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Juan Patricio Lombera

El viento del Este

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Tan sólo hay una cosa que me levanta el ánimo cuando pienso en México y ésta es su gente. Los mexicanos han demostrado en estos 50 años de los que hablo…

Foto: Expansión Política.
Foto: Expansión Política.

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CATEGORÍA: Cultura | El viento del Este | Opinión


Se acerca la Navidad y este año tengo la fortuna de viajar a México y pasar las festividades con mi familia. Además, podré ver a algunas amistades y degustar algunos de los platos que siempre me han gustado en estas fechas, tales como los romeritos, el bacalao, el pavo con salsa de arándano, un pastel de frutas, etc. Siempre me ha gustado la Ciudad de México, donde he pasado la mitad de mi vida y que ha configurado, inevitablemente, mi carácter y contribuido a formar la persona que soy. Para bien o para mal. A esto último también han contribuido los amigos y profesores que he tenido. Todos excelentes personas. Por supuesto, también me encanta la riqueza de paisajes de nuestro gran país. Uno de mis últimos viajes al interior de la República lo hice a Santa Clara del Cobre, en el mítico tren llamado “el Chepe”; el único de pasajeros en la República.

Sin embargo, ir a México, en los últimos años, también me resulta una triste tarea. Me explico. Cuando dejé el país, México seguía viviendo bajo la dictadura ya en decadencia del PRI, los efectos de la crisis del 94 aún estaban presentes, aunque lo peor ya había pasado, y no se veía ningún horizonte de esperanza. Recuerdo que, en los años 80, tras ganar un importante premio literario, un amigo de mi padre había respondido a la pregunta de un periodista que él no le veía ningún futuro a México. Así pensaba yo en aquel entonces. Sin embargo, al poco tiempo de llegar a Madrid, las cosas sí empezaron a cambiar. En las elecciones de 1997, el PRI perdía por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados e incluso el PRD conseguía hacerse con la alcaldía de la Ciudad de México. Por si fuera poco, la economía remontaba a marchas forzadas, según los indicadores macroeconómicos. En el año 2000 ocurría el milagro. Tras 71 años de poder omnímodo, caía la dictadura perfecta del PRI, como la acuñó Vargas Llosa. Por fin teníamos una democracia. Era cuestión de tiempo para que el país, cuya economía mantenía un constante crecimiento, empezase a dejar atrás la miseria y la pobreza y pasase a tener una robusta clase media que, como todos sabemos, es la piedra angular de las democracias.

Feliz Navidad CDMX
Foto: Dónde ir.

Y, de hecho, en la primera década de este siglo el número de pobres y miserables se redujo. En Chiapas, se llegó a un acuerdo tácito con el EZLN y el surgimiento de los caracoles y el país seguía creciendo en términos macroeconómicos. Las elecciones de 2006 marcaron una ruptura de estas ilusiones. El carácter bronco de la campaña y las acusaciones falsas o verdaderas de fraude electoral por parte de AMLO levantaron una sospecha sobre la rectitud del camino emprendido. Sin embargo, fue la crisis de 2008 la que marcó un retroceso brutal en el nivel de vida de los mexicanos del cual, hasta el día de hoy, aún no se han recuperado. Desafortunadamente también fue en esa época en que se desbocó la violencia. Eso sí es algo que no conocí en mis años mozos cuando me iba a la playa con mis amigos con sólo 15 años. Actualmente los asesinatos están en su punto más elevado y nadie puede prever cuándo bajará la tasa de homicidios.

A lo largo de mi vida me ha tocado ver cómo las grandes expectativas de mejora son brutalmente borradas por una gran crisis. Ocurrió en 1982, poco tiempo después de que López Portillo dijera que había que prepararse para administrar bien la riqueza. Ocurrió en 1994 cuando se suponía que íbamos a entrar en el primer mundo con el año nuevo y nos encontramos con la rebelión zapatista como preludio del annus horribilis cuyo colofón fue la terrible crisis económica que dejó a miles en la miseria. Recuerdo que, en 1995, mucha gente que lo había perdido todo se tiraba en el metro. Por cierto, las medidas que se tomaron en México con la creación del FOBAPROA para salvar a los bancos y luego endilgarle la deuda a la sociedad civil, fueron copiadas al pie de la letra en la Unión Europea quince años después. Y finalmente, ocurrió también en el 2008. Sin embargo, lo que más me entristece a mis casi 50 años de vida, es la miseria de la clase política. En efecto, en mi período de vida han coincido en el poder políticos corruptos, políticos incompetentes e incluso sanguinarios. Hasta ha habido algunos que han hecho pleno en este cúmulo de desgracias. Y como diría un nefasto político sureño refiriéndose a los precandidatos del PRI en los años 70: “la caballada está flaca”.

Tan sólo hay una cosa que me levanta el ánimo cuando pienso en México y ésta es su gente. Los mexicanos han demostrado en estos 50 años de los que hablo, y a lo largo de toda su historia, una gran resiliencia. Ya sea cuando hay desastres naturales, conflictos armados o crisis económicas, los mexicanos siempre han mostrado un gran aguante y una gran solidaridad. Por sólo citar un ejemplo, todos recordamos cómo los ciudadanos se organizaron para remover escombros y ayudar a los afectados del temblor de 1985 ante la incompetencia de sus autoridades.

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