El balsero no depende de nadie para realizar su peregrinación a un país ajeno. Este ser anfibio tiene la fabulosa capacidad de transformar su cuerpo en una especie de anguila flotante que, vista de lejos, pareciera una barca hecha con llantas de hule.
Una vez que se encuentran en altamar, los balseros tienen que resistir temperaturas extremas, soportar los cambios de humor del agua y, sobre todo, evitar a cualquier precio que su cuerpo se voltee y que su cara quede expuesta al mar. En caso de suceder esto, el balsero perderá sus reservas de comida y agua dulce que había consumido en tierra firme y que le sirven para resistir una semana, ya que sus cuerpos tienen propiedades similares a las de los dromedarios en el desierto. Resulta obvio que si las reservas se echan a perder, este ser anfibio pierde sus fuerzas y muere.
Además de estos peligros de la naturaleza, el anfibio también corre con el riesgo de toparse con la guardia costera norteamericana, española o francesa (dependiendo de si se trata de una especie africana o americana), que le hará desistir de su propósito, sin importarle las condiciones políticas o la miseria que motivaron su huida.
Pero, como siempre en todo, algunas especies han gozado de un mejor trato que el resto de sus homólogos. Los balseros cubanos, durante décadas, eran recibidos como especie protegida mientras que las variantes haitianas y dominicanas eran despreciadas sin importar que fuesen víctimas de dictaduras sanguinarias también. Cuestiones de la geografía supongo.
En el otro lado del charco, en la oscuridad de la noche, una especie anfibia avanza por el Mediterráneo. La distancia que debe salvar varía desde los 14 kilómetros en su punto más estrecho que los conduce a España, hasta los 305 entre Trípoli y Lampedusa. Se trata de una especie prima hermana de los balseros que migra de Cuba hacia los Estados Unidos. El color oscuro de su caparazón les permite pasar desapercibidos durante la noche. A diferencia de, por ejemplo, la mariposa monarca, que viaja ida y vuelta de Canadá a México, el balsero y la patera nunca retornan. Sin embargo, los peligros que deben atravesar convierten su periplo en digno de las aventuras de Ulises. Primero deben burlar la guardia costera de su propio país para internarse en lo que hoy en día se conoce como uno de los cementerios más grandes del mundo: el mar Mediterráneo.
El mayor problema de la patera negra es que quiere salvar de la miseria a la mayor cantidad de crías. Por ello carga sus lomos con hasta 400 aspirantes a primermundistas. Pateras las hay de todo tipo; con aletas fuera de borda o con redes para capturar su alimento durante la travesía. Sin embargo, el criadero de pateras es propiedad exclusiva de las mafias que, en su afán por transportar lo que ellos consideran otras mercancías –véase talco para la nariz y derivados–, sólo permiten que las pateras más viejas porten crías. De tal forma que, en su afán de ayudar, no es extraño que esta suerte de tortuga gigantesca termine agotándose durante la travesía y se hunda. Eso sin contar que en los viajes deben afrontar tormentas cuyo oleaje puede acabar poniéndolo boca arriba con idéntico mortal resultado. Sabido es que las muertes en los últimos treinta años son de varias decenas de miles, incluyendo las especies de agua dulce que atraviesan los ríos de este a oeste. Y todo esto, pese a que algunos particulares y ONG’s no dudan en patrullar la zona a fin de rescatarlos. Al igual que en el caso de los Estados Unidos, los políticos locales emplean la llegada de esta nueva especie para ganar votos. Según ellos, se trata de una invasión en toda regla que alterará para siempre y para mal la fauna local. Salvini, Orban y Le Pen son algunos ejemplos de este tipo de políticos carroñeros.
A pesar de las desgracias, son muchas las pateras negras que consiguen tocar tierra y depositar los inmigrantes. Estos, como si fueran bebes tortuga desorientados, corren tierra adentro a fin de evitar ser interceptados por la policía. Llegar a continente europeo, representa para los inmigrantes ganarse la lotería. Sin embargo, conseguir una vida digna y ser aceptados por la sociedad local es otro cantar. Eso tan solo se consigue ganando el euromillón o teniendo un hijo que se convierta en un famoso futbolista.