Lou Ottens, inventor del casete; ¿quién piensa en un medidor de orgullo?
Antonio Tenorio

Innovación, Tecnología y Sociedad

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Algo de Ottens va, sin embargo, de lo práctico al estereotipo de quien vive concentrado en las operaciones que su cerebro realiza.

Lodewijk Frederik Ottens fue un ingeniero e inventor holandés (Imagen: Semana).
Lodewijk Frederik Ottens fue un ingeniero e inventor holandés (Imagen: Semana).

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“No tengo un medidor de orgullo”, contestó. Y en efecto, no lo tenía. ¿Hubiera podido inventarlo?, muy probablemente sí. Aunque de seguro no lo necesitaba.

Se llamaba Lou Ottens y como muchos otros inventores a lo largo de los últimos cinco siglos, nació en una pequeña nación, los Países Bajos, que si no tuviera el carácter innovador que tiene, hace tiempo hubiese sido devorada por el mar.

Ottens cumpliría 94 años en junio; murió hace unos días, llevándose con él, de seguro, la pregunta que una y otra vez le hicieron durante las últimas décadas. Por cuál de sus dos más célebres inventos sentía más orgullo, por el casete o por el CD.

En 2018, con 90 años en ese momento, Ottens recibió en su casa a un joven empresario que por lo que cuesta un auto sencillo, se había hecho de la última fábrica de casetes en Países Bajos.

El visitante, Thomas Baur, a la sazón, de 32 años, llevaba a Ottens una albricia: su invento, el casete, registraba cada día nuevos pedidos.

ottens casette
Imagen: Getty Images.

Por entonces, Ottens vivía en medio del bosque, cerca de una antigua población neerlandesa llamada Knegsel, histórica pequeña villa situada a su vez cerca de la ciudad de Eindhoven, al sur de Países Bajos, justo donde está Philips, la casa de trabajo por décadas de Ottens.

“No entiendo este nuevo gusto por el casete”, le dijo en la charla a Baur. A todas luces, el sonido del CD es más limpio, remató mientras abría con un desarmador esa cajita de plástico que almacena música, como define al casete la RAE, pero que toda una generación sabe que es mucho más que eso.

NRC, el diario neerlandés atestigua ese encuentro peculiar. “los dos a veces parecen almas gemelas. Cuando hablan apasionadamente de ‘revestimiento de cromo’, ‘cinta ferrosa’, ‘modulación’ y ‘lámina de latón’. Pero difieren completamente sobre la revalorización del casete. “La gente quiere volver a tener un producto físico real en sus manos”, dice Baur con entusiasmo. “¡Continúo con tu legado!”. Ottens no entiende mucho de esto: “El CD es mucho mejor, ¿no?”.

Viene entonces el cúmulo de recuerdos por parte de quien era el jefe del laboratorio de audio de la fábrica de Philips que por los años 50 se hallaba aún en Bélgica.

Han pasado apenas un puñado de años de que acabara la Segunda Guerra Mundial. “Éramos aún unos aprendices”, dice Ottens cuando cuenta cómo RCA sacó al mercado su cartucho de cinta. Estorboso, pero toda una novedad.

Vimos lo de RCA, narra Ottens, hicimos una versión más angosta y cada vez más pequeña y funcionó. Luego pensamos en cómo resolver lo fácil que se estrellaba el cartucho de RCA. Encontramos el poliestireno, faltaba saber en qué estaba la competencia.

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Imagen: Edinhovers.

Ottens fue a Tokio a hablar con su contraparte en Sony. Probamos el casete de inmediato. Quedaron convencidos. A los pocos días los japoneses estaban ya fabricando millones de casetes y grabadoras bajo nuestros estándares, evoca.

Claro que en el contexto de un mundo donde las patentes están sobre monetarizadas, luce extraña la determinación de Philips de no cobrar por cada casete vendido.

Explica su inventor: “En realidad queríamos uno o dos centavos por casete, pero eso no funcionó. Pero si Philips se hubiera quedado la patente, el mercado habría seguido siendo pequeño. Sólo se haría grande si todos usábamos el mismo estándar”.

“No éramos conscientes de la magnitud que tomaría lo que estábamos haciendo”, asevera el inventor, “queríamos resolver un problema y lo conseguimos”.

Algo de Ottens va, sin embargo, de lo práctico al estereotipo de quien vive concentrado en las operaciones que su cerebro realiza.

Se cuenta que alguna vez usó un aparato de colección para ayudar a sostener el gato de su auto, al que se le había ponchado una llanta. Cuando estuvo arreglada, Ottens olvidó el aparato sobre la carretera.

Su interlocutor, Baur, es más sofisticado en la construcción de sus formulaciones culturales.

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Imagen: Getty Images.

“Cada vez más personas ven el encanto de una cinta de casete a pesar de las limitaciones técnicas. Una caja de plástico tan simple simboliza la experiencia física de la música que cada vez hemos perdido”, sostiene Baur.

Continúa el neo fabricante de casetes vintage: “Doce horas de música ahora fluyen desde su teléfono, por lo que no tiene que hacer nada: no abrir la tapa, no cambiar la banda, ni siquiera presionar un botón. El hecho de que la gente quiera volver a reproducir casetes indica algo”.

“He hecho muchos tocadiscos y sé que la distorsión con el vinilo es mucho mayor. Pero algunas personas lo llaman “sonido cálido”. Siempre hay locos que quieren mirar al pasado. Siempre hay un mercado para eso “, responde Ottens.

Encoje de hombros. “Creo –dice Ottens por último– en aquella casa rodeada de las altas coníferas de la provincia de Bravante, que la gente escucha lo que quiere oír”.

Donde esté ahora, adónde vaya ahora, a Ottens acompaña un bolígrafo por si tiene que desatorar la cinta de su casete, y en ésta: pájaros que van cantando.

Dentro.

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