A tres años de la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2, que ha cobrado la vida de siete millones de personas, resulta inaudito que su origen continúe siendo un misterio. No hay acuerdo entre la comunidad científica. Hay quienes sostienen que el virus tiene un origen zoonótico, es decir, que saltó de mamíferos silvestres a humanos. Sin embargo, no existe evidencia de animales infectados con el virus en el mercado de Wuhan, lugar donde se detectó el primer brote.
La otra hipótesis es que el virus fue manipulado en un laboratorio y escapó accidentalmente. Una reciente investigación de la comisión especial del Senado de los EE.UU., evidenció que, en noviembre de 2019, semanas antes del primer caso registrado, el Instituto de Virología de Wuhan reportó una “emergencia de seguridad aguda”. Se trata de un Laboratorio de Bioseguridad Nivel 4 (nivel de riesgo más alto), ubicado a sólo 12 km del mercado de Wuhan, donde estaban experimentando con distintos coronavirus. Además, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Wuhan (CDS), que también experimentaba con patógenos, está apenas a 500 metros del mercado.
Los científicos del Instituto reportaron que abrir los tubos de ensayo que almacenaban era como abrir una Caja de Pandora, “el personal debía actuar con más cautela para evitar errores operativos que den lugar a peligros”. Esto ocasionó que funcionarios de los más altos niveles del gobierno chino tuvieran que intervenir para tomar medidas de seguridad urgentes.
La navaja de Ockham, principio filosófico atribuido al fraile franciscano y lógico escolástico Guillermo de Ockham, dicta que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple sobre un fenómeno suele ser la correcta.
En este caso, quienes apuntan hacia la línea del accidente de laboratorio han sido considerados conspiranoicos. Sin embargo, la fuga de patógenos genéticamente manipulados es dramáticamente frecuente. Por ejemplo, y como lo documenta el diario The Economist, la última muerte reportada por Viruela fue resultado de una fuga de laboratorio en Inglaterra en 1978. El SARS-CoV-1, virus causante del SARS, escapó de laboratorios dos veces en 2003, en Singapur y en Taiwán. La lista sigue.
En este contexto, y ante la escalada de las voces que exigen respuestas, el presidente de los EE.UU., Joe Biden, firmó hace unos días la “Ley sobre el Origen del COVID-19 de 2023” para obligar al director de Inteligencia Nacional a desclasificar toda la información que tenga a su disposición y esté relacionada con los posibles vínculos entre el Instituto de Virología de Wuhan y el origen del SARS-CoV-2 en un plazo no mayor a 90 días.
Los vínculos incluyen actividades realizadas por el Instituto “con o en nombre del Ejército Popular de Liberación de China”, investigaciones hechas sobre coronavirus y otras actividades realizadas en el Instituto antes del brote del SARS-CoV-2, así como toda la información relacionada con los investigadores de dicho Instituto que enfermaron en otoño de 2019 (nombres, síntomas, fecha de inicio de los síntomas, cargo y función dentro del Instituto, y cualquier otro dato relacionado con una fuga de laboratorio).
El de Wuhan es apenas uno de 69 laboratorios Nivel 4 en el mundo (operando, en construcción o planeado), donde se manipulan patógenos diariamente –incluso más letales y contagiosos que el SARS-CoV-2–. Se estima que 94% de los países no cuenta con medidas de bioseguridad para este tipo de investigaciones y no existe una organización internacional que la vigile y regule.
Al margen de lo que concluyan las nuevas investigaciones, es alarmante la facilidad con la que se puede modificar un virus y crear nuevas enfermedades. El riesgo es latente.
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