Logística y Bienestar
Luis Wertman

Construcción Ciudadana

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¿Puede un gobierno ofrecer los mismos servicios que un sector económico? Sí. Y puede hasta funcionar mejor para la gente.

Lectura: ( Palabras)

La primera relación mental que podemos hacer con la palabra “empresa” es de una compañía privada, con cubículos, empleados y directivos, en un edificio acristalado en el centro de una gran ciudad; pero no es la única y tampoco es el origen de una palabra que no sólo remite a la idea clásica del negocio.

La etimología de “empresa” es curiosa, porque remite a dos significados: impulsar desde dentro y desarrollar una tarea o trabajo. Unidas, refieren la persecución de una meta, por lo general una que no se había intentado antes.

En otras épocas, una empresa era comparada con una aventura o un objetivo de riesgo. Cualquier expedición, búsqueda para obtener una gran recompensa o un descubrimiento importante, era definido así.

Ha habido muchas empresas a lo largo de la historia, comenzando con la conquista de nuevas tierras e incluso con avances científicos y tecnológicos. Formalizar esta persecución de riquezas fue lo que creó las primeras compañías y los bancos que las fondeaban para comerciar las materias primeras y las mercancías que surgían de las colonias.

Como era una actividad de alto riesgo, tanto financiero como humano, quienes aportaban el capital eran generalmente personas relacionadas con las cortes o nobles dueños de fortunas familiares. Una buena decisión podía derivar en riquezas incalculables; una mala, podía arruinar a una nación completa.

A lo largo del siglo anterior y del que vivimos ahora, la palabra empresa pasó a ser propiedad auténticamente privada al referirse a operaciones en las que no está involucrado directamente un gobierno, más allá de la regulación de sus actividades. Una definición que antes significaba una misión del Estado se transformó en una que explicaba la naturaleza de los negocios, a pesar de que la misma globalización que fue tan popular hace 40 años era un símil de otras expansiones comerciales que se dieron conforme el mundo fue descubierto.

Hoy puede sonar distinto, frente a la polémica artificial de que un gobierno que lanza empresas rompe con el modelo económico que ha reinado durante medio siglo y trae de regreso otro que caducó antes de la caída del Muro de Berlín. Solo que eso nunca ha sido enteramente cierto.

Aunque no se dice mucho, las grandes inversiones vienen en su mayoría de los gobiernos, vía los impuestos de todos nosotros, para impulsar iniciativas de compañías privadas que pueden ser más rápidas en lograr un objetivo. Menciono un ejemplo muy cercano, las vacunas que nos han sacado de la pandemia fueron financiadas con dinero público y desarrolladas por laboratorios, varios especializados, que no eran grandes jugadores en la industria de la salud, pero sí contaban con los científicos para desarrollar una solución que redujera el peligro de un nuevo virus. La decisión de proporcionar las vacunas de manera gratuita fue de los gobiernos, entre ellos el de México, a través de la compra directa de las mismas, lo que salvó a millones de personas que tal vez no hubieran contado con los recursos para comprar las dosis que les correspondían.

Acabamos de presenciar hace semanas un rescate global de bancos quebrados para evitar una crisis económica en el mundo, con una solución híbrida entre la inyección de dinero público para proteger a los ahorradores y la adquisición inmediata de esas instituciones por sus propios competidores. No sé si una solución así hubiera podido darse antes de la gran crisis del 2008.

La realidad es que un gobierno puede establecer empresas públicas con un sentido social, enfocadas en el bienestar de la población menos favorecida; mientras compañías privadas siguen ofreciendo bienes y servicios a cambio de un precio que genere ganancias para sus accionistas.

En estricto sentido, una empresa siempre representará un reto y muchos riesgos calculados, además del trabajo de cientos de personas, sea pública o privada. El Gobierno de México presentó desde el inicio un cambio de rumbo para rescatar empresas públicas, crear otras y ampliar las operaciones de varias que ya existían, pero no se habían desarrollado.

¿Puede un gobierno ofrecer los mismos servicios que un sector económico? Sí. Y puede hasta funcionar mejor para la gente. La clave es tener claro el objetivo que persigue la empresa, basado en lo estratégico que es su propósito para el país. Es una diferencia de enfoque: en lo privado pueden contar más las utilidades; en lo público, lo que tiene mayor peso son los beneficiarios.

Comparto una experiencia directa. A partir del primero de abril, en una segunda etapa de expansión que inició el primer día del año en curso, el Servicio de Protección Federal custodia más de 2 mil sucursales del Banco del Bienestar, una institución financiera creada por el Estado mexicano.

Fue un reto de logística para desplegar a miles de integrantes a ubicaciones remotas, que tienen el objetivo de brindar servicios que nunca ha ofrecido la banca comercial, precisamente porque no es suficiente negocio tener una instalación en áreas apartadas de un centro urbano. Este banco social, evidentemente, tiene un propósito diferente y es el de acercar una sucursal a esas poblaciones.

A casi una semana de la apertura de este servicio, que representó un crecimiento en el primer trimestre del año de miles de puntos de custodia, tuvimos incidentes menores que podrían considerarse normales en una compañía privada que, en nueve semanas tuviera que multiplicar, digamos, sus puntos “de venta”.

Existe una coincidencia entre la empresa pública y la empresa privada y ese el impulso de soluciones que ayuden a beneficiar a la población que se convierte en usuario. La calidad y la calidez en el servicio debe ser un estándar en ambas, igual que la meta final: mejorar las condiciones de vida de toda la población en el país con eficiencia, eficacia, sentido social y utilidades razonables.

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