Damos por hecho, porque hemos forjado una cultura social así, que frente a los problemas cotidianos siempre nos queda la adaptación y hasta la tolerancia a ellos, con la esperanza de que en algún momento puedan resolverse, aunque eso provoque una apatía civil que puede extenderse rápidamente en muchos segmentos de la sociedad.
Mirar el conflicto desde una óptica serena es una cualidad que se desarrolla con el tiempo, aprender a equilibrar la emoción con la razón es una habilidad que debemos practicar continuamente, pero el cambio real está en actuar y en impulsar esas medidas que sí logran sustituir un mal hábito ciudadano por uno correcto. Es algo más que cambiar de ángulo, lo que causa las transformaciones es la acción decidida para solucionar, de fondo, lo que nos afecta.
En lo personal, y en lo social, la actitud que sirve es la que nos impulsa a movernos para mejorar la situación que en ese momento estamos viviendo. Viktor Frankl, el reconocido neurólogo y psiquiatra que sobrevivió a los campos de concentración nazis, explica claramente que uno es dueño de la actitud que asume frente a cualquier hecho, por terrible que éste sea; pero lo más importante es el sentido que le damos a nuestra vida para superar la adversidad. Es actitud y acción al mismo tiempo.
¿Podemos hablar de una actitud colectiva que nos empuje a la mayoría a cambiar lo que no nos beneficia? Es probable que estemos en uno de esos momentos históricos en los que eso esté sucediendo. Si recordamos qué país teníamos hace cinco años y el país en el que vivimos ahora, reconoceremos modificaciones importantes.
Menciono algunas, porque creo que no volverán a repetirse pronto: el más evidente es el desmantelamiento de muchas estructuras de poder que pensábamos eran definitivas; a muchos les parece una tragedia que estos centros de poder hayan quedado al margen; sin embargo, eran las mismas estructuras de las que nos quejábamos por no dejar que hubiera suficientes alternativas para segmentos amplios de la población que no lograban acceder a oportunidades y tenían (tienen) siempre toda la actitud para prosperar.
Un segundo cambio es la consciencia social, no tanto la política, que hemos desarrollado rápidamente, podemos estar a favor o en contra de muchas cosas, pero parece que ya hemos tomado una decisión sobre el lado que nos representa y con el que somos afines. No es únicamente de preferencia electoral, sino sobre la forma en que nos conducimos y percibimos nuestra realidad. Y, poco a poco, aprendemos a diferenciar entre lo que deseamos y lo que se necesita para que muchas cosas funcionen.
En este sentido, no estoy tan seguro de que la división que existe entre segmentos sociales sea auténtica. Nos motivan las mismas metas, un hogar, buena educación, un servicio de salud que nos atienda bien, la estabilidad para hacer una vida digna y la tolerancia para que seamos aceptados. Aún con los constantes reclamos en los espacios digitales que se han vuelto el ágora pública, nadie se cuestiona que esos son los satisfactores que debemos recibir de los gobiernos que nos representan, sin corrupción, sin intereses creados y sin favoritismos. Ese no era el México de hace cinco años y precisamente por eso decidimos votar mayoritariamente para ir en otra dirección.
En tercer sitio está el consenso de que los programas sociales para las y los adultos mayores, para los jóvenes, para los menores de edad, son un requisito y son un derecho que no tiene vuelta atrás. No termina algún personaje público de criticarlos, cuando la reacción popular para defenderlos se deja sentir en el diálogo cibernético. Lo que antes era un objetivo focalizado y hasta un favor oficial, hoy son obligaciones que se consideran inalterables.
Cada espacio de discusión, mediático o académico, ya no logra atención si no amplía su conversación hacia una mayoría que está empoderada. El ciudadano de a pie está presente en la mesa donde antes solo había una distinguida representación de los distintos grupos de intereses de la sociedad mexicana; se le consulta y se le involucra, lo que me consta que es un avance enorme por medio de una visión en la que la gente cuenta todo el tiempo y no solo cuando es requerida la emisión de su sufragio.
Universidades, empresas, instituciones públicas, privadas y civiles, han tenido que asumir cambios en su operación y en sus objetivos; las que no lo han hecho sufren de un desfase evidente que las deja atrás o las alinea con un pasado a que, pienso, no retornaremos en mucho tiempo.
Eso ayuda bastante para dejar claro lo que escribía Frankel: es la actitud más la acción, porque solo presentar una buena actitud puede interpretarse como ese “échale ganas” que olvida que millones de mexicanas y mexicanos trabajan desde la madrugada para brindarle un mejor futuro a los suyos y a sí mismos. Si algún cambio ha sido importante en estos años, es que se han abierto oportunidades, caminos y condiciones, particularmente económicas, para que miles puedan aprovecharlas.
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