La existencia, si bien es una experiencia individual, ésta jamás se ha vivido aisladamente, pues siempre hay un entorno físico y social que rodea a la persona y que existe antes y después de la propia vida.
Esta realidad preexistente funciona por sí misma, al margen de la voluntad humana, en armonía perfecta, en un equilibrado dar y recibir, en donde la existencia de cada ser es gracias al resto de la creación y la propia manifestación sirve para dar sostén a los otros seres. Esta dinámica funciona tanto en la vida como en el cambio del orden dimensional que llamamos muerte.
En efecto, la muerte de cada ser sirve para dar existencia a otros y los elementos que le conformaban en vida se degradan para dar lugar a otras formas de existencia.
Así, la corresponsabilidad existencial del universo es un hecho dado, que fluye conveniente y equilibradamente de manera natural, que está previamente diseñada y a la cual toda la creación, excepto el ser humano responde automáticamente.
En el caso de los hombres y las mujeres, esta corresponsabilidad requiere ser un acto de la intencionalidad y voluntad libre de cada persona, que necesita superar los límites de las propias expectativas y creencias para aceptar la realidad, como de suyo es.
En efecto, en el ser humano, asumir el fluir de la existencia y tomar las responsabilidades que corresponden necesita ser producto de su voluntad. Esta actividad no solo incluye las formas sociales de cada conjunto humano, sino de reconocer el orden mismo del universo, que frecuentemente entra en conflicto con las comprensiones culturales.
A este proceso se le llama despertar de la consciencia. Cuando esto ocurre en la persona su capacidad de darse cuenta y de reflexionar antecede a sus juicio y valoraciones morales, amplía su visión de los fenómenos, percibe lo que sucede en el entorno, así como el efecto que tiene tanto en su propia persona como en los demás, reconoce las creencias con las cuales creció y es capaz de cuestionar su pertinencia y validez a la luz de las nuevas comprensiones del entorno.
Con esta apertura, se reconoce en camino, se integra autónomamente a este devenir y su existencia se manifiesta voluntariamente contribuyendo a este orden, aun cuando esto implique desventajas y sacrificios particulares en algunos momentos. Además, su mirada e interpretación de la realidad se encamina hacia comprender el flujo de la historia y la responsabilidad específica que tiene para mantener el equilibrio, es decir, descubre su misión.
No hay una receta específica aplicable a todos los seres humanos para lograr el despertar de su propia consciencia. Esta es una tarea particular de cada quién, a cada uno le corresponde descubrir su lugar en el engranaje y cooperar para que la propia existencia de vida a otros y su muerte aún más.
La verdadera libertad espiritual está lejos del dominio del entorno, consiste más bien en comprender el flujo natural de la existencia, comprometerse con la parte que le corresponde, dejar que los demás tomen la suya y cooperar para que la experiencia propia se transforme en fuente de vida para toda la creación.
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