Viene un debate, falso porque no corresponde con el día a día de la mayor parte de la población, pero importante en ciertos segmentos de nuestra ciudadanía en los que las supuestas diferencias nos han dividido a tal grado que no hay forma de ponernos de acuerdo; lo que es impreciso, porque somos mayoritariamente una sociedad arraigada en buenos principios y en buenos valores.
Echar raíces es una expresión que resume el deseo de pertenecer a una comunidad y compartir intereses para progresivamente vivir mejor. Somos una especie que por naturaleza necesitamos la compañía de otros semejantes y por ello formamos grupos con los que coincidimos en preferencias y en anhelos. Conforme la sociedad se consolida, y se vuelve más inteligente y capaz de organizarse, esos deseos se transforman en ideales y en propósitos.
La desigualdad, uno de nuestros males más profundos, ha debilitado el tejido social hasta provocar una contradicción sobre cómo acercarse a la mayoría y qué valores se considera que compartimos las y los ciudadanos. El problema es que identificarse con la gente está menos relacionado con lo que se prefiere y muy conectado con lo que se necesita.
Sé que estamos acostumbrados a pensar que nos movemos por impulsos y que haremos lo que al final de ponga de moda o tenga el respaldo de quienes nos rodean, pero no es tan simple, ni lo somos nosotros. Funcionará con algunas tácticas de mercadotecnia y de la publicidad; sin embargo, el gran paso que hemos dado como sociedad es el desarrollo de una consciencia sobre lo que debemos hacer si queremos avanzar y en ese sentido, ya no cualquier producto, por atractiva que sea su envoltura, llama nuestra atención.
Escribo lo anterior, porque en este momento creo que sería impensable que alguien propusiera una ruta distinta a la de los apoyos sociales que se ha desplegado en estos cinco años a favor de sectores de la población que estuvieron abandonados por décadas y que después se volvieron una moda dentro de las propuestas que nos hacían cada tres y cada seis años.
Uno de esos sectores olvidados, incluso hasta ocasionar una crisis internacional en el aparentemente lejano 1994, fueron los pueblos originarios y las comunidades indígenas. No voy ni siquiera a mencionar algún vínculo familiar o personal con alguno o alguna, simplemente porque mi origen y mis raíces están orgullosamente en la Ciudad de México y, previamente a ello, está una historia de migración como la de miles de personas que encontraron en nuestro país refugio y patria, que no es menor cuando hablamos acerca de dónde venimos y en qué lugares se afianza nuestra identidad. Tendremos que ser cuidadosos para analizar bien qué es lo que se nos presentará como opción de un cambio de época que ha transformado el equilibrio de poder en todos los niveles. Creo que pensar en crear una imagen a partir de ciertos rasgos y elementos, no tendrá más peso que la biografía, las causas que se han defendido, el desempeño en un cargo público y las ideas que se han expresado sobre, por ejemplo, los programas sociales que benefician a las y los adultos mayores, los jóvenes y la niñez, entro otros segmentos sociales.
Si ya nadie cuestiona la política social, tampoco pienso que lo harán con el manejo macroeconómico, la soberanía, la autosuficiencia alimentaria y energética, además de la estrategia de pacificación que ha dejado abandonada la idea de que solo se puede alcanzar la tranquilidad con el uso de la fuerza. ¿Qué propuestas nos harán que sean una alternativa viable, entonces?
Estoy convencido de que la siguiente etapa es de consolidación de los resultados que se han obtenido en un lustro complejo, pero productivo, que sí ha modificado el desequilibrio que existía en nuestra sociedad y ha generado una nueva consciencia y hasta nuevas formas de dialogar y debatir.
El riesgo siempre es que regresemos a las viejas formas que desprecian a una mayoría activa, que empieza a desarrollar la corresponsabilidad como una manera de adoptar comportamientos y actitudes que marquen diferencias definitivas con lo sucedido en el pasado. No hay publicidad tan fuerte, ni tácticas de convencimiento que nos hagan olvidar lo que ya vivimos como ciudadanos y vecinos. La congruencia es una de las raíces más fuertes de un ser humano y la consistencia es el origen de cualquier caso de éxito; todo lo demás es, tristemente, envoltura.
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