Las imágenes de Tenzin Gyatzo, Dalái lama y jefe espiritual del budismo tibetano del pasado abril en donde besa a un niño en presencia de otros adultos –lo cual despertó una indignación de escala planetaria– es solo la punta del “iceberg” de un problema relacionado a la pedofilia ciertamente invisibilizado que ha puesto en el mapa global, entre otras denominaciones religiosas, a sacerdotes de la iglesia católica en distintas partes del mundo por supuestos actos de pederastia en contra de menores.
En primer lugar, pienso que la desigualdad de poder es la fuente de la cual se “nutren” quienes han cometido estas acciones deleznables en contra de sus víctimas, a raíz del influjo gravitante en las interrelaciones entre unos u otros.
Al respecto, decía a finales de los setenta del siglo pasado, el extinto filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo francés Michel Foucault en su obra La Ley del pudor que “es posible que el niño, con su propia sexualidad, haya deseado a este adulto, puede incluso haber consentido, puede incluso haber dado el primer paso. Podemos incluso admitir que es él el que ha seducido al adulto. Pero nosotros sabemos perfectamente que, aunque sea el niño que seduzca, siempre correrá un riesgo, y que en todos los casos sufrirá algún daño y algún trauma por el hecho de mantener relaciones con un adulto. Por lo tanto, el niño debe ser ´protegido de sus propios deseos´, aun cuando sus deseos lo lleven hacia un adulto”.
Esto hace patente lo expresado anteriormente por mi persona en el sentido que, los niños ciertamente –y desde los albores de la humanidad– son seres indefensos a quienes se debe proteger desde las instancias naturales y privadas –como ser las familias–, hasta los ámbitos públicos que van desde la escolaridad, instituciones gubernamentales y organismos internacionales.
Si bien es cierto, estos comportamientos son percibidos comunes según los códigos culturales vigentes en cada uno de nuestros países, no es menos cierto que se debe evitar que desde las instituciones nacionales –la mayoría con agendas promovidas desde el exterior– se fomente ideologías de preconización que no hacen más que “invadir” los imaginarios infantiles a partir de la liberización a la más temprana edad de prácticas activo-pasivas que tienen que ver con la gestión de las propias sexualidades y se puede observar grosso modo en los más variados productos que se generan desde las industrias culturales.
En ese orden de ideas, desde la italiana Asociación Meter de Don Fortunato Di Noto, en el contexto de la presentación del Informe 2021 sobre pedofilia se apelaba a “muchos niños deben ser liberados. Demasiados son reducidos a la esclavitud sexual y manipulados por claras ideologías que reducen la vida humana a desecho, a mercancía, a objetos de placer”.
En definitiva, en relación al Dalái lama y su comportamiento, es algo que evidentemente se critica o relativiza dependiendo el ángulo desde el que se hace el cuestionamiento, pues por una parte se generó una avalancha de desaprobación desde los diversos confines de la tierra –por ser un líder ampliamente conocido debido entre otras cosas al Premio Nobel de la Paz de 1989–, pero por otra parte es la versión del entorno cercano del religioso que inmediatamente justificó “su santidad a menudo toma el pelo a las personas que conoce de forma inocente y traviesa, incluso en público y ante las cámaras. Lamenta el incidente”.
Posdata: De acuerdo con Gabriel Vidart, columnista de Infobae –en un escrito del pasado 4 de abril en dicho portal– “los pedófilos además de actuar como depredadores solitarios, también lo hacen al amparo de marcos institucionales, donde a la autoridad del sujeto se le adiciona la complicidad del beneplácito del poder de la organización, que deliberadamente oculta, legitima, tolera o disimula el sometimiento”.
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