Una de las responsabilidades ciudadanas que no podemos dejar a un lado es el equilibrio. Nuestros problemas cotidianos solo se pueden resolver si actuamos en una misma dirección y con un sentido de que lo que es bueno para la mayoría, es bueno para nosotros.
Conforme avancen los meses, y en un cambio de época como el que estamos experimentando, se nos tratará de enviar a los extremos para hacernos creer que estamos irremediablemente divididos; adelanto que eso no es cierto, somos una sociedad que da muestras claras de entender mucho mejor lo que le ocurre que aquellos que claman diferencias inexistentes.
Podrán decirnos que es la marca de estos tiempos, pero si hablamos un poco entre nosotros y con quienes nos rodean, veremos que estamos en una etapa de coincidencias y nuestros esfuerzos colectivos apuntan más a progresar que a retroceder.
A lo largo del país se consolidan derechos y libertades, se expresan muchos puntos de vista y se hacen evidentes realidades que antes solo se pensaba que estaban reservadas para las grandes urbes. México cambia, por lo que sucede al exterior y por una convicción interna de que ya necesitábamos ir por otro camino.
Pero la transición hacia lo que sigue produce resistencias y altera la balanza cívica que se necesita para llegar a acuerdos, hábitos y comportamientos, que estén dirigidos a mejorar a lograr vivir en paz y con tranquilidad.
Por eso hay que trabajar todos los días por un justo medio, ese punto en el que sabemos que tenemos mucho por hacer, porque todo es perfectible, pero tomamos consciencia de lo que se ha avanzado. Es tan malo pensar que todo se resuelve por arte de magia, como anunciar catástrofes semanales que nunca se materializan.
Contar con una sociedad fuerte, bien organizada, es un trabajo permanente. Las comunidades que logran un piso mínimo para desarrollarse y ampliar sus capacidades mantienen una evaluación constante de sus éxitos y de sus fracasos, con la flexibilidad adecuada para adaptar los resultados sin perder de vista las metas trazadas.
Sin embargo, hasta las sociedades que podemos considerar a la cabeza de esta evolución corren el riesgo de perderse en los extremos, desconfiar de si mismas y desilusionarse con opciones que les prometen lo que no les pueden cumplir. Europa es un ejemplo de ello y la batalla ideológica que vive Estados Unidos son una muestra de lo que puede ocurrir cuando se tiene una imagen distorsionada de una forma de vida y se cae en el todo o nada para defenderla, sea correcta o no.
Nuestro caso, estoy convencido, es distinto, porque la cultura, la historia y los principios que conservamos giran en torno a una unidad familiar, social, que está enfocada en el trabajo, la honestidad y el beneficio general, como formas de mejorar las condiciones de vida.
Eso es precisamente lo que ha chocado muchas veces con posiciones asumidas por quienes ofrecen un pasado que sabemos no era bueno y que pone en la mesa un futuro en el que no hay manera de ponernos de acuerdo en lo fundamental.
Ahí está la importancia del equilibrio y su valor como forma de pensar y de actuar. No hay equipos diferentes, ni estratos que limiten o excluyan a alguien solo porque sí. Tenemos que reflexionar si lo hacemos porque hemos sostenido por demasiado tiempo una escala de valores sustentada en el aprecio al éxito a toda costa y a la riqueza a secas, sin que importara cómo se obtenía.
Poner las cosas en su sitio, darles la relevancia que tienen, discernir si son de utilidad o no para alcanzar una convivencia en armonía, son los elementos que debemos aplicar en nuestra comunicación con otros y fomentar como sociedad inteligente que siempre debemos ser, por el bien de un país que puede demostrar como sí se puede.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.