y llamo ahorita mismo para que te vengan a recoger. ¿Cómo era? Ah, sí, 1,1,2…

–No espera.

–Síii.

–Ta´ bueno. Prefiero esto a la cárcel. Pero quién me dice que no me vas a entambar cuando hayas saciado tu apetito.

–Así me gusta. No te doy ninguna garantía  pero eso sí, te lo advierto, si no me dejas satisfecha te jodes. Harás cuanto te diga y cuando yo te lo diga.

–Sí, pero no quiero tomar las pastillas. He oído que te dejan empalado durante horas.

–Como quieras. Es tu decisión, pero ya sabes lo que pasará si no cumples. 

Fue entonces cuando, contrariamente a lo que él esperaba empezó a sentir los labios carnosos de ella recorriendo todo su cuerpo y finalmente terminaron haciendo el amor.

–Ves que cuando te portas bien, yo también puedo ser buena.

Acto seguido se vistieron y fueron al departamento de ella. Antes de salir, Susana lo hizo esperar un rato en la zona de cajas mientras cerraba la bóveda.

Él, contento ante la  idea de dejar su celda se fue caminando como vaquero y reposándose en el hombro de ella. No tuvieron que andar mucho, ya que el apartamento estaba a la vuelta de la esquina. Era, más bien una modesta morada, con un comedor, cocina, baño y una habitación que por todo lujo tenía un sofá una estantería llena de libros, un armario grande, la cama y un televisión con dvd. Ese fin de semana probaron todo tipo de posturas así como todos los juguetitos de ella hasta que amanecieron cuerpo con cuerpo, pegados, el lunes por la mañana. En ningún momento buscó Pancho escapar. No quería.  

–Se acabó lo que se daba. Desayunas y te vas. Aquí tienes esta lana para tu viaje a gringolandia.

–No quiero tu dinero.

–Lo siento. Nos hemos divertido mucho, pero eres un estorbo en mi carrera. Vete y no vuelvas aquí nunca más.

–Y, ¿el dinero?

–Lo tomé de la caja fuerte antes de salir. En los próximos días me encargaré de que aparezca la misma cantidad en el escritorio de mi empleada para tener un pretexto para echarla a la calle. Lo pondré de mi propio bolsillo. Por lo menos me habrás sido útil.

Pancho se quedó viendo a esta Susana fría e institucionalizada con la que horas atrás pasara el mejor fin de semana de su vida. Se embolsó la lana y emprendió la retirada.

–Adiós ama.

Más columnas del autor:
Todas las columnas Columnas de
5 1 voto
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Lo que opinan nuestros lectores a la fecha