Hace ya muchos ayeres, los gobiernos dejaron de dar la importancia que reclama el tema educativo, depositan la Secretaría de Educación Pública (SEP) en manos de funcionarios inexpertos, advenedizos, carentes de calidad y autoridad en el rubro de la enseñanza.
El presidente Álvaro Obregón (1920-1924) señaló que el puesto más importante y que más le preocupaba en su gabinete era el de Secretario de Educación Pública. Así, tan trascendental responsabilidad de la SEP, la encargó a uno de los más destacados intelectuales y filósofos mexicanos, José Vasconcelos, considerado “El Maestro de la Juventud de América” por antonomasia y quien fuera también Rector de la Universidad Nacional de México. El ilustre personaje dejó huella de grandes cambios y beneficios en materia educativa, le siguieron prominentes educadores de la talla de Jaime Torres Bodet y el propio Agustín Yáñez.
Lamentablemente a partir de 1970, la educación dejó de ser sector prioritario para los gobernantes, lo que ha provocado grave resquebrajamiento y un dramático retroceso en perjuicio del desarrollo de México. Un buen régimen debe cimentar ante todo la ideología de la educación como plataforma para el crecimiento. En el caso concreto de nuestro país, la base para ello lo marca la Constitución Política en su Artículo 3°, que a la letra dice:
Todo individuo tiene derecho a recibir educación. El Estado –Federación, estados y municipios– impartirá educación preescolar, primaria y secundaria. La educación primaria y la secundaria son obligatorias.
La educación que imparta el estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia.
Como podemos ver, precisamente son esos preceptos los que lamentablemente ya no se cumplen, por lo que podemos afirmar categóricamente que nuestro sistema educativo se encuentra en total abandono, si bien se logran esporádicos resultados, no responden al derecho absoluto que marca la Constitución y que merecemos todos los mexicanos.
Urge que el Jefe de Estado, con proyección social, defina en sus planteamientos políticos un impulso de manera decisiva y con acciones concretas a la educación en todos los ámbitos; que ponga fin a las oportunistas lacras burocráticas e inadmisibles restricciones presupuestales para el sector, bajo el pretexto de una supuesta austeridad republicana.
Hoy por hoy los maestros se encuentran desconcertados, abandonados y huérfanos de respaldo institucional, pero lo más grave, los alumnos no tienen emoción alguna por el estudio, inclusive, en diversos sectores menosprecian la escuela y, en el mejor de los casos, la consideran una obligación y requisito, por lo cual queda claro, también nuestros jóvenes están faltos de un sentido de identidad.
La educación básica en el sector público está olvidada; los docentes carecen de la emoción pedagógica indispensable y la improvisación es un mal de graves consecuencias. El normalísimo, tan esencial para la actividad educativa, dejó de ser motor en la formación de maestros, dando lugar al “cualquierismo” (hoy cualquiera puede dar clases), y a la plena indiferencia de lo que debe ser el compromiso del Eros Pedagógico.
En los niveles medio y superior también se registra un sistemático descaecimiento en la educación, con el surgimiento de sinnúmero de instituciones, cada una con programas y planes de estudio propios, y hasta opuestos, cuando lo que más debe proliferar en este renglón es la armonía y coincidencia en objetivos y resultados.
La formación de profesionistas de alta competencia en un país es indispensable, para ello la calidad debe ser homogénea, pero estamos ante el dramático hecho de que los egresados provienen de instituciones universitarias de distintas calidades. Las escuelas “patito” se han incrementado y muchos colegios públicos se han convertido en verdaderos centros de corrupción y burocracia.
La falta de liderazgo en materia educativa es una amarga realidad. Es imprescindible retomar el sendero, para que tan importante función del Estado vuelva a ser de la más alta prioridad, para ello se requiere de un auténtico guía; un personaje con capacidad de altos vuelos, comprometido y conocedor de los procesos de enseñanza-aprendizaje, una figura de talento, pero que al mismo tiempo mantenga un conocimiento substancial sobre la pedagogía.
Un gobierno sólo puede trascender cuando logre establecer objetivos educativos claros y veraces, los cuales permitan a la sociedad el avance que tanto reclama. Urge rescatar a los maestros, la emoción por enseñar y en los estudiantes el entusiasmo por seguir aprendiendo.
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