El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) “mira al sur”. Visitó entre el 5 al 8 cinco países de la región. El 6 de mayo estuvo en Tegucigalpa, capital hondureña en una visita nocturna de unas horas y se consumó finalmente el encuentro con su homóloga hondureña Iris Xiomara Castro Sarmiento, después de haber sido aplazado en un par de ocasiones (a raíz del contagio por COVID-19 del dignatario azteca). Una enorme pancarta recibía a AMLO “Bienvenido amigo Andrés Manuel, Honduras te agradece Sembrando Vida”.
Y es que el dignatario mexicano a través de la exportación de sus programas sociales “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro” busca “bloquear” en países centroamericanos como Honduras –desde julio de 2019– todas aquellas vías que sirven de aliento a que la población joven emigre.
Es de hacer notar que AMLO subrayó, entre otras cosas, su solidaridad con Honduras “bajo una clara orientación progresista a favor de la soberanía y el bienestar para las clases populares y en contra de la corrupción”. Me parece sumamente simbólico el hecho de que el mandatario mexicano haya externado públicamente –saltándose todo protocolo– el apoyo a la reforma eléctrica que impulsa su contraparte hondureña.
Y es que la fraternidad humana ocupa un “espacio privilegiado” en el imaginario de AMLO en materia de relaciones internacionales, no importando su simpatía con líderes sumamente cuestionados de la región, a tal grado que ha manifestado se desavenencia con el gobierno estadunidense por la posible no invitación de Cuba, Nicaragua y Venezuela a la próxima Cumbre de las Américas de junio y ha advertido su no asistencia al cónclave si se materializa la exclusión de la cita de esta tríada de países latinoamericanos.
Cabe destacar que la entrante dignataria hondureña basa su política en una lógica ética de “refundación” que implica resingularizar las formas y métodos de gestión de las vidas de sus compatriotas, bajo una égida socialista y progresista tendiente al equilibrio social, en sintonía con la forma de gestión republicana como la ejercitada en el actual sexenio de AMLO.
Por otra parte, no cabe duda que esta nueva administración “catracha” goza de un amplio reconocimiento interno como externo que debe ser “aprovechado” para fomentar un diálogo economicista inclusivo que privilegie el empoderamiento de los y las ciudadanas en sus propios espacios originarios, a través del fortalecimiento de los propios circuitos locales, –ya sea culturales y de emprendedurismo– que a la larga se convierten en “potentes” y “naturales” medidas disuasorias contra la migración porque los “potenciales” migrantes encontrarían en sus propios entornos, las plataformas logístico-sociales, económicas e institucionales para desarrollar y aplicar las diversas destrezas.
Creo que es impostergable que el nuevo gobierno “catracho” revitalice y reinvente el diálogo político particularmente en el tema migratorio, –en este caso con los gobiernos mexicano y estadounidenses– a fin de fomentar medidas de contención tendientes a reinstalar nuevos imaginarios en la ciudadanía hondureña en particular y de los países del triángulo norte centroamericano en general; basándose en el ataque frontal a fenómenos disgregadores de estas sociedades como ser la corrupción, narcotráfico y violencia institucionalizada a raíz de las diversas ramificaciones que toman cuerpo en el accionar social cotidiano, producto de disensos violentos y la falta de acuerdos democráticos completos que posibiliten el desarrollo integral de “el otro”.
En definitiva, la visita de AMLO a los países del triángulo norte centroamericano es un “síntoma” de la fe en el desarrollo de la región, pero sobre todo en la comprensión de que debe atacarse desde las propias naciones las causas estructurales, génesis de la masiva emigración e indudablemente ello pasa por robustecer la institucionalidad bajo una égida ética que se convierte a la postre en una suerte de “revolución de la esperanza”; pero también debe fomentarse o ampliarse el portafolio de inversiones en nuestra región.
Posdata: El tema central abordado entre las comitivas mexicanas-hondureñas fue evidentemente el migratorio. Y no es para menos. De acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), las deportaciones de ciudadanos originarios de Guatemala, El Salvador y Honduras “se elevaron en un 583,8% durante el primer trimestre de 2022”. Esta institución especializada de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en temas migratorios ejemplifica al respecto en su informe que “la cifra de deportados entre enero a marzo de 2022 de los países del triángulo norte de centro américa fue de 24,157 personas frente a los 3,533 registrados en el mismo período de 2021”. Y es que Estados Unidos ha arreciado en los dos últimos años en su contención de la inmigración indocumentada a través del instrumento normativo Título 42, con el cual se “normaliza” las deportaciones “en caliente”.