Comúnmente se dice que la política es el arte de lo posible. Pero hay de posibles a posibles. Y si bien a veces –como supuestamente dijo Voltaire– “lo mejor es enemigo de lo bueno”, me resisto a pensar que en política debemos siempre conformarnos con esperar que “el bueno” (o el menos malo) sea quien decida el destino de nuestras sociedades.
Para los griegos estaba claro: la política era más que sólo aquello relativo al poder y a una élite gobernante. Era eso. Pero fundamentalmente era todo lo público; y lo público afectaba a todos. Lograr acertar en las decisiones que afectaban a toda la sociedad era, sin duda, lo más esencial: de ello dependería que las personas pudieran llevar vidas buenas, y por tanto, que dichas ciudades pudieran ser consideradas como exitosas. Para Platón o Aristóteles, “lo posible” no era suficiente: quienes accedieran a los puestos de poder, además de ser los mejores, deberían buscar lo mejor.
Las sociedades y nuestros sistemas políticos han cambiado mucho desde que aquellos importantes personajes vivieron: eso creo que ha sido, definitivamente, positivo. Sin embargo, todos sabemos que nuestras comunidades tienen retos enormes, y hacer frente a ellos requiere de todo nuestro empeño.
Uno de los rasgos de la modernidad es buscar formular soluciones sustentadas en criterios técnicos: la crisis económica derivada de la pandemia, por ejemplo, no se puede afrontar sin conocimientos científicos que permitan encontrar la mejor manera de resolverla. Al mismo tiempo, se necesita tener una visión profunda que permita entender el impacto de nuestras acciones en el largo plazo y nuestra conexión con el resto de nuestros conciudadanos. Éstas dos cualidades –conocimientos técnicos y capacidad de análisis y reflexión– son cualidades que distinguen a un líder aceptable, de uno ideal.
Un líder adecuado, un estadista completo, es aquél que tiene la prudencia para actuar de manera rápida y eficiente, pero que también tiene capacidad de reflexión y visión de largo plazo. El estudio –dirían nuestros amigos griegos, aunque no necesariamente como lo entendemos hoy– era el camino para lograr tener gobernantes de una pieza: con capacidad de acción, pero sobretodo, con una visión y carácter rectos.
Los problemas actuales requieren capacidades prácticas, pero por su complejidad y la pluralidad de nuestras sociedades, requieren personas íntegras, con visión profunda, que sepan entender y que sepan convencer. Estamos en tiempos de campaña, y muchos de los candidatos que se nos proponen, distan de contar con la experiencia o el carácter que la trascendencia de nuestro momento histórico precisa. Se favorece, muchas veces, el que sean gente conocida, de prácticamente cualquier medio, en lugar de presentar gente con la preparación adecuada para tomar el timón de la administración pública.
Cuando uno se dedica a la formación de jóvenes que tiene la ilusión de preparase para convertirse en los estadistas que se necesitan, resulta frustrante la dejadez con la que a veces se asignan candidaturas a los caciques de siempre, o a quienes la gente identifica por los concursos de belleza, los mundiales o novelas en que participaron. Esto, aunado al desdén con el que la actual administración federal trata las distintas instituciones o procesos que desde hace varios años se iban consolidando para poder tener una administración pública más profesional, hace por demás urgente el que, como sociedad salgamos a votar por quienes están mejor preparados: aquellos cuyos planes de gobierno favorezcan la institucionalidad.
Para que se pueda direccionar la política hacia una mayor profesionalización, se necesita sacar a todos aquellos que piensen que las cosas bien hechas, que requieren el seguimiento de procesos basados en datos, informes científicos, etc., son vestigios del “régimen neoliberal” que ya se fue. Aspiremos a cambiar nuestra cultura política de raíz. Solo así, se puede consolidar la democracia en México: no a base de caprichos o concursos de popularidad.
Exijamos mejores candidatos. Seamos mejores ciudadanos. El gobierno es un arte que, al ser tan importante, tan esencial, requiere que aquellos que pretenden dedicarse a ello, dediquen una parte importante de su vida a analizar de manera profunda los temas que conforman la realidad política.
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