Louis Pasteur, a quien debemos la invención de vacunas que han salvado millones de vidas, afirmaba que “la ciencia es el alma de la prosperidad de las naciones y la fuente de todo progreso”.
A lo largo de la historia, hemos sido testigos de grandes descubrimientos científicos y tecnológicos; de la generación de conocimientos a través de la investigación, el desarrollo, y la innovación (I+D+i); así como, de los beneficios que han traído consigo para responder a los misterios de la humanidad, solucionar problemas mundiales, revolucionar las dinámicas cotidianas, y aumentar nuestra calidad de vida.
Gracias a la ciencia y la tecnología podemos vivir más tiempo y de mejor manera; fortalecer el cuidado de nuestra salud y del medio ambiente; asegurar la satisfacción de nuestras necesidades básicas; garantizar el suministro de agua y energía; impulsar nuevas formas de educación y aprendizaje; además, de facilitar otras actividades de esparcimiento como el deporte, la comunicación, las artes y la cultura.
Apostar a la inversión en I+D+i es indispensable para fomentar un crecimiento económico y social. No obstante, según el Informe de la UNESCO sobre la Ciencia 2021, aunque de 2014 a 2018, el gasto en investigación científica se ha elevado en el mundo, el 80% de los Estados sigue destinando a estas tareas menos del 1% del PIB.
De acuerdo con este organismo internacional, en 2018, México invirtió 0.31% de su PIB en investigación y desarrollo; mientras que Israel fue el territorio que designó mayores recursos para estos fines con 4.59%. Asimismo, en 2014, en nuestro país, había sólo 260 investigadores por cada millón de habitantes; en contraste, con República de Corea, que fue la nación con el mayor número de éstos por millón de habitantes, con 6 mil 826.
La ciencia es un derecho humano reconocido en instrumentos internacionales y en nuestra Constitución; en donde se garantiza la posibilidad a las personas, de acceder a la información científica y a la innovación tecnológica; a participar en ellas; y a gozar de las oportunidades que ofrecen.
A propósito del Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, conmemorado el 10 de noviembre, vale destacar la necesidad y urgencia de acercar su valor a cada sector social; con énfasis en grupos en situación de vulnerabilidad; y en particular, desde la niñez y adolescencia, a través de la educación, para impulsar su espíritu creativo y pensamiento crítico.
En la medida en que los resultados científicos sean claros y comprensibles para cualquiera; y tengan mayor apertura, difusión y accesibilidad; su aprovechamiento no quedará reservado a las comunidades especializadas; sino que tendrá un mayor impacto y un alcance más amplio para todas las personas; en específico, para aquellas que sufren desigualdad y exclusión, como las mujeres, las que son adultas mayores, que presentan alguna discapacidad, que pertenecen a una etnia, o que están en condición de pobreza.
Alexandra Elbakyan, fundadora de Sci-Hub ‒sitio web que socializa gratuitamente millones de artículos de investigación‒, afirma que “el conocimiento científico pertenece a la humanidad”. La ciencia y tecnología abiertas son una inversión impostergable para los países que pretendan construir un progreso con paz y equidad.
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