Imaginar y crear
Avelina Lésper

Arte y Dinero

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La memoria es un proceso de “alucinaciones controladas”, dice la ciencia. Es muy frágil el camino para perderse en sus pasillos y escaleras. El arte nos provoca más alucinaciones…

Piranesi, de la serie de grabados "Cárceles imaginarias".
Piranesi, de la serie de grabados

Lectura: ( Palabras)

Las escaleras, laberintos, celdas y mazmorras de la serie de grabados de Piranesi, Las Cárceles, son el retrato metafórico y exacto de nuestro cerebro, de nuestra psique encerrada en esa prisión de piedra y hueso. En sus pasillos medran nuestros temores, ideas, memorias, pesadillas y esperanzas, todo, producido por esa masa grasosa de nuestro cerebro. ¿Cómo es posible el prodigio que esa masa de mantequilla contenga todo lo que somos? Descartes especuló en dónde estaba ubicada el alma, los escolásticos le entregaban a la Divinidad esa entelequia sin saber qué era y Fausto la vendió por disfrutar unos días de elegancia, seducción y belleza.

La novedad es que para imaginar algo, verlo y comprenderlo desde la realidad, usamos las mismas áreas de esa masa que vive presa, “separar la realidad de lo imaginado no es tan claro”, afirman los neurocientíficos, en un fascínate y breve artículo del New York Times. Es interesante porque en el arte el objeto de nuestra observación se recrea, se reproduce con la imaginación, porque nunca es el objeto visto, es otro que cambia en contexto, proporción, colores. El arte nos obliga a utilizar a nuestro cerebro de forma más eficiente, porque imaginamos y hacemos algo con eso imaginado.

Grabado de la serie "Le antichitá romane", de Piranesi
Grabado de la serie “Le antichitá romane”, Piranesi; Museo Carmen Thyssen.

Al observar una pintura o un dibujo sucede algo similar: vemos algo que es “real” y lo comparamos con lo que sabemos de eso, de acuerdo a nuestra experiencia y nuestra memoria. Los científicos dicen que al observar hacemos nuestras predicciones o ideas desde la memoria antes que, desde los sentidos, es decir, de adentro hacia afuera, no de afuera hacia adentro. La observación del arte, no es ese proceso pasivo que afirman los curadores, al contrario, es activo y nuestro cerebro revisa todos sus archivos y experiencias para entender lo que está observando. La relación con el arte es algo íntimo, tanto como esa cárcel de Piranesi, entre nuestra masa grasosa y la obra de arte.

La memoria es un proceso de “alucinaciones controladas”, dice la ciencia. Es muy frágil el camino para perderse en sus pasillos y escaleras. El arte nos provoca más alucinaciones que se suman a la memoria, esos recuerdos vívidos, que soñamos, trasformados y luego, como una maldición se reproducen en una obra de arte, en un cuento, una película, y sabemos que eso no es real, pero describe nuestra realidad. La naturaleza humana es capaz de separarlo todo, organizarlo para que sea útil hasta que, por un azar del destino, por una trágica vuelta de la realidad, también es ambivalente, por eso, nos perdemos en las mazmorras de nuestra masa mantecosa, y nos encerramos en el minúsculo habitáculo de una sola idea. Trágico.

Villa di Mecenate en Tivoli, 1767, de la serie "Vedute di Roma", Piranesi
Villa di Mecenate en Tivoli, 1767, de la serie “Vedute di Roma”, Piranesi.

“La comprensión es un proceso neuronal, químico y corporal”, “Es un proceso cognitivo, estudias algo y lo resuelves” nos informan. Comprender una obra de arte, es tomarla para nosotros, para nuestro cerebro, resolverla, es asimilarla, y saber qué es. En esa relación promiscua y privada entran los químicos de la masa grasosa, las conexiones de sus neuronas y nuestro cuerpo. En el proceso de leer, esa idea entra al cerebro y exige que todos esos elementos se involucren para que podamos llegar a una conclusión con lo leído: aprender, gozar o defraudarnos. El arte es una relación seductora porque carece de “utilidad”, no resolvemos algo para relacionarnos con la cotidianeidad, es simplemente para descifrar la presencia antinatural de la obra.

Leemos una novela, la vamos imaginando en la medida que avanzamos, convertimos esas letras en “alucinaciones controladas” y provocadas por el relato, conservamos esos sentimientos, y los sumamos a nuestra supuesta “realidad”, y todo eso se revuelve y resuelve en nuestra bóveda oscura. ¿En qué momento encontramos la luz para separar esas ideas; en qué instante nos perdemos en ellas, y peor aún, nos hacemos adictos, y vamos por otro libro, por otra historia, para que nuestro cerebro derrame químicos, haga conexiones, involucre al todo el organismo? Amar el arte es un vicio masoquista.

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