La historia nos enseña que las Naciones Unidas es una organización internacional fundada en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, por 51 países que se comprometieron a mantener la paz y la seguridad internacionales y promover los derechos humanos. La realidad nos dice que la ONU tuvo su origen en un movimiento conocido como la liga de las naciones, fundado en 1921 y auspiciado por David Rockefeller y otros magnates con la siempre velada idea de un control único del planeta.
La agenda oculta y la idea de un control único del planeta han estado siempre presentes, y ahora con motivo de la Agenda mundialista 2030, ha quedado manifiesto.
La nueva agenda se presenta como un plan de acción que se propone acabar con el hambre, la pobreza y la contaminación de aquí a 2030 y promover una prosperidad económica compartida, el desarrollo social y la protección ambiental para todos los países.
La retórica es fantástica, como cuento de Hadas o como el sueño de eliminar la pobreza y asegurar el agua y la salud para todos, lograr un mundo sin hambre, con educación de calidad, paz y justicia, energía asequible y no contaminante, protección de los océanos y cuidado por la naturaleza.
La realidad ha sido otra, en el primer año de aplicación de la famosa Agenda 2030, la pobreza no sólo no disminuyó, sino que aumentó en 150 millones para 2021, mientras que el hambre se incrementó en tan sólo un año un 10% en el planeta, el clima continúa a todas luces deteriorándose y, en términos de salud, la mortalidad aumentó considerablemente.
Pero eso no parece ser tan importante para la ONU, de hecho, nadie habla de fracaso de la Agenda 2030. Es más, se trabaja con fuerza con todo tipo de organizaciones para que se sumen a esta enorme lista de propósitos, que como carta a Santa Claus se muestra tan ambiciosa como inalcanzable. Una utopía global ante la que el mismo Tomás Moro se quedaría corto.
Que nadie se deje engañar, detrás de ese sueño bonito de un mundo mejor se esconde ‒y por eso hablamos de pinochos‒ un esfuerzo global bien orquestado, no de todos los funcionarios de Naciones Unidas, pero al menos sí de algunos por cambiar la cultura y las instituciones del planeta. No cabe duda de que detrás de los objetivos de la Agenda 2030, salud, hambre, clima, pobreza, están los motivos que realmente son importantes para ellos ‒ocultos y velados‒; los objetivos que en verdad les interesan, entre los que destacan “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”, y lo que ellos llaman, “los derechos sexuales y reproductivos de la mujer”.
De este modo, vestido de ropajes que suenan lógicos y atractivos, envueltos en términos de moda ‒derechos, igualdad, empoderamiento, etc.‒, se cuela en la civilización una nueva arquitectura humana impuesta por un pequeño grupo que, envuelto en la bandera de la ONU, desea un control que no le corresponde, un control con tufo a colonización.
En el nuevo orden mundial que pretende la Agenda 2030, el objetivo es construir una sociedad en la que quede superado el concepto hombre/mujer y así formar una sociedad nueva y distinta. La Agenda 2030, centrada en la ruptura antropológica, entiende que las diferencias entre lo masculino y femenino se deben a cánones sociales y culturales, dejando de lado las características biológicas de los individuos. El ser humano nace sexualmente neutral. Y es la sociedad, especialmente a través de la familia, la que determina su inclinación con los roles tradicionales de lo masculino y lo femenino.
Para construir este nuevo orden mundial no hay que hacer revoluciones violentas, sino que hay que cambiar lentamente la mentalidad y el pensamiento de las personas. Cambiar sus valores. Son dos los instrumentos para lograrlo: la presión del Estado a través de su Legislación y la presión de los medios masivos en sus variables informativas, culturales y de entretenimiento.
El otro tema medular es que esos pinochos de la ONU quieren controlar la población y, así, bajo la bandera de unos “derechos sexuales y reproductivos de la mujer”, que en verdad les interesan menos, pretenden implantar en el mundo, preferentemente en el tercer mundo, modelos de control poblacional entre los que sobresale el aborto, manipulando el lenguaje ‒confunden interrupción con terminación y seguridad con riesgos‒, e invirtiendo millones de dólares para lograrlo.
El hombre es el ser más libre de la creación; entre humanos, juzgar o imponer modelos, es una atrocidad. Por eso resulta molesto e invasivo que tras una Agenda que habla de eliminar el hambre, la enfermedad, la contaminación, etc., se pretenda imponer un modelo de civilización planeado sólo por unos cuantos.
No queremos repetir lo que hace años dijo Alexander Solzhenitsyn, analizando el caos que provocó la manipulación socialista en su entorno. “Los hombres se han olvidado de Dios: por eso es por lo que todo esto sucedió”.
@pablomieryteran
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