Pienso que muchas de las ideas que nos separan provienen de apariencias y de suposiciones que nos impiden conocernos realmente para ponernos de acuerdo sobre cómo resolver, desde la ciudadanía, todos los problemas que nos son comunes y que estamos a la expectativa de que alguien más los solucione.
Son una especie de fantasmas a los que les tenemos un miedo heredado por generaciones, a pesar de que ninguno se ha materializado o existe en la realidad. No los vemos, aunque hablamos de ellos todo el tiempo y su presencia en nuestra mente nos inmoviliza y no nos deja organizarnos bien como sociedad.
Creemos que nuestras fobias y diferencias son parte de nuestra identidad social, lo que logra que estemos desconectados más tiempo de lo que deberíamos, si lo que buscamos en verdad es una comunidad que esté pendiente de la mayoría de sus integrantes.
Hemos dedicado mucho tiempo en seleccionarnos bajo parámetros que no son ni ciertos, ni convenientes, principalmente porque somos un país que tiene, entre sus diversos retos, que reducir una desigualdad que le da fuerza a la inseguridad, a la discriminación y al racismo.
He de afirmar que, solo un segmento de la población cuenta con las herramientas para tomar decisiones, es perder de vista que las acciones más trascendentales de nuestra historia reciente han sido llevadas a cabo por una representación de millones de mexicanos que provienen de orígenes variados y que abarcan todos los grados de preparación académica, rangos de edad y de ingreso; además de regiones y zonas que incluyen a la población en áreas rurales y urbanas.
Esto demuestra que los cambios reales son impulsados por una colectividad que coincide en diversos aspectos de la discusión pública y de las necesidades sociales y, cuando obtiene la oportunidad, actúan en consecuencia.
Llevamos cuatros años de un cambio de época, no solo de forma de administración del país, y seguimos teniendo los mismos fantasmas del pasado y hemos incorporado algunos nuevos para cubrir con una narrativa que se ajuste a nuestra opinión, sin darnos la oportunidad de escuchar otras voces o de tratar de comprender los argumentos de quienes no piensan como uno.
Todos los temas de preocupación general tienen sus espectros y los vamos alimentando desde el grupo social al que pensamos que pertenecemos. Eso es un error. Nuestro propósito debe ser construir una sola sociedad que resuelva, por mayoría, los desafíos que viene arrastrando y los que han surgido, como la pandemia.
De reconocer esos fantasmas que nos detienen, porque su función es provocar miedo y paralizarnos momentáneamente, depende dar respuesta a esos pendientes sociales que tanto conocemos, pero que no parecen resolverse con nada.
Ese también es un espejismo, porque tener la oportunidad de reflexionar sobre los comportamientos que no nos ayudan es un logro social al que no le damos la importancia suficiente.
¿Cómo identificamos a los fantasmas que nos corresponden? Son los mismos que nos frenan para encontrar la respuesta a muchas de nuestras quejas ciudadanas, así que los conocemos bien y no hace falta mencionarlos. Cada uno puede alejarlos rápidamente, si cae en la cuenta de que tenemos muchos retos, grandes problemas, pero que ninguno es tan grande frente una sociedad organizada.
Hace falta pensar bien qué es lo que debemos llevar a cabo en la realidad para que nuestras preocupaciones cotidianas sean prioridad en nuestra manera de actuar y de pensar. Las instituciones tienen obligaciones muy claras y las autoridades elegidas por nosotros, más; sin embargo, tenemos deberes cívicos que no están aislados o nos eximen de hacer una diferencia en nuestro entorno familiar, vecinal, laboral y de comunidad.
¿No queremos violencia? No la permitamos, ni dejemos que haya impunidad cuando un evento agresivo ocurra. ¿Dividimos a las personas entre los que piensan como nosotros y los que no? Hablemos con la mayoría y entendamos de dónde vienen sus miedos, porque seguramente comparten los nuestros y, de fondo, buscan lo mismo: que la vida sea mejor para todos.