—Arriba las manos. Esto es un asalto– dije al entrar a la sucursal del banco Este-Oeste.
Eché un par de disparos al aire para que la gente viera que iba en serio. No había de qué preocuparse el vigilante ya se había retirado como solía hacer los sábados al mediodía para poder llegar a la capital del estado y pasar un día y medio con su familia. Tan pronto me acerqué al cajero con la escupidora, éste se puso blanco y empezó a depositar lo que tenía en la caja.
—Deja ya la morralla y llévame a la caja fuerte.
—Yo, yo… no tengo la llave.
—No te pases de verga conmigo.
Acto seguido le propino un golpe con la cacha de la pistola, lo suficientemente fuerte para intimidarlo, pero no tan duro como para desmayarlo.
—La próxima vez no habrá advertencia. La próxima vez te meto un tiro en la pata.
—Es verdad, yo sólo soy un cajero. La gerente es la que maneja la clave de la caja fuerte.
—¿Y ella dónde está ?
—Aquí– dijo una voz desde el otro lado de la oficina. Si gusta acompañarme le abriré la caja fuerte.
Era la primera vez que la veía. Era una muchacha morena, chaparrita con el pelo negro en rizos y una falda de raja que permitía vislumbrar un par de apetitosas piernas. Pero, lo que más destacaba de ella a través de la ligera camisa que llevaba, era una poderosa delantera. Por un momento la contemplé, pero inmediatamente me acordé del lugar donde estaba y lo que estaba haciendo por lo que respondí con la mayor gravedad posible.
—Pues vamos ahí, adelante.
Pensé en cogerla del brazo y arrastrarla, pero deseché la idea, ya que permitiéndole ir por delante podría por lo menos ver sus piernas bien contorneadas. No esperaba sacar mucho de este golpe. A lo sumo cien mil, para cruzar la frontera, reunirme con mi compadre y arrancar su negocio compartiendo a michas las ganancias amen de aguantar los primeros meses. En esas estaba, cuando sentí un golpe en el abdomen que me quitó el aire y me hizo inclinarme hacia delante llevándome las manos hacia la zona golpeada.
No acababa de recuperarme cuando una nueva patada hizo volar por los aires mi pistola y poco después recibí un puñetazo en la cara que me hizo irme de espaldas contra la pared. En ese momento se doblaron mis piernas y quedé apoyado, pero sin ninguna capacidad de defensa. Fue entonces que me di cuenta de que todos los golpes venían de la misma persona. Era ella quien me estaba dando la paliza.
Se acercó a mí una vez más, me cogió de la camisa y, sin quitarme el pasamontañas que traía puesto, me tumbó hacia adelante como si fuera un saco de patatas. No conforme, se sentó en mis piernas y empezó a atarme las manos y las piernas con el cable de teléfono. Finalmente, volvió a asir el cuello de la camisa y me llevó a rastras hasta la caja fuerte que ya había abierto antes de empezar la trifulca.
—No querías entrar. Pues ahora aquí te quedas, estúpido.
Cogió su móvil y marcó un número de teléfono.
—Buenos días, me llamo Susana Piedra Prieta y llamaba para reportar un intento de robo ocurrido en el Banco Este-Oeste de las calles de Madero y Juárez en el poblado de Cumburindio– dijo con un tono de voz sosegado– Por favor cuando oigan este mensaje manden una patrulla para recoger a este individuo. Muchas gracias.
Antes de salir de la caja fuerte, cogió un espejito, se arregló el peinado, estiró un poco su camisa y se despidió.
—Ahí te quedas pendejo. Nos vemos al rato.
Se volteó cogió la pistola con un guante, la guardó en su bolsa de mano y se dirigió a sus empleados.
—Bueno, ya está se acabó el espectáculo. Todos a trabajar y de esto no digan nada porque afectaría la reputación de nuestro establecimiento. En un rato vendrá la patrulla rural y se llevará a este maleante. Antes de que se cerrase la bóveda y quedase totalmente a oscuras, alcancé a oír un “¡qué viva la jefa!”, por parte de los empleados.
Ahí, totalmente aislado empezó a calcular, como forma de evasión, el tiempo que tardaría en llegar la policía. En el bolsillo, que en ese momento no podía alcanzar por estar atado, se encontraba el pasaporte nuevecito en el que figuraba el visado americano. Ese había sido otro pancho. El compadre le había mandado 10000 dólares para que los ingresara en la cuenta y que los funcionarios de la embajada, al ver el saldo de la misma, pensaran que, sin ser rico, tenía ciertos recursos. Igualmente tuvo que mostrar su última nómina que había sido la del despido debido a las malas condiciones en que se encontraba la empresa. Además, su madre puso a su nombre el terrenito en el que se encontraba la choza de bloques de hormigón y chapa en el que vivían, pero eso no se estipulaba en las escrituras. Así, con un traje que había pertenecido a su padre y dotado de los documentos se presentó en la embajada gringa. Después de horas de espera se abrieron las puertas.
El proceso para entrar era lento porque había que pasar por un detector y una vez superada esta prueba, un muchacho alto revisaba la documentación de los interesados para que, en caso de faltarles algún documento, se fueran a por él y no estuvieran perdiendo el tiempo a lo pendejo. Una vez dentro los sentaron en unos tablones correderos y les pasaron unos formularios estúpidos en los que se incluían las típicas preguntas de si pretendían matar al presidente norteamericano u otras pendejadas. Tras rellenarlas y entregarlas no hubo otra cosa que hacer ahí más que esperar, y esperar y esperar. Finalmente, después de 2 horas en el banco sintió como su vecino lo removía para despertarlo y le decía:
—Ya le toca amigo. Suerte.
Pasó a una oficina en el que había varias ventanillas de modo que se podía atender a varios solicitantes a la vez. Antes de pasar vio como una mujer humilde era rechazada. A la pregunta de cuánto dinero tenía por patrimonio, había respondido “Pus nomás, lo que aquí traigo”.
También le tocó oír a otro que se alebrestó cuando le negaron su visado:
—Usted cree que porque no me da su pinche papelito va a impedir que vaya a su país. Será más difícil, pero no sólo voy a ir sino que le mandaré una postal desde allá.
Finalmente le tocó pasar a él. Después de revisar sus papeles, entre los que se incluía el billete de avión ida y vuelta que tanto le había dolido comprar, el funcionario se dirigió a él.
—Muy bien señor Ruiz, tiene los papeles en orden. ¿Cuál es el motivo de su viaje?
—Voy al bautizo del hijo de mi compadre.
En efecto se había incluido un acta de nacimiento que correspondía al niño de un compadre del compadre que, casualmente se llamaba igual.
—Muy bien —dijo el funcionario– y piensa hacer algo más.
—Pensamos aprovechar el viaje para visitar el Gran Cañón, pero nomás. No hay tiempo para más.
—Perfecto tan sólo déjeme recomendarle que vaya muy bien abrigado porque en Phoenix hace mucho frío.
Se dio cuenta de que esa era la pregunta trampa del funcionario de la que su compadre le había advertido. Siempre decían algo impreciso correspondiente al lugar o motivo de la visita para ver la reacción del interesado.
—Querrá decir calor. Al menos eso me ha dicho mi compadre.
—Así es –dijo el funcionario esbozando una sonrisa– Muchas gracias, señor Ruiz. Pase otra vez al patio. Ya le llamaremos otra vez.
Volvió al patio y tras un par de horas de espera, finalmente, oyó su nombre desde el mostrador que se encontraba al lado de la puerta de salida. Se acercó, identificó y le dieron su pasaporte sellado. Sólo era para una entrada y tenía 6 meses para efectuarla, pero era suficiente para él. A las 5 de la tarde tomó su autobús as del volante y sobre las 10 ya se encontraba con su mamá. Sin embargo, su alegría se fue un poco al traste al saber que el dueño de la fábrica donde trabajaba había desaparecido con todo el capital de la misma, evaporándose así el dinero de su indemnización con el que él pensaba dar el salto a los Estados Unidos. Durante un tiempo esperó a ver si reaparecía o aprendían al dueño, pero cuando perdió la esperanza decidió dar el golpe antes de que caducara el periodo de entrada de la visa.
Había estado jeteando un rato con la cabeza apoyada en una bolsa de dinero cuando sentí que se abría la bóveda, lo cual me pareció muy sospechoso porque, según el reloj luminoso de la pared, apenas eran las 3. Quizá, pensó, mandaron un propio a la capital del Estado y ya llegó la policía o quizá traen la comida. Cuando se abrió la puerta tan sólo percibió la silueta de la muchacha con la pistola en la mano acercándose a él.
Tan sólo me faltaba esto, que este pendejo muerto de hambre viniera a asaltar mi banco. Con lo que me ha costado que me dieran la gerencia de una sucursal, aunque sea en este pinche pueblo de muertos de hambre, para que se divulgara la noticia y que los directivos dijeran que cómo no iban a intentar asaltar este banco siendo que lo dirige una mujer. De por si es sabido que el dueño sólo quiere hombres divorciados en su consejo de administración ya que de esta forma, éstos, al no tener nada que hacer, se dedican solamente a trabajar. En cambio una mujer siempre se puede quedar embarazada y, mal que le pese, eso le obligaría a darle a la trabajadora unas semanas de baja y pa’ que queremos.
Por otra parte, es cierto que hoy he dado una buena muestra de lealtad al sonarme al pendejo ese que tengo en la caja fuerte, pero eso también me alejaría del puesto deseado, ya que al presidente no le gustan las mujeres que se salen de sus ridículos criterios del jurásico. Para él una mujer debe ser sumisa, servicial y no muy lista. Y por supuesto si encima es guapa, mejor que mejor aunque en ese punto hay que reconocer que le interesa más el rendimiento que la estética. No se puede decir que sea un viejo verde. No. De hecho nadie le conoce aventura alguna y a la única mujer que suele visitar es a su hija para comer con ella los fines de semana.
Por supuesto, si él supiera que soy cinturón negro de taekwondo y que le partí la cara al güey ese, mis opciones de ascender menguarían. Sólo hay una forma y es conseguir que esta oficina aumente sus ingresos drásticamente. Sin nada de alharacas, sino poco a poco sin prisas, pero sin pausas. Además, si mis padres se enteran van a seguir dándome la lata con eso de “qué haces en ese pueblo perdido”, “mejor vente para acá”, “no es seguro”. Lo único que quieren es que vuelva a casa para ver si me consiguen novio. Y pa’ colmo hay que ver el mal gusto que tienen. Todos los pretendientes que me han presentado son unos niños fresas que no saben lo que es trabajar y simplemente no conciben que yo lo haga, siendo que no me faltaría de nada si me casara con ellos.
Pasando a otras cosas, me vino bien lo de hoy de todas formas. Desde que llegué aquí, cada vez que quiero practicar o hacer ejercicio, tengo que irme a un gimnasio de la capital del estado y aun así no faltan los güeyes que se hacen masturbaciones mentales al verte con ropa ajustada. Claro que lo de hoy no es igual que cuando peleas en el tatami. Ahí sabes que por muy recio que te peguen no pasa de ahí la cosa. Hoy se le podía haber disparado la pistola y dejarme tiesa, pero había que jugársela. Además, aunque todavía no le he visto toda la cara, en sus ojos se veía que no tenía ni idea de cómo se hacen estas cosas y, por si fuera poco, el muy pendejo se me queda viendo como si quisiera ligar.
Me latía que este pichón se iba a cocinar solito y así ha sido. Hay que ver lo que he tenido que lidiar con esta banda de nacos provincianos. Les molesta que sea una mujer la que mande. Claro no son tan pendejos como para decírtelo de frente, pero siempre se hacen del rogar cuando les das una orden y te hacen sentir su rechazo. Saben que estoy sola en este pinche pueblo y ningún día han tenido la amabilidad de invitarme a comer con ellos, digo, por aquello de romper el hielo.
Y qué decir de mi pinche secretaria que no sólo me hace mal los recados sino que es mi principal delatora. Se queda escuchando mis llamadas y remueve entre mis papeles. Paradójicamente, ella es la que más me odia. Le molesta ver a alguien de su propio sexo que está triunfando, porque así se le acaban las excusas y debe aceptar su bajo puesto por su propia mediocridad, no que de la otra forma siempre puede alegar que en esta pinche sociedad machista no se les permite a las mujeres prosperar. En todo caso, a esa huevona me la voy a torcer nomás me acabe de acostumbrar a este sitio. Debo cuidar mi lenguaje. Me estoy haciendo muy mal hablada desde que vivo en este pinche pueblo bicicletero.
Es cierto que este país es de lo más retrogrado que hay, pero como diría César Chavez: “Sí se puede”. Y si no ahí está la esposa del presidente que bajo la sombra de éste es la que verdaderamente gobierna. El pendejo de su esposo tan sólo está ahí para poner la cara y recibir los insultos. Pero claro, de esa forma él se lleva la fama de todo lo bueno que haga su gobierno y yo no quiero eso. De ser así ya me habría buscado ligar al presidente de este banco o de cualquier otro. No quiero el poder en la sombra, sino ser el poder mismo y acarrear con todas las consecuencias tanto para lo bueno como para lo malo. Lo malo es que siempre hay que sacrificar algo.
Tengo amigas que simple y llanamente no están viendo crecer a mis hijos y yo vivo sola. Aunado a lo que hice hoy, ya estuvo que me voy a ganar la fama de lesbiana, pero viéndolo bien quizá me convenga que esta gente tenga esa opinión de mí. Así evitaré que los burros del pueblo se me acerquen. Lo bueno de hoy es que ahora no sólo me respetarán por el poder que tengo, sino que me temerán y así podré conseguir cambiar a estos vagos, obligarlos a buscar las oportunidades fuera de la oficina y hacer algo respetable de este antro que no sirve ni para caerse muerto. Se han acostumbrado a la buena vida con horarios bien definidos, fines de semana y algunos días de vacaciones al año. Hay que ver la cara que se le puso al cajero cuando le mostraron la pistola casi se hace en sus propios pantalones del miedo que tenía el muy cobarde.
Respecto a lo de la detención ya veré cómo le hago para que no trascienda. Debería entregar al pendejo ese, pero seguro que la policía saca la noticia y, a poco que hable el huevón ese ya la chingamos. Supongo que no se atrevería a decir que fui yo el que lo redujo, por vergüenza, pero ya se encargarían de ello los trabajadores. Supongo que, como suelen decir en las malas series americanas, ya aprendió la lección. Pero antes de liberarlo se me está ocurriendo una idea. Sí, por qué no, a fin de cuentas hace mucho tiempo que no…, pero primero tengo que deshacerme de esta gente.
—Muy bien compañeros. Por hoy ya ha sido suficiente, Pueden retirarse a sus casas a pasar el fin de semana. Pero eso sí, recuerden lo que les dije no quiero que se vuelva a hablar de este desagradable tema. Y si me entero de que alguno se ha ido de la lengua, se las verá conmigo.
Los trabajadores, ansiosos de empezar su fin de semana salieron.
Ahora vamos a ver a nuestro preso. Si es un monstruo paso de todo y lo delato.