En su “Tesis de la Frontera”, el historiador Jackson Turner (1861-1932) propone que el carácter distintivo de los Estados Unidos de América es atribuible a un largo período de su historia durante el cual privó en la nación un férreo afán de “avanzar hacia el oeste”; mientras poblaba esas tierras, en contacto con la frontera, lejos del este y de Europa, el norteamericano fue desarrollando sus características distintivas: individualismo, energía, optimismo y entusiasmo. Según dicha teoría, fue el movimiento de expansión lo que americanizó al pionero, delineó las instituciones americanas y promovió la democracia. A la fecha, la influencia del pensamiento de Turner conserva un lugar especial en la autoimagen de Estados Unidos y se sigue considerado crucial en la construcción de su identidad. Será por eso que a grandes cineastas como Ethan y Joel Coen, aunque nacidos en Minnesota y hoy residentes de Nueva York, les gustan “las películas del Oeste”.
En esencia inclasificable para algunos críticos, la filmografía de los hermanos incluye, según otros, tres películas western, si se cuenta No Country for Old Men (2007) como una variación contemporánea del género. True Grit (2010) y La Balada de Buster Scruggs (2018) formarían el trío. Pero la verdad es que temas e imágenes del oeste abundan desde el principio en sus películas, empezando por las amplias llanuras tejanas de Blood Simple (1984), que permanecen inamovibles desde el tiempo en que los límites del territorio salvaje y el protegido por la ley se confundían. “Por aquí cada quien ve por sí mismo”, comenta una voz que se sobrepone a la del detective-cowboy (M. Emmet Walsh) contratado para matar a la esposa infiel y su amante. Lo que es cierto en Texas lo es también en Fargo (1996), Dakota del Norte, de donde provienen los sanguinarios criminales contratados por un vendedor de coches (William H. Macy) para secuestrar a su esposa por cuyo padre se siente denigrado. Ambos lugares se encuentran más allá de la frontera, tan cercana o tan lejana como sea para cada quien, la experiencia de está, y están poblados de oscuras posibilidades. En Raising Arizona (1987) Nicolas Cage personifica al infeliz cuyo mayor deseo es reformarse, establecerse y formar una familia. Él y su esposa infértil deciden robar uno de los quintillizos de un magnate. En este caso, la cinta revela un lugar igual de inhóspito que, para colmo, pretende ser lo contrario. No sólo divide más y más a los ricos de los pobres sino que, de tan organizado, se ha vuelto hostil: el campo abierto está ahora pavimentado y las oportunidades que hicieron del oeste lo que es ‒y del país en general‒ ya no existen.
La atracción de los Coen por estos sitios tan indómitos como sus habitantes es evidente aun en cintas que nada tienen que ver con las de vaqueros, como The Big Lebowski (1998). En apariencia, no hay ninguna razón para que su ya de por sí absurdo argumento se apuntale en los comentarios de un narrador-cowboy nombrado “El Extraño”, si no es la de equiparar a tal héroe de antaño con uno de los personajes más geniales de Ethan y Joel, “El Dude”, un vago desempleado de los Ángeles en los años 90, quien se dedica a discusiones disparatadas con sus amigos y compañeros del boliche, y a fumar marihuana. En No Country for Old Men se diría que tal héroe del pasado, ahora el sherif Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) vuelve para enfrentarse con un nuevo tipo de malhechor desquiciado (Javier Bardem); lo hace gracias a técnicas infalibles que, sin embargo, parecen pintorescas en un nuevo viejo oeste en el que la lucha empieza a adquirir la forma deshumanizada de la guerra contra el narcotráfico.
El verdadero primer western de los Coen, True Grit, llega a la pantalla como tantas otras de sus películas, después de la época que escenifica. Y también impregando de la melancolía usual en ellos, aunque en este caso parece la justificada melancolía de una vuelta a casa. En la década de 1870, el que fue rudo y ahora es un borrachín, “Marshall Rooster Cogburn”, es contratado por una niña de 14 años para encontrar y enjuiciar al asesino de su padre. Ambos protagonizados por Jeff Bridges, igual que “el Dude” del Big Lebowski, el “Marshall Rooster” es un hombre que encaja perfecto en su tiempo… un tiempo que está por acabarse.
Con o sin vaqueros, las películas de los Coen reflejan sobre todo su innegable vocación por contar historias, y el mítico western les ofrece interesantes oportunidades para hacerlo. Escrita por ellos a lo largo de 25 años, La Balada de Buster Scruggs ha sido acertadamente descrita, en mi opinión, como un despiadado jugueteo en seis partes, en el ambiente consentido de los hermanos, el Viejo Oeste. Se trata de relatos independientes, si acaso con un sabor compartido, el de alguna realidad que se ha ido caricaturizando de tanto contarse. Cada uno es impredecible y con su propio género, tono, tema obsesivo… En todos, eso sí, muere alguien. Y esa es la premisa que los une: lo absurdo de la mortalidad. La muerte llega de manera fácil, insolente, a veces cómica. A los culpables, siempre los mismos, los Coen los denuncian en cada una de sus películas: la mala suerte, la ironía, el universo insensible, tan caprichoso que da risa.
Cada historia vale la pena en sí misma y, con cambios extremos, en conjunto encajan extrañamente bien juntas. La serie empieza con el cantante, pistolero fantoche que parece invencible hasta que pierde la horma de la herradura de su caballo. Luego, un suertudo robabancos se libra de la horca varias veces, y quién sabe si lo hará justo cuando descubre la belleza. La farsa abre después paso al dramatismo, con Liam Neeson en empresario ambulante que recorre pueblos infames exhibiendo a un orador sin miembros. Y cuando un viejo gambusino solitario (Tom Waits) encuentra una veta madre. A continuación conocemos la suerte de Zoe Kazan que se enamora del vaquero noble y guapo que la escolta hacia un matrimonio impuesto por su hermano: el final más inesperado de todos los de la serie. No es raro que en la última parte nos encontremos en una diligencia conversando animadamente con extraños de quienes ignoramos lo que transportan, porque de la misma manera es como anduvimos circulando al interior de la película.
Filmada en los estados de Nebraska, Nuevo México y Colorado, la belleza de la escenografía magnificada por un arte en el encuadre hacen de La Balada de Buster Scruggs una película muy recomendable, tanto para quien le gustan como para quien detesta las de vaqueros. Preciosos paisajes en contraste con su enfoque brutal de la vida, resulta buena combinación que se adapta a la retorcida sensibilidad de los directores, mezcla de comedia y desesperanza. La Balada de Buster Scruggs puede verse en Netflix, lo mismo que algunos otros títulos de este dueto de directores/productores. “Enfants Terribles”del cine en su país, sus cintas presentan un punto de vista casi subversivo o al menos original, y resultan cómicas, en el peor de los casos, cuando no son realmente geniales.
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