Reparamos poco en la manera en que producimos los alimentos o en quién los cultiva, los cosecha y los empaca para que estén disponibles en centrales de abasto, mercados públicos, tianguis, tiendas de barrio o supermercados. Muchos pensamos que llegan ahí como por arte de magia, cuando es un esfuerzo colectivo que involucra a millones de personas que, literalmente, dan de comer al resto.
Uno de los rasgos de esta enfermedad pandémica es que puede atacar con mayor fuerza a quienes no tienen una buena alimentación, sin que importe el peso o la edad, porque lo que el virus busca es prevalecer en otro organismo débil y nada nos hace más vulnerables que la falta de nutrientes.
Durante varias décadas nos hemos acostumbrado a una vida sedentaria, con dietas altas en calorías y productos de cocción rápida, por prácticos y fáciles de preparar. Existe una infinidad de opciones, además de las botanas y las bebidas carbonatadas, que consumimos en cuotas anuales que nos ubican entre las principales naciones que compran comida procesada.
Una de las lecciones que podemos aprender después de esta crisis es modificar radicalmente nuestros hábitos de nutrición e iniciar una dieta balanceada real, que se sume al ejercicio cotidiano y a una vida activa, que balancee la salud física y la mental.

Si somos lo que comemos, es momento de darle una buena revisión a la imagen que nos regresa el espejo todas las mañanas. El sobrepeso, la falta de horas de sueño, vicios como el tabaco y el exceso de alcohol, nos hacen blanco de este virus, pero no es, ni será, el único; igual que tampoco nos dejarán de afectar enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión, los males renales y cardíacos, que en conjunto son mucho más letales que la Covid-19.
Para entender la importancia de una correcta alimentación debemos ser conscientes de la relevancia que tiene el campo, la superficie agrícola y los cientos de trabajadores que no se detienen cada cosecha para recolectar verduras y frutas, entre otros productos.
El campo es indispensable para que podamos defendernos lo mejor posible de futuras epidemias y el cambio climático amenaza seriamente con alterar cada año los ciclos de cultivo, de lluvias y de plantación de productos que hoy consideramos básico, pero podrían escasear en el mediano plazo.
Creo que conocemos el caso de éxito del aguacate mexicano y su popularidad en el mundo, sobre todo en las mesas de los Estados Unidos. Fruto nutritivo como pocos, su mercado dejó de ser el de nuestro país para conquistar cada rincón de la tierra y convertirse en más que una moda.
Sin embargo, el precio de un kilo de aguacate no es, ni remotamente, el mismo ahora que hace veinte años. Se entiende por un comportamiento de mercado; no obstante, su demanda ha provocado otros problemas sociales y agropecuarios que no son fáciles de resolver. Ignoro cuántas alternativas hay en términos nutricionales, aunque México tiene una de las variedades más amplias de alimentos naturales que existe en el mundo. Damos por descontado que otras naciones gozan de ese privilegio; sin embargo, nos sorprenderíamos de lo raro y preciado que puede ser un mango o un racimo de plátanos en la mayoría de los países que consideramos desarrollados.

Nuestra alimentación original, esa que podemos documentar históricamente de nuestros ancestros, ofrece un acervo único para reconstruir nuestra dieta y aprovechar productos que contienen los nutrientes que necesitamos, a un precio equilibrado, para que nosotros y nuestras familias puedan enfrentar nuevas enfermedades que vendrán, tristemente, porque es el costo de vivir en este planeta.
Empero, podemos habitarlo en armonía, sin excesos, y con un cambio de hábitos que reconozca el carácter esencial de los trabajadores del campo, haya crisis sanitaria o no, a la par de que modificamos de pies a cabeza nuestro consumo de calorías y lo sustituimos por vitaminas, minerales y los carbohidratos suficientes.
Sin olvidar que somos una especie que necesita de actividad física y mental para estar saludable. Pensar en cómo llega lo que hay en nuestra mesa, mirar bien nuestra imagen para poderla mejorar y construir en conjunto hábitos de nutrición que estén alineados con la conservación de los recursos naturales, son acciones que podemos iniciar ya.