El poder de las palabras no es una metáfora. Está en tu cableado cerebral.
Lisa Feldman Barrett.
Te tomó semanas preparar una presentación que definirá el curso de los siguientes meses en tu trabajo. De ella depende la aprobación de un proyecto en el que has invertido tus mejores ideas, horas de investigación y trabajo creativo. Por fin llega el día, te instalas temprano en la sala de juntas para preparar todo con mucho cuidado. Poco a poco llegan todos tus pares, que aportarán ideas a tu trabajo y tu jefa, que por supuesto, tiene la palabra final.
Avanzas con la presentación, dando lo mejor de ti para cubrir todos los detalles importantes para la decisión que está en juego. Pero al llegar a la cuarta diapositiva, escuchas que alguien pega en la mesa y al darte vuelta ves el rostro desencajado de tu jefa que a todo pulmón grita para interrumpirte —¡¿CÓMO DIABLOS ME VIENES A PRESENTAR UNA PORQUERÍA COMO ÉSTA?! ¡¡TE DIJE QUE QUERÍA RESULTADOS, NO ESTA BASURA!!
¿Cómo te sentiste después de leer esto? Cuando se dan este tipo de situaciones en el trabajo, sin duda nos sentimos mal, pero tal vez le restamos importancia a los efectos que pueden tener estas palabras en nuestra salud. En pleno 2021, prevalecen prácticas de liderazgo hostil en las dinámicas de trabajo en equipo en las organizaciones. Muchos líderes autoritarios creen que, al insultar o hablar fuerte, incentivan la productividad de sus equipos.
En su libro 7 ½ Lessons about the Brain, la neurocientífica Lisa Feldman Barrett explica cómo nuestro cerebro interactúa con el de otras personas. Los seres humanos somos seres sociales, nuestros actos y nuestras palabras tienen efectos en la mente y en el cuerpo de los demás, y viceversa (Lisa Barrett Feldman, 7 ½ Lessons about the Brain, New York, 2020).

De acuerdo con Lisa Feldman Barrett, la función principal de nuestro cerebro es administrar la energía y otros recursos de nuestro cuerpo. Para esto tiene que anticipar nuestras necesidades y estimar nuestros saldos de energía y de otros recursos, es decir, tiene que administrar nuestro “presupuesto corporal” para que podamos hacer con eficiencia los movimientos necesarios para sobrevivir.
El cerebro administra nuestro presupuesto corporal haciendo cargos y abonos en respuesta a los muchos estímulos externos que recibimos y las palabras que escuchamos no son la excepción: el lenguaje violento provoca efectos en nuestro cuerpo que causan un derroche de recursos. Durante sus investigaciones, Lisa Feldman Barret ha encontrado efectos físicos estresantes de las palabras que escuchamos, por ejemplo, cambios en la frecuencia cardíaca, en la presión arterial, en la producción de hormonas o los niveles de glucosa. Estos efectos se relacionan con el hecho de que las mismas partes de nuestro cerebro que procesan el lenguaje, también controlan otros órganos y sistemas del cuerpo.
Esta reacción estresante no es grave cuando la vivimos sólo en ocasiones aisladas, pero la exposición continua a un lenguaje negativo y violento enferma tanto a nuestro cuerpo como a nuestra mente.
Andrew Newberg y Mark R. Waldman describen resultados muy semejantes en su libro Words Can Change your Brain. Sus investigaciones han mostrado cómo el estrés generado por el lenguaje negativo o violento nubla nuestra mente e inhibe nuestra capacidad de pensar, de resolver y de crear: “Las palabras agresivas emiten señales de alarma a través del cerebro y apagan parcialmente los centros de razonamiento y de procesamiento lógico localizados en los lóbulos frontales”. Por el contrario, las personas felices son más productivas y creativas (Andrew Newberg, M.D. and Mark Robert Waldman, Words can Change your Brain, Avery, 2012).

Newberg y Waldman proponen una práctica de comunicación compasiva, basada en 12 estrategias que han mostrado su eficacia en entornos familiares, comunitarios y corporativos. Algunas de ellas son:
*Relájate.
*Mantente presente.
*Expresa aprecio.
*Habla con calma.
*Habla con calidez.
*Habla con brevedad.
*Escucha profundamente.
Me pregunto si las personas que se comunican violentamente con sus equipos de trabajo son conscientes del alcance de sus palabras, de cómo no sólo lastiman a las personas, sino que también reducen la productividad y la creatividad de sus equipos de trabajo. Tal vez con pequeños pasos, como respirar hondo antes de hablar, podríamos mejorar nuestros resultados. Como dicen Newberg y Waldman: “Elige sabiamente tus palabras, porque influirán en tu felicidad, en tus relaciones y en tu riqueza personal”.