*De la colección Higiene Social, “Los ritmos de la vida” de Andreas Rohen. Ed. Rudolf Steiner (1991).
En el texto anterior comentamos las primeras etapas de la teoría de Rudolf Steiner con relación a los ritmos de la vida. Esos tres primeros septenios corresponden propiamente al proceso de encarnación de la persona. A los siguientes 21 años corresponde el desarrollo anímico y también están divididos en tres grupos de 7 años. En este tiempo se desarrolla de forma más efectiva la vida terrena.
Así, en el cuarto septenio (21-28 años) el alma sensible impulsa a nuevos encuentros y experiencias. La persona se siente atraída por sus semejantes, por la naturaleza, por el arte, por el mundo. La pregunta de fondo es ¿Cómo experimento el mundo y cómo me experimento a mí mismx dentro de él?
En este cuarto septenio se puede caer en la superficialidad y la vida anímica identificarse con la pasión. Con ello, el alma puede quedar vacía y sin soporte interior al dominarle el aburrimiento y la necesidad de nuevas sensaciones y satisfacciones que llevan a las adicciones.
Al quinto septenio (28-35 años) corresponde la madurez de la mitad de la vida y, por lo tanto, el desarrollo del alma racional y de sentimiento. En este período se llega a una interiorización y transformación de lo vivido en sentimientos propios y una particular visión del mundo.
En este septenio se incrementa el deseo de planificar la vida. La pregunta de esta etapa es ¿cómo se me ordena el mundo y, dentro del mundo, mi propia vida? Ya no solo se trata de vivir la vida, sino de darle sentido y realizarse en ella. Hay mayor equilibrio entre el pensar, el sentir y el querer y se experimenta mayor libertad interior.
De los 35 a los 42 años se pasa al septenio del alma consciente en donde es necesario hacer el cambio interior que corresponde a una mayor comprensión de la espiritualidad propia y del mundo. La pregunta de este período es ¿cómo encuentro mi propio ser y me realizo a mí mismx en el mundo?
En esta etapa se puede entrar en crisis al cuestionar el sentido de la vida llevado hasta entonces y la misión que se percibe hacia el futuro. La solución se encuentra al relacionar el pasado con el futuro lo que incluye en ocasiones darle un nuevo giro a la existencia.
Los siguientes años se caracterizan por el desarrollo espiritual que depende del yo de cada individuo y, por lo tanto, de su libertad. De los 42 a los 49 años surge el germen del yo espiritual que lanza las fuerzan anímicas de la persona a realizar su misión en la vida con una actividad social consciente.
Se considera de los 49 a los 56 como el período inicial del espíritu de vida. La fuerza que impulsaba a la procreación se transforma en nuevas formas de dar vida como el arte que generan cambios de hábitos. En esta etapa se da la transformación de discípulo a sabio maestro gracias a las experiencias acumuladas.
Los años realmente místicos para Rudolf Steiner se dan en el siguiente septenio, entre los 56 y 63 años (cabe mencionar que la expectativa de vida en su tiempo estaba alrededor de esos años). Es el tiempo donde se gesta el hombre espíritu. Estos años son determinados por la profundización interior, la sabia madurez y la justicia (más retributiva que punitiva). Así, la confrontación con la muerte física puede llevar consigo una visión retrospectiva de la propia vida.
En los siguientes años lo espiritual se puede experimentar como una realización en la tierra, como un regalo si se logra que el ser espiritual se refleje en la persona como sabiduría de la vejez.
Así, la vejez ha de comprenderse como el proceso de separación paulatina de las fuerzas anímicas del cuerpo para ponerlas a disposición del obrar espiritual de la persona pues la pérdida de la envoltura significa en aumento de la libertad interior para contraponer un renacimiento a las fuerzas destructivas de la muerte.
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