A pesar de las recomendaciones emitidas por las agencias de salud, el gobierno federal de Estados Unidos ejerció una fuerte presión para que las universidades norteamericanas comenzaran el nuevo ciclo escolar de manera presencial. Podría decirse que este regreso forzado ha sido la crónica de un desastre anunciado. En cuestión de semanas, se han presentado más de 50 mil casos de COVID-19 en las comunidades universitarias, haciendo de los campus uno de los mayores centros de contagio en Estados Unidos. Dada esta situación, varias universidades han optado por dar marcha atrás a la educación presencial tan sólo a unos días de haber reabierto sus puertas a los estudiantes.
La reapertura para impartir clases presenciales, en muchos casos llevada a cabo sin gradualidad ni escalonamiento, ha resultado sin duda un error de política y está imponiendo costos muy altos. Los brotes se multiplican no sólo entre la comunidad de estudiantes, sino que el virus se ha esparcido a las poblaciones aledañas a las universidades afectando a miles de personas. Se estima que la reapertura de las instituciones de educación superior ha causado alrededor de 3 mil casos positivos de COVID-19 al día en Estados Unidos, los cuales habrían podido evitarse si las clases hubieran permanecido en la modalidad en línea.
Varios razones explican por qué las universidades cedieron ante la presión de la reapertura. Por un lado, los estudiantes no valoran de igual manera la educación en línea y la educación presencial. La Universidad de Harvard reporta que uno de cada cinco estudiantes del primer año decidió aplazar su inscripción hasta el siguiente ciclo, cuando se espera que la instrucción se dé dentro del aula. Aún más, de acuerdo con los datos de la encuesta Simpson-Scarborough, el 40% de los estudiantes de nivel superior consideró muy probable no inscribirse para el semestre de otoño si las clases continúan en línea. Incluso, grupos de estudiantes y padres de familia han exigido reducciones en el costo de las colegiaturas de hasta un 50% (ej. la Universidad de Chicago).
La percepción de los estudiantes es que la experiencia académica se ve “disminuida” en la modalidad a distancia, y con ello, cuanto más tiempo se obligue a operar de forma remota, más presión tendrán las universidades para reducir sus precios. Sin embargo, a diferencia de lo que la mayoría pudiera pensar, el aprendizaje en la modalidad en línea aumenta el gasto de operación de las instituciones, puesto que se incurren en costos no contemplados previamente como capacitaciones para enfrentar la pandemia en los recintos escolares, licencias de plataformas y softwares que antes sencillamente no eran tan requeridos.
El American Council on Education estima que la reapertura en este otoño incrementará un 10% el gasto regular de las casi 5,000 instituciones de educación superior estadounidenses. En otras palabras, este 10% representa alrededor de 70 mil millones de dólares que las universidades tendrán que desembolsar adicionalmente para continuar ofreciendo sus servicios en la modalidad en línea.
El presidente Trump, como era de esperarse, también ha influido en la obligada reapertura. Ha despreciado la educación en línea al declarar que “no hay nada como estar con un maestro en lugar de con una computadora”; y ha dicho que para “los estudiantes universitarios la probabilidad de enfermar gravemente de COVID-19 es menor”. Además, ha amenazado con recortar fondos federales a las escuelas que no reanuden clases presenciales. Por si esto fuera poco, en julio anunció que los estudiantes extranjeros no podían permanecer en Estados Unidos para tomar clases en línea, lo que hubiera significado un duro golpe económico para un sistema universitario que tiene más de 1 millón de alumnos extranjeros, que representaron 50 mil millones de dólares en 2018.
De cualquier modo, se espera una caída en la recepción de estudiantes internacionales como producto de la pandemia, lo que agudiza la presión financiera de las universidades. El American Council on Education proyecta una reducción de 25% en esta matrícula y NAFSA calcula pérdidas de 10 mil millones de dólares.
Ante las presiones del mercado y el bullying del gobierno federal, las universidades no tuvieron otra opción que abrir. Paradójicamente, todas tenían estrictos protocolos sanitarios, pero no han sido suficientes para contener el avance de la pandemia. Como dijo Randy Woodson, Rector de la Universidad Estatal de Carolina del Norte: “teníamos un muy buen plan para la reapertura, pero éste no sirvió fuera del campus, en los lugares donde conviven y se contagian los jóvenes; ni en los lugares a donde llevan la propagación del virus”.
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