1964, desde las cenizas…
Antonio Tenorio

Innovación, Tecnología y Sociedad

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La resiliencia como signo. Sin renuncia ni al pasado ni a la tradición. Mas, comprendiendo que es en el gesto personal, íntimo, de apagar la lámpara eléctrica…

Foto: Tele Medellín.
Foto: Tele Medellín.

Lectura: ( Palabras)

Japón recibió los Juegos Olímpicos por primera vez en 1964. El año en que, en palabras de Roy Tomizawa, mostró al mundo cómo era volver a nacer desde las cenizas.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, Japón contabilizaba más de 3 millones de muertos, el 39% de su población sin hogar, 40% de las áreas urbanas devastadas, 80% de su flota naval destruida, y 33% de todas sus máquinas industriales inservibles.

Una nación desmoralizada. Un país en ruinas; derrotado y humillado que fue capaz, empero, de brindar otro rostro en 1964. El de la gesta nacional, gesta feliz como le llama Tomizawa en su compendio de crónicas, 1964, el gran año en la historia de Japón.

“El único pensamiento que tenía la mayoría de los japoneses en octubre de 1964 era convencer al mundo de que Japón era pacífico, amistoso, productivo, innovador y moderno, que pertenecía a la comunidad mundial tanto como cualquier otra nación”, escribe Tomizawa.

Tokio 1964
Tokio, 1964 (Foto: nippon.com).
Tokio 1964
Tokio, 1964 (Foto: Tribuna Olímpica).

Ese mismo año icónico sirve como punto de llegada al prolífico historiador anglo neerlandés Ian Buruma en su muy ambicioso libro 1853-1964: La creación de Japón.

El punto de partida que Buruma elige también está lejos de ser inocente. Se trata, nada menos, que del año de la llegada a tierras japonesas del Comodoro Perry, militar norteamericano clave en el proceso de apertura de Japón al mundo.

Las Olimpiadas de Tokio de 1964 fueron enormemente importantes para los japoneses, ya que simbolizaron no sólo la reactivación de su economía sino también la de su respetabilidad política. Japón ya no era un depredador militarista responsable de millones de muertes sangrientas en Asia, sino una próspera democracia abierta al mundo”, sostiene Buruma en un texto periodístico reciente.

Unos años antes a ese paradigmático 1964, antes aun de la incursión japonesa en la Segunda Guerra Mundial, la excelsa pluma de Junichiro Tanizaki había producido esa mirada, bella desde la condensación, que representa el ensayo: “Elogio de la sombra”.

Jun'ichirō_Tanizaki
Jun’ichirō_Tanizaki (Fotografía de Shigeru Tamura; tomada de Wikimedia).

Ya en los albores de los 30, Tanizaki observa con filosa perspicacia la transición entre el Japón tradicional con sus estufas y sus baños a cielo abierto, hacia una occidentalización que, como se vio, resultaría creciente e irrevocable.

“Mirándolo bien como los orientales intentamos adaptarnos a los límites que nos son impuestos”, escribe Tanizaki en aquel 1933, “siempre nos hemos conformado con nuestra condición presente; no experimentamos, por lo tanto, ninguna repulsión hacia lo oscuro; nos resignamos a ello como a algo inevitable: que la luz es pobre, ¡pues que lo sea!, es más, nos hundimos con deleite en las tinieblas y les encontramos una belleza muy particular”

Luego contrasta, “en cambio los occidentales, siempre al acecho del progreso, se agitan sin cesar persiguiendo una condición mejor a la actual. Buscan siempre más claridad y se las han arreglado para pasar de la vela a la lámpara de petróleo, del petróleo a la luz de gas, del gas a la luz eléctrica, hasta acabar con el menor resquicio, con el último refugio de la sombra”.

Apenas 12 años después de “Elogio de la sombra”, el país estaba derruido. La destrucción acelerará ese tránsito que Tanizaki miraba no sin cierta reticencia y acumulada nostalgia.

Juegos Olimpicos Tokio 1964
Foto: Sopitas.com.

Ocupado por los norteamericanos, formalmente, hasta 1952, los años posteriores a 1945 verán el surgimiento de un modelo económico, basado en grandes compañías tecnológicas, que hasta hoy perdura.

Una de las claves en aquella transición fue el peso que se le concedió al impulso de la educación científico y tecnológica, especialmente a partir de 1957. La formación de estos ingenieros alimentó un boyante práctica de “ingeniería invertida”, que consistió en introducir mejoras a los componentes que venía del exterior para luego regresarlos, mejorados, como valor agregado en la competencia internacional.  

Como sucede en otros países marcados por el afán de innovación, las grandes corporaciones japonesas dedican amplios recursos al desarrollo y la investigación. Notable es al mismo tiempo la capacidad de adaptación y reinvención de conglomerados que fueron fundados antes de la Segunda Guerra Mundial, como Nintendo (1889), Toyota (1933), Komatsu (1917), Panasonic (1918) o incluso de Sony, que data del primer año de la posguerra, 1946.

La resiliencia como signo. Sin renuncia ni al pasado ni a la tradición. Mas, comprendiendo que es en el gesto personal, íntimo, de apagar la lámpara eléctrica, escribe Tanizaki, donde puede estar cierta experimentación de las formas idas, pero no su ensalzamiento ni mucho menos la suposición de que pueden permanecer inalteradas.

inauguración Tokio 2020
Foto: D10.
drones Tokio 2020
Foto: The Straits Times.

Sólo para experimentar esas formas del pasado, escribe Tanizaki, “voy a apagar mi lámpara eléctrica”. Y sí, de ese modo, con la luz eléctrica apagada mirar sorprendido el despliegue de los drones que dibujan figuras en el cielo del Estadio Olímpico del Japón de 2021.

Es la hazaña como sino y el asombro como esperanza.

Apagar la luz para mirar los caligramas que son, ahora, todo cuerpo para convertirse, al movimiento, en otra cosa: emblemas de las disciplinas, formas de lo virtual en el entrecruce entre el pasado milenario, el presente de incertidumbre y pandemia, el futuro del que sólo sabemos que, fiel al tiempo, seguirá siendo como siempre ha sido.

Cambiante.

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