Estamos a unos cuantos días de que se realicen las elecciones para renovar la Cámara de Diputados, gubernaturas, congresos locales, municipios y las alcaldías de la Ciudad de México. Lamentablemente, la mayoría de las campañas electorales han sido desangeladas, pues lejos de confrontar ideas o argumentos, han sido secuestradas por la mercadotecnia, al promover la imagen de candidatos huecos, que comparten descalificaciones y que rayan muchas veces en lo mundano, la frivolidad e incluso en la violencia. Estas formas de actuar tienen como consecuencia inmediata el descrédito de la clase política, ya que este ambiente que suele rodear estos procesos electorales genera y fortalece un profundo malestar en ciertas capas de la ciudadanía.
Si además le sumamos, que en esta elección intermedia no están en juego la presidencia de la República, ni la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México; los lamentables fallecimientos de amigos y familiares de muchos de nosotros; la pandemia del coronavirus y la crisis económica en que nos ha sumergido, es muy probable el impulso de un sector importante de la ciudadanía para abstenerse de votar o anular su voto, como una forma de castigo a los partidos políticos por la ausencia de claridad en su oferta política y en muchos casos, la virulencia en su actuar.
Por esta suma de factores, el abstencionismo puede superar el 50 por ciento del padrón. Si bien se trata de una iniciativa justa y legítima, no necesariamente es eficaz para que se erradique de la vida pública la corrupción, la impunidad y los privilegios reinantes. El voto del 6 de junio es la oportunidad que tiene la ciudadanía profundizar la Cuarta Transformación e impulsar el tan anhelado desarrollo social en México.
Votar en las próximas elecciones será decisivo para la consolidación de la democracia, pues no únicamente implicará ejercer el derecho a participar, sino a no validar que los aparatos corporativos definan resultados y tengan el control de los órganos de gobierno.
La consolidación de todo proyecto político y gobierno democrático tiene que sustentarse en la participación ciudadana, pues sin este elemento central, el fortalecimiento del Estado y el mejoramiento del bienestar de la población será imposible.
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