Volveremos a darnos la mano, a abrazarnos, a demostrarnos físicamente afecto y aprecio. Nos encontraremos otra vez para festejar aniversarios, días festivos y acontecimientos familiares sin temor a contagiarnos. Podremos, si aprovechamos esta lección, conocernos de nuevo y conocernos mejor.
Por las imágenes que ya circulan en muchos medios de comunicación, la gente ha regresado a convivir con cierta libertad en muchas ciudades del mundo. Resaltan las muestras de cariño de nietos a abuelos, de hijas a padres, de hermanos a hermanos. Gracias a esos videos y a esas fotografías recuperamos la conciencia sobre lo importante que es la cercanía entre los seres humanos.
Tendremos que seguir usando cubrebocas y mantener sana distancia, mientras evitamos en lo posible espacios cerrados y tumultos, pero ya vacunados completamente podremos regresar a esos encuentros de fin de semana que no hace mucho dábamos por descontados y que añoramos desde hace casi año y medio.
A la par de que el tráfico se reestablece, el caos ordenado de nuestras comunidades también retorna y eso da cierta esperanza en que podemos salir un poco mejores de esta pandemia.
No podremos olvidar a aquellos que se fueron por la enfermedad que causa este virus y seguimos teniendo el pendiente de ayudar a quien lo necesite y haya tenido diferentes pérdidas a lo largo de esta emergencia.

Sin embargo, la expectativa de volver a salir a las calles y a muchas actividades colectivas empieza a darnos sentido.
¿Quiénes seremos después de todo esto? Ésa es la pregunta que insistentemente debemos hacernos. Porque a la algarabía del regreso debemos sumarle la consciencia de que no estamos exentos de otras eventualidades y particularmente no fuimos tan disciplinados como pensamos que éramos durante la contingencia.
Tampoco le resto mérito al esfuerzo de millones de personas, de profesionales de la salud, de maestras y maestros, directivas de planteles, estudiantes, niñas, niños, adultos mayores, cuya respuesta ante la emergencia fue decisiva para que no contemos hoy una historia como la de otras naciones.
Por eso creo que estamos en posibilidades de mejorar hábitos y comportamientos para que ese regreso sea mucho más enriquecedor y no sólo sirva para desaparecer los sinsabores de la crisis sanitaria y económica.
Como sociedad hemos logrado ir, más o menos, en una misma dirección y continuar con actividades, trabajos y convivencia desde casa, por medio de herramientas tecnológicas o con el cuidado extremo que significó para millones seguir saliendo a pesar del riesgo que representaban los picos de infección.
Pero podemos mejorar y establecer nuevas reglas civiles que eviten cualquier rasgo de deterioro social para que éste sea sustituido por un tejido ciudadano fuerte. Creo que en ciertos segmentos de la población lo estamos alcanzando y en otros vamos en camino de ponernos de acuerdo.
Un buen homenaje a quienes ya no están con nosotros, quienes siguen con secuelas o han enfermado en las últimas semanas, es recuperar la movilidad de manera corresponsable y hacer lo que nos toca para que vivamos en mejores condiciones.
Para eso sólo necesitamos estar dispuestos, con voluntad y compromiso, de seguir adelante y ayudarnos. Es un ejercicio de solidaridad, de encontrarnos de nuevo e ir hacia un mismo objetivo: vivir en paz y con tranquilidad.