Una de las características propias del ser humano es su capacidad para pensar. Esta virtud implica que para la persona no solo los acontecimientos suceden, sino que los piensa, trata de entender su origen y sus consecuencias además de emitir un juicio de valor acerca de los mismos.
En algunas personas, esta capacidad de pensar ha sido inhibida por autoritarismo o por falta de estímulo de tal forma que su reflexión es infantil o tendenciosa, incapaz de ver otros ángulos ni de ponderar puntos de vista diferentes. En otras, los pensamientos corren por caminos diversos, constructivos o destructivos, pero ninguno es neutro ni ocioso, de aquí la importancia de observarlos y descubrir hacia donde llevan.
La habilidad de pensar está relacionada precisamente con la flexibilidad de las conexiones neuronales que permiten conectar conocimientos previos entre sí o articularlos con nuevas opciones que permiten el desarrollo del pensamiento y el avance de las culturas.
En ese sentido, los pensamientos no son absolutos ni válidos para todos los tiempos ni en todas las circunstancias, por ello, es necesario cuestionarlos con un objetivo claro que lejos de la descalificación de creencias pasadas o nuevas, los impulso hacia un crecimiento que mejore la calidad de vida de las personas.
Ahora bien, los pensamientos están perfectamente bien articulados tanto con la dimensión física como espiritual de la persona y matizan el resto de su experiencia humana. Insisto, no son los acontecimientos de suyo, sino la manera en que los piensa lo que colorea su existencia tanto como atracción, interpretación y ejecución.
Los pensamientos provocan emociones y estados de ánimo en las personas que se tornan en la manera misma de ser con la cual se identifican y, por lo mismo, se consideran imposible de modificar; sin embargo, no son su esencia y, por ello, al observarlos, reconocerlos y desecharlos o modificarlos el individuo encuentra una mejor forma de existir.
Los pensamientos, al estar conectados con el organismo, provocan sustancias químicas en el cuerpo que lo estabilizan, lo alegran o lo dañan de aquí la relación que hay entre las enfermedades y las líneas de pensamientos dominantes en una persona. Además, la mente es totalmente vulnerable a sus propios pensamientos pues está totalmente incapacitada para reconocer la veracidad de los mismo, es decir, una vez que un pensamiento aparece lo sigue a menos que esté entrenada para dejarlo ir.
Los pensamientos que aparecen en la mente pueden ser de distintos órdenes: a) memorias de interpretaciones pasadas que se han rigidizado (positivas o negativas), b) especulaciones con relación al futuro (reales o fantasiosas), c) interpretaciones casi inmediatas de acontecimientos (basadas frecuentemente en los mismos esquemas), d) fantasías catastróficas o idealizadas
Posiblemente los mayores inconvenientes que surgen de pensamientos desordenados son: 1) desconecta a la persona de lo que está sucediendo (presente), 2) impide que el acontecimiento hable por sí mismo (descripción fenomenológica), 3) altera de las emociones y 4) limita la objetividad
La vía pertinente para enfrentar los pensamientos que obstruyen la percepción o dañan a la persona está en cambiar la atención hacia situaciones que estén en el presente por medio de los sentidos, por ejemplo, contar las nubes que hay en el cielo o los autos de determinado color que están alrededor; identificar cuántos sonidos hay en el ambiente, cerrar los ojos y sentir las superficies que hay alrededor; identificar qué aromas hay alrededor; etcétera. Estas actividades no buscan una finalidad práctica en el sentido occidental son simplemente medios para soltar la perturbación y regresar al centro de uno mismo donde se encuentra la armonía, la estabilidad, la paz.
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