Un momento de sinceridad
Gonzalo Rojas-May

La tierra de los espejos

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El imperativo moral no es callar al potencial abusador. Acorralar al nazi que, teóricamente, puede vivir en cada uno de nosotros no lo hace desaparecer. Censurar al revolucionario que aspira a hacer justicia…

Imagen: Ipaitingsforsale.com.
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Lectura: ( Palabras)

Ya no nos reímos de lo que nos solíamos reír. 

La era de lo “políticamente correcto” nos ha hecho ver lo crueles, poco empáticos, prejuiciosos y discriminadores que fuimos en el pasado. Durante siglos, las sociedades avalaron la burla y el maltrato colectivo de minorías.  ¿Había consciencia de lo que de decía y hacía para ridiculizar al “otro”?, ¿éramos capaces de dimensionar el daño psicológico y moral que infringíamos a quienes considerábamos “raros”?, ¿cuál era el origen de la suma de recelos, suspicacias y arbitrariedades que se escondían detrás de nuestras sonrisas burlonas y nuestras carcajadas?, ¿de dónde nace nuestra tendencia a la segregación?

Las respuestas a esas preguntas están aún en desarrollo.  Así y todo, desde La banalidad del mal de Hannah Arendt a El origen del odio de Alice Miller, el siglo XX con toda su brutalidad y horror, dio espacio también a algunas de las más profundas y lúcidas reflexiones sobre el porqué de las conductas crueles y genocidas de la especie humana.

Al día de hoy somos claramente más conscientes de que hay comportamientos, discursos e ideas que no son éticamente aceptables. Que la dignidad humana supone un respeto no sólo político, sino que también, psicológico, social y cultural del individuo; que no hay justificación alguna para ningún tipo de sesgo o discriminación. Hasta ahí todo bien. La premisa se ve lógica, parece justa e invita al aplauso unánime.

lobo disfrazado de oveja

Pero una deliberación seria supone no sólo hacerse eco de la moral del siglo XXI. Si en verdad queremos adentrarnos en las zonas grises y oscuras de nuestros comportamientos, necesariamente, debemos abordar los bordes más complejos de nuestra forma de razonar y entender el mundo. No basta con dejar de reírnos de lo que solíamos hacer mofa. No es suficiente declararse indignado frente a un sesgo o acto de exclusión, es inútil la denuncia pública del acosador o maltratador si no se le intenta comprender. 

El imperativo moral no es callar al potencial abusador. Acorralar al nazi que, teóricamente, puede vivir en cada uno de nosotros no lo hace desaparecer. Censurar al revolucionario que aspira a hacer justicia por su propia mano y a refundar la historia de nuestras naciones, en nombre de los sometidos y abusados, no va a evitar que, de acceder al poder, sus supuestos actos de reparación y equidad no se puedan convertir en un nuevo ciclo de atrocidades.

moral y ética
Imagen: La Casa Encendida.

La prioridad ética de nuestros días nos pide ser mucho menos “políticamente correctos” y mucho más inquisitivamente desconfiados. No del otro, sino que en primer lugar de nosotros mismos. A todos nos viene bien, de vez en cuando, sincerar nuestra agenda propia y preguntarnos por dónde andan nuestros pensamientos y en qué están nuestros verdaderos deseos.

Hace unos años una paciente me dijo “me da miedo no lo que digo, sino lo que pienso”. Por ahí puede estar la clave para empezar a cambiar nuestra historia como especie.

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