Plaza Metafísica
Avelina Lésper

Arte y Dinero

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El miedo continúa. Trauma colectivo, nos empujaron al aislamiento, y ahora, como presos liberados, nos cuesta estar en la calle. Giorgio de Chirico le llamó Metafísica…

Piazza d'Italia, Giorgio de Chirico.
Piazza d'Italia, Giorgio de Chirico.

Lectura: ( Palabras)

La ciudad se niega a despojarse de su soledad. Llego a un aeropuerto sin viajeros, sin largas líneas en migración. La ciudad de Los Ángeles, California, apenas se atreve a despertar, el centro es un recipiente vacío, los edificios, las avenidas, reciben el sol que se corta en sombras oscuras y largas, el viento arrastra la basura, las calles habitadas por homeless y vendedores de mariguana, gozan de su propio apocalipsis.

La serie de pinturas de Giorgio de Chirico, La Piazza Metafísica, son vaticinios que se volverán a repetir, postales que nos recordarán la ausencia que amenaza con volver. Las obras fueron una epifanía, abandonado al dolor y la fiebre, De Chirico contempló la Piazza de Santa Croce en Florencia, la catedral gótica blanca, que hechiza en su transformación nocturna, hace que la plaza crezca, los pasos rompan el aire, y el visitante sienta que las horas se congelan. El vértigo es herencia de sus esculturas, Stendhal lo padeció y fue su síndrome, enfermedad contagiosa, producida por el impacto visceral al contemplar la belleza, y De Chirico, infectado sintió que esa plaza tenía que perpetuarse como una pesadilla. La serie de pinturas han sido inspiración escenográfica para películas de ciencia ficción, poesía, y en este momento dictaron el paisaje de la pandemia.

Los estacionamientos al aire libre sin automóviles, las tiendas sin clientes, los restaurantes de fast food cierran sus puertas y atienden desde ventanas para no ser dormitorios. El miedo continúa. Trauma colectivo, nos empujaron al aislamiento, y ahora, como presos liberados, nos cuesta estar en la calle. Giorgio de Chirico le llamó Metafísica, enfatiza la antinaturalidad de la situación, fundamentalmente teatral, artificial, imposible, pudiera ser onírica. Ese paisaje se volvió ultrafísico, y verdadero. Las grandes ciudades abjuraron de su grandeza: la actividad, la urgencia de estar y moverse dentro de ellas, de participar de su ruido, agonizaron en el delirio del pintor italiano.

Giorgio de Chirico
Giorgio de Chirico, 1936 (Foto: Irving Penn, Fundación Giorgio de Chirico).

Son las 9 de la noche y las calles están aun más despobladas que en el día, los homeless toman posesión de sus esquinas para dormir, sentados en sillas de ruedas, metidos en tiendas de campaña, resguardados en puertas clausuradas de rascacielos, cada uno tiene su calle, no la comparten, es una ley. Las tiendas de licor están abiertas, los clientes entran, hombres y mujeres jóvenes, viejos, con aliento alcohólico, compran y se pierden. Fachadas bloqueadas con tablas de madera, escaparates cubiertos de papel, los homeless son los sobrevivientes de la catástrofe, resistieron la pandemia, sin cubrebocas, sin medicinas, sin comida, gritan desde sus calles pasajes de la Biblia, insultos, el olor a mariguana es tan penetrante como el de los orines en las banquetas.

En el condado de Los Ángeles hay 66 mil homeless, en Downtown habitan cerca de 2,500. Lo sabía De Chirico, en esa epifanía, ese desmayo metafísico que padeció en la Piazza de Santa Croce, lo vio, y pensó que era la muerte, que era la filosofía del sobreactuado de Nietzsche, y no, éramos nosotros, ahora, con la luz del sol cortada por la navaja implacable de un deshabitado rascacielos. 

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