Es innegable la preocupación que nos suscita –o debería suscitar– el incremento en las cifras sobre contagios y muertes relacionadas con la enfermedad del Covid-19. De manera particular –aunque no exclusiva– nuevamente en México estamos en cifras rojas; y es que, además de la agravación por la temporada otoño-invierno en el hemisferio norte del planeta, la desinformación, el hartazgo sobre el encierro, la disminución de controles sanitarios y la creencia en teorías conspirativas y falsos remedios, son algunos de los factores que están empeorando la situación. Un caso notoriamente alarmante sobre este último factor lo vimos hace unos días cuando nos enteramos de que un alcalde en Coahuila dará tratamiento de dióxido de cloro a pacientes con Covid.
Dentro del espectro de teorías conspirativas para explicar la existencia/inexistencia del virus y la pandemia, así como de falsos remedios para atender, prevenir o, incluso, curar la enfermedad está la ingesta de sustancias como el dióxido de cloro. Desde que a inicios de año comenzamos a tener noticias sobre la enfermedad y el nuevo coronavirus, circularon en redes sociodigitales “explicaciones” sobre el origen y las causas de lo que entonces aún no se configuraba como una pandemia, pero sí como una epidemia localizada. También proliferaron mensajes sobre posibles curas y remedios. Esas narrativas comparten argumentos –a veces contradictorios– sobre la inexistencia de la enfermedad y del coronavirus, sobre su falsa gravedad epidemiológica, o bien, sobre la existencia de un grupo de personas poderosas que crearon –de manera ficticia o real– la enfermedad o el virus y que, con ello, se verán beneficiados.
Haciendo una búsqueda en distintos portales de Internet podemos ubicar, al menos, dos tipos de teorías conspirativas: aquellas que identifican al coronavirus y la pandemia como un instrumento para favorecer intereses políticos; o también, como un invento del gran capital o la élite política para favorecer sus intereses económicos. Recordemos que, en términos generales, una teoría conspirativa es aquella que refiere a la existencia de complots o acciones secretas y malintencionadas gestadas por dos o más actores poderosos. Bajo estas premisas, desde distintas latitudes se han esgrimido las más bizarras interpretaciones sobre el virus, la pandemia, las medidas sanitarias y las formas de “cuidarnos” o “atendernos” frente a un posible contagio.
Considerando la tipología referida, en distintas modalidades encontramos teorías conspirativas que caracterizan al virus como un invento de las grandes farmacéuticas o de otros “villanos” corporativos, como Bill Gates, o bien como consecuencia del uso de la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil (Red 5G). Todo ello para favorecer interese económicos particulares. También hay otras teorías que ven en la pandemia un medio para ampliar el control político de ciertas élites o ciertos países. Ahí están las argumentaciones que culpan, por ejemplo, al gobierno chino o, en el otro espectro, al gobierno estadounidense por crear un arma biológica para combatir a sus enemigos y controlar al mundo. Asimismo, están las argumentaciones que ven el uso de tapabocas, ahora, o de vacunas, después, como una forma de control -y no de cuidado- sobre la sociedad.
Además de las teorías conspirativas, también encontramos “remedios” que van desde lo más inocuo, ingenuo y poco peligroso, hasta los que pueden ocasionar daños importantes en la salud. Ahí están remedios que hablan de las bondades en la ingesta de vitamina C o de potasio, por lo que se sugiere consumir cítricos y plátanos; pero ahí también se hallan aquellos que sugieren el consumo de plata coloidal, solución mineral milagrosa, dióxido de cloro o hidroxicloroquina.
Entre un gran etcétera de teorías conspirativas y supuestos remedios, es importante reflexionar sobre sus posibles causas y las consecuencias que esto está teniendo. Tanto las teorías conspirativas como la difusión de falsos remedios tienen alcances importantes en la realidad. Un caso lo vemos con el alcalde que quiere dar tratamiento de dióxido de cloro a los enfermos. En otros países la creencia en estas teorías también ha generado agresiones contra la infraestructura de telecomunicaciones o actos de violencia hacia personal de esas compañías; así como resistencia por usar tapabocas en espacios públicos e, incluso, agresiones contra quienes lo usan o piden hacerlo.
Pero ¿cuál es el anclaje de la proliferación de estas teorías y de los falsos remedios? Una posible interpretación podría decirnos que estas narrativas forman parte de una actitud generalizada de desconfianza hacia las instituciones políticas y económicas; es decir, hacia los gobernantes, hacia las grandes empresas y, en suma, hacia esa élite mundial a la que se le ve como un Leviatán que busca obtener ganancias y satisfacer sus propios intereses a costa de lo que sea. También forma parte de la desinformación o la falta de información precisa que hemos vivido desde que empezaron a conocerse los primeros contagios.
En un ambiente de desconfianza, incertidumbre, miedo y falta de control sobre nuestras vidas, las teorías conspirativas y los falsos remedios encuentran su “caldo de cultivo”. La gente busca explicaciones y soluciones a lo que está viviendo. Eso difícilmente lo vamos a encontrar en las explicaciones científicas. Los hallazgos basados en investigación científica generan conocimiento de manera gradual y en el camino hay errores, falsos diagnósticos y explicaciones parciales que no dan soluciones inmediatas. Por ello es entendible –aunque no justificable– que estas narrativas tengan tantos adeptos. Pero una cosa es que haya “consumidores” ávidos de tener explicaciones que les den tranquilidad a sus vidas, pero otra es que haya personas que, desde intereses muy particulares, crean este tipo de narrativas. Ahí la motivación pasa, incluso, por la cuestión económica o política.
Quienes producen, difunden y reproducen estas narrativas, tienen intereses o motivaciones particulares que pueden ir desde aspectos psicológicos (narcisistas), la búsqueda de una ganancia económica (con la comercialización de ciertos productos), y hasta el interés por obtener un beneficio político (electoral o gubernamental) frente a los posibles votantes o a los gobernados. Por ello es importante tener consciencia de la complejidad de un fenómeno social del que nadie está a salvo: todos podemos ser “víctimas” de estas teorías y falsos remedios.
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