El año arranca para México con una serie de problemas, amenazas y crisis en distintas áreas. Sin embargo, como si estuviésemos en una situación muy distinta, gran parte de la energía nacional se consume en la polarización política, una carrera electoral más adelantada que nunca y debates innecesarios, como en el caso de la consulta de revocación de mandato. El problema es que la terca y dura realidad no desaparece por el hecho de no prestarle importancia o hablar de otras cosas.
La realidad de la violencia
En la realidad están la violencia sin freno y la impunidad en diversas zonas, no pocas de las cuales parecen, en gran medida, bajo control de la delincuencia o con severa limitación de la gobernabilidad.
Con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el año pasado hubo casi 33 mil homicidios dolosos en el país. En lo que va del sexenio suman más de 102 mil, 17 mil más que en los tres años previos. La tasa por 100 mil habitantes, conforme a esos datos, subió de 25.58 en 2018 a 26.73 en 2021. Para poner en perspectiva, a nivel internacional debe rondar en torno a cinco por cada 100 mil, conforme a estadísticas de Naciones Unidas.
También con información oficial, el año pasado, y todavía sin contar diciembre, hubo más de 269 mil víctimas de delitos contra la vida y la integridad corporal. En el 2018 completo fueron casi 280 mil. Y aquí cabe recordar que la cifra negra (delitos no denunciados o contabilizados), se estima en más de 92 por ciento.
Hace poco se decía desde el gobierno que ya no había masacres en México. El problema es que el que esto ocurra y su eventual erradicación no dependen de dichos, decretos o discursos. Sólo en 2021 hubo al menos 62 masacres (cinco o más personas asesinadas en un mismo hecho). En éstas murieron 436 personas en 16 entidades, de acuerdo con la cuenta del diario Reforma.
La realidad del estancamiento
Mientras tanto, la economía presenta signos claros no sólo de desaceleración, sino de deterioro. Con la inversión contraída y en niveles similares a los de hace 10 años, el panorama, tras la mayor recesión en casi 100 años, es de estancamiento, y como agravante, con la mayor inflación en dos décadas en este momento.
En los 30 años previos al arranque de este sexenio, México creció a una tasa promedio anual de 2.66 por ciento. Si eso ya era insuficiente para las necesidades y el potencial del país, consideremos que en los últimos tres años, de cerrar 2021 con un incremento del PIB de 5.7%, la media anual será -0.9 por ciento.
Suponiendo que en los últimos dos años de la administración creciéramos conforme a la tasa inercial de las tres décadas previas al 2018, el promedio sexenal sería 0.8% anual, menos de la tercera parte. Y ese sería el escenario optimista. Hay ejercicios prospectivos internacionales serios, como los de The Conference Board, que ubican el crecimiento de México abajo del 1.5% anual hasta el 2026: de ser el caso, el promedio sería de 0.48 por ciento.
En suma, seis años perdidos en crecimiento. Así, el año pasado salimos del grupo de las 15 mayores economías del mundo, al ser rebasados por Indonesia. Hace 18 años estábamos entre las primeras 10.
La realidad de la divergencia respecto al crecimiento del mundo
El escenario central para 2022 de la OCDE es que la recuperación económica mundial prosiga en 2022, con el mundo lidiando mejor con la pandemia y que las políticas monetarias y fiscales prosigan en una línea pro crecimiento. Después de una expansión de 5.6% en 2021, la economía global avanzaría a un ritmo de 4.5% este año, para desacelerar a 3.2% en 2023. Para México, proyecta un 3.3% este año y 2.5% en 2023, tras crecer 5.9% en 2021.
En este punto hay que hacer una acotación fundamental: mientras que en 2020 la economía mundial cayó 3.1%, la mexicana se contrajo 8.3%, con datos del Fondo Monetario Internacional (FMI). Como agravante, fuimos uno de los pocos países a los que el Covid-19 sorprendió con tendencias recesivas previas: el PIB mundial avanzó 2.8% en 2019; el nuestro, en cambio, retrocedió 0.3 por ciento.
Además, como ya mencionamos, esas estimaciones para México, dadas a conocer en diciembre, parecen muy arriba, a la luz de las últimas encuestas y prospectivas. Bank of America Securities recién recortó su pronóstico para el crecimiento del país en 2022 a 1.5%, desde el 2.5% anterior, citando una actividad económica interna más débil a la esperada. Un análisis que Credit Suisse acaba de publicar apunta a que seremos una de las pocas naciones cuyo PIB real se mantenga en este año por debajo de los niveles previos a la pandemia, al crecer sólo 1.7 por ciento en 2022. Más preocupante, el estimado aprobado para el presupuesto federal fue 4.1 por ciento. Va a faltar mucho dinero si se cumplen las bajas expectativas actuales.
En esta panorámica, llama la atención la velocidad con que nuestra economía tiende a la divergencia de la estadounidense, cuando por años fue convergente. Si ellos crecían, nosotros igual, y como sería de esperar, podríamos hacerlo más, al haber más cancha para la expansión para un país como el nuestro que en una economía tan desarrollada como la de los vecinos. Ya no es el caso.
La realidad del empobrecimiento y la persistencia de la desigualdad
La OCDE prevé que el PIB de Estados Unidos habrá crecido 5.6% en 2021, para avanzar 3.7% en 2022 y 2.4% en 2023. La cuestión es que viene de 2.2 y -3.4 por ciento en 2019 y 2020, respectivamente, contra nuestro 0 y -8 por ciento. Con esas disparidades en el desempeño económico, no debe sorprender que en la declaración 2021 del FMI para México se subraye la acentuación de la divergencia en el ingreso real per cápita respecto al estadounidense, con proyecciones de que se ampliará aún más a futuro.
El golpe a los ingresos de la población es inevitable. Por lo pronto, en tres años, el PIB per Cápita cayó 10%, o más de 960 dólares menos. Ese dato se agrava si consideramos la desigualdad en la distribución en el ingreso. Según el índice de Gini (0 perfecta igualdad y 1, desigualdad total), en 2018, según las estadísticas del Banco Mundial, estábamos en 0.45. En 2021, conforme a datos de pobreza laboral del Coneval, estábamos en poco más de 0.5. De acuerdo con esta institución, responsable de la medición de la pobreza, entre 2018 y 2020, la población en dicha situación pasó de 41.9 a 43.9 por ciento del total, y de 51.9 a 55.7 millones de personas.
Así, todo indica que México ya no tiende a la convergencia económica hacia el norte, sino al sur: el problema es que América Latina es una de las regiones con menor dinamismo del mundo.
La economía de la región cayó 7% en 2020 y se estima que creció 6.3% en 2021, de acuerdo con la última prospectiva del FMI, que prevé un avance 3% en 2022. Sería el peor resultado de todas las regiones. Debajo de las economías avanzadas, para las que proyecta un 4.5% en 2022; más aún de las emergentes y en desarrollo, con pronóstico de 5.1%; y lejísimos de los países de Asia, para los que espera una expansión de 6.3 por ciento.
En suma, en estos tres años nuestra economía se hizo más pequeña, con menos ingresos distribuibles, mayor desigualdad en la distribución y más personas en pobreza.
La realidad de los riesgos a la estabilidad
La crisis en seguridad pública y los problemas crecientes en la economía se dan en el contexto de otra oleada de contagios por el Covid-19, sin que acabemos de ser capaces de implementar una respuesta efectiva y oportuna. Sobre todo, ha quedado al desnudo una gran precariedad de nuestro sistema de salud, con desabastos de medicinas que, más allá de los problemas heredados, son una trágica novedad.
Por si fuera poco, preocupa la falta de rumbo en materia ambiental, cuando se acumulan los signos y los peligros por una catástrofe climática global. Hace tiempo dejó el terreno de lo probable, para ser algo seguro ante lo que hay que actuar ya, pero en nuestra agenda nacional es apenas una nota al margen, y solo ocasionalmente.
Más inminente, crecen los focos rojos para la estabilidad macroeconómica, y con ella para la estabilidad política y social, mientras la economía global se enfila a un cambio de ciclo tendiente al fortalecimiento del dólar y alzas en las tasas de interés. Inevitablemente, presionará las finanzas públicas, que adolecen de vulnerabilidades que se agravan día a día. Es el caso de Pemex y sus pérdidas astronómicas, o la alerta por la incertidumbre derivada de la iniciativa de contrarreforma eléctrica: de pasar, costaría decenas de miles de millones de dólares al gobierno y al país.
En esas circunstancias, han aumentado el déficit y la deuda en términos relativos. Y esto, a la par de que se recortaron significativamente las capacidades del Estado, con la desaparición de varias instituciones y dependencias. No solo eso: fuimos uno de los pocos países sin política fiscal contracíclica ni apoyos para empresas y personas durante la recesión pandémica. De cualquier modo, a cambio de gasto corriente y proyectos de inversión de dudosa viabilidad, nos quedamos sin múltiples fideicomisos, fondos y ahorros para emergencias.
La realidad de la falta de diálogo constructivo
Entre tanto, a pesar de esta crisis multidimensional, no se ve en el horizonte que se le dé una oportunidad al diálogo con las formaciones políticas y los diversos sectores del país, en un marco de interlocución rota. Esto reproduce la división, el conflicto, la intransigencia.
Hay una enorme incertidumbre que paraliza la planeación en muchos sectores, ante un aumento de la opacidad y la discrecionalidad en la gestión gubernamental. Mientras, se acentúa la desconfianza para trabajar en los problemas y oportunidades comunes, y se frena o lastra el emprendimiento, la inversión, el desarrollo de proyectos de toda índole en la sociedad.
Hay que insistir: debe tomarse en serio a los datos de la realidad. Un país y un pueblo –que en una república somos todos– pueden abstraerse en el teatro de la política –o más bien de los políticos– por un tiempo. Lo que no se puede es vivir de ello indefinidamente. El mensaje de la realidad está ahí para recordarlo. Urge tomarlo en serio.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
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