Todo nuevo orden necesita un preludio caótico. Y eso es lo que vivimos hoy. De este a oeste y de norte a sur, las coordenadas del planeta se encuentran inquietas; el ánimo de sus habitantes se agita a ritmo de calentamiento global y la búsqueda de respuestas para lógicas en evolución muy distintas a la noción de “normalidad” que nos acompañó durante siglos.
Sin embargo, esto no nos debería sorprender. Nuestras sociedades y nuestros sistemas ecológicos conocen bien de la ciclicidad de su mecánica de desarrollo y del derrumbe de sus respectivos modelos de funcionamiento. El clima social y el clima político se adaptan siempre a los nuevos escenarios de forma mucho más dúctil que cualquier plan preestablecido. Por muy sesudo y bien formulado que esté, no hay manera en que un proyecto pueda cumplir con la realidad psíquica construida con base a expectativas desiderativas funcionales a agendas propias y necesidades percibidas siempre como esenciales por los pueblos que impulsan transformaciones mayores.
Vivimos una era de incertidumbre global y por ello debemos estar particularmente atentos. Los tiranos triunfan cuando las sociedades quieren respuestas fáciles y recetas que sean rectilíneas y sencillas.
Cada vez que los indignados han buscado reivindicaciones, en nombre de muy válidas nociones de justicia y dignidad, pero han descuidado la comprensión profunda de lo que es la reciprocidad social y el sentido de realidad de los cambios, le han terminado abriendo espacio a dictaduras que, en nombre del pueblo, el partido, la religión o la patria, han terminado arrasando a los mismos vociferantes que las instalaron en el poder.
Es de esperar que hayamos aprendido la lección y que comprendamos de una buena vez que, si se quiere confrontar posiciones en forma seria y profunda, hoy es el tiempo de discutir ideas y no personas. Quizás no sea del todo popular, pero, claramente despersonalizar conflictos y posiciones ideológicas y llevar la discusión al campo de principios bien fundamentados y convicciones con cimientos teóricos sólidos, puede terminar siendo la mayor de las revoluciones de las últimas décadas.
Si no nos damos el tiempo de pensar y planificar el siglo XXI mientras lo vamos transitando y construyendo, podríamos dejar entrar a la bestia totalitaria que, esta vez de la mano de la tecnología, podría hacer parecer “un niño de pecho” a las pesadillas del siglo XX.
El tiempo se acaba, el buen cuidado de la democracia nos lo demanda.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.