Existencia y comportamiento ético son dos aspectos pertenecientes a la realidad de hombres y mujeres. El primero se comparte con el resto de la creación. El segundo es privilegio de la especie humana y posiblemente de la inteligencia artificial.
En efecto, en el resto de los seres existentes, su comportamiento se debe a leyes físicas y biológicas que condicionan su estar en esta dimensión. Muchas de ellas estudiadas y ya perfectamente identificadas por la ciencia, otras, todavía en estudio para descubrir las fuerzas que intervienen en sus distintas manifestaciones. Esto implica que la posibilidad de elección es muy limitada o está totalmente ausente y, por lo tanto, no hay implicación moral.
En cambio, en los seres humanos, una parte del comportamiento se debe a funciones previamente programadas como las actividades fisiológicas de su cuerpo, los procesos de aprendizaje o las reacciones funcionales de los sentidos y otras, se encuentran como condición de posibilidad que necesitan desarrollarse a lo largo de la existencia como son las habilidades motoras, musicales, cognitivas, etcétera.
Entre las capacidades que el ser humano necesita desarrollar está la conciencia, la cual no debe confundirse con las consciencias. Consciencia con (sc) hace referencia al conocimiento inmediato y al conocimiento reflexivo. En éstas no hay juicio moral pues su razón de ser solo es perceptiva en la primera y reflexiva en la segunda. Conciencia con (c) se refiere a la valoración ética o moral que se hace de algo o de alguien.
Tanto las consciencias como la conciencia, se encuentran como condición de posibilidad en todo ser humano y se desarrollan a lo largo de la existencia. Su despliegue se encuentra condicionado por el entorno en el cual nace la persona, pues antes de su llegada a este mundo, en su comunidad ya hay una conceptualización específica del entorno y una expectativa concreta de cómo se es hombre o mujer en ese medio. Es decir, las consciencias y la conciencia asumen los presupuestos del ambiente que les rodea y lo asumen como verdad única. Lo anterior implica que los límites que enmarcan la “realidad” pueden y de hecho frecuentemente son precarios, insuficientes, prejuiciosos, injustos, etcétera y por ello necesitan cuestionarse para justificar o rechazar su validez.
Así, en un primer momento la opinión que se tiene del mundo, de los otros y de uno mismo pertenece a los demás y se habla de conciencia heterónoma, es decir, se sigue lo que otros dicen y aun cuando la persona sea política y éticamente correcta, su precepción, reflexión y comportamiento viene de alguien más. En ese sentido, funciona por medio de una programación ajena a sí misma y su conducta entonces se asemeja a la de otros seres no humanos. La conciencia heterónoma provoca ceguera existencial en la persona, por ello rechaza virulentamente cualquier opción o argumento que cuestione su creencia, se radicaliza y es fácilmente manipulable, pues carece de la capacidad para cuestionar.
Para romper ese ciclo y “despertar” a la conciencia autónoma es necesario activar eficiente y suficientemente primero las consciencias para ejercitar verdaderamente el libre albedrío pues si entra primero la conciencia moral se enturbia la realidad y aparece el juicio previamente aprendido. En efecto, la conciencia, si entra primero, impide ver y analizar la realidad a la que se está expuesto y por lo mismo, limita el máximo regalo que ha recibido el ser humano: la libertad. Entonces el deber ser domina y enturbia tanto al ser como al querer ser y la persona queda atrapada en la dualidad, el sentimiento de culpa la agobia consciente o inconscientemente cuando no ha cumplido las expectativas que se esperaban de ella, su corazón se endurece y juzga los comportamientos ajenos sin considerar las variables que intervienen.
Si bien es cierto que toda conducta humana surge de un deber ser aprendido que conforma su identidad, requiere independizarse para ejercer su capacidad de percepción y reflexión, con ello consigue que sus elecciones y, por lo tanto, sus conductas se den en libertad. Es decir, su comportamiento, que inició como un deber ser, se transforme en un querer ser que satisfaga todas sus necesidades incluyendo las espirituales o de trascendencia.
Es importante diferenciar el querer ser del voluntarismo egoísta. Pues no se trata de atropellar a los otros y solo pensar en uno mismo, sino en elegir consciente e intencionalmente la persona que se desea ser asumiendo responsablemente la existencia y el bienestar de los y lo demás. Es entonces cuando el ser y el querer ser se unen en una misma realidad que se reconoce a sí misma condicionada, limitada, imperfecta, pero con deseos de ser su mejor versión.
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