Tener reuniones en oficinas gubernamentales implica encontrar como constante a la fotografía enmarcada del Presidente de la República (cual telenovela). Sin embargo, esta caricatura clásica del gobierno no necesariamente es fiel a la realidad, pues sí hay quienes realmente intentan generar políticas públicas que beneficien a la gente (al menos conozco un par que si lo intentan…). Además de la grilla política, las agendas ocultas y la mera corrupción, hay un par de factores determinantes (pero poco tomados en cuenta) en el fracaso común a la hora de intentar aplicar nuevas políticas públicas: la naturaleza del mercado. Éste como cualquier sistema, reaccionará inmediatamente a los cambios introducidos a través de compensar de alguna forma y de paso generando efectos secundarios (y muchos indeseables).
Así, a la hora de planear una nueva política, los integrantes del gobierno instintivamente intentan atacar al efecto directamente. Si es un problema de precios, como el alto costo de la vivienda en la CDMX (que hasta antes de la pandemia incrementaba en al menos 2% sobre la inflación anual), buscan ponerle techo o base (como al salario mínimo). Si es un problema de actividades indeseables, como las apuestas, o de productos, como las drogas, las prohíben. El asunto está en que se conceptualiza al efecto o la expresión del problema como el problema en sí y no a su origen, es decir, se enfocan en solucionar la forma y olvidan el fondo (como intentar tapar el sol con un dedo). En el mejor de los casos intentan solucionar la causa inmediata pero no al origen (como atacar al narcotráfico para eliminar las drogas). Lejos de eliminar el efecto, al mantener la causa raíz vigente se producen toda clase de efectos secundarios (durante los años secos de Estados Unidos, la criminalidad incremento en más de 600%).
La verdadera solución se encuentra en atacar dichas causas raíz directamente, anticipando los ajustes que hará el mercado. Por ejemplo, de poco sirve topar el precio de la tortilla mientras el maíz que se compre tenga que venir del extranjero, pues el campo mexicano no es capaz de producir suficiente (y no es que falten tierras, ni campesinos). Mucho mejor solución es invertir en el campo, con tecnología y un sistema propietario más eficiente que los ejidos (y no es que la repartición de tierras haya sido mala idea, sino que un montón de parcelas que producen poco no sacará de pobres al país).
Lo mismo aplica para las drogas y para las apuestas. Prohibirlas ante su alta demanda sólo termina en narcotráfico y comercio ilícito, indudablemente generando que el sistema compense con más violencia y reducción en la calidad de vida. Si gran parte de dicha demanda está en nuestros jóvenes, la solución probablemente esté en la educación (y si la demanda viene del norte, quizás deberían solucionarlo los del norte…). Si el problema es el despilfarro social en casinos, probablemente la solución no sea limitar algunos despilfarradores, sino en regresar esos recursos para muchos, gravando las ganancias de estos establecimientos.
Y el problema no son las fotografías presidenciales… sino pensar que la solución está sólo en el presidente…
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