A poco más de un año de que a muchos nos mandaron a trabajar en casa, empezamos a sentir y a entender los efectos de colaborar a través de plataformas digitales. Uno de ellos es la fatiga provocada por las videoconferencias (zoom fatigue). Entender este efecto nos puede ayudar a diseñar espacios y prácticas más saludables.
La videoconferencia nos exige mucha capacidad de atención. Tenemos que fijar la mirada en la pantalla de manera continua y prolongada para no parecer desatentos. Mientras, estamos rodeados de distracciones: el taladro del vecino, la video-clase de mi hija, el bebé de un colega y el perro de otra, las notificaciones de WhatsApp. Y los colchones, lavadoras y tamales oaxaqueños, por supuesto. Simple y sencillamente, es demasiado.
Además, la cantidad de información que recibimos de la propia plataforma también es excesiva. Si bien puede parecer que la información no verbal es escasa, comparada con la de un encuentro presencial, de acuerdo con Jeremy Bailenson, del Stanford University’s Virtual Human Interaction Lab, sucede más bien lo contrario: se da una sobrecarga de información no verbal.

Por ejemplo: ver nuestro propio rostro todo el tiempo no es natural. Tampoco lo es ver las caras de nuestros colegas mirándonos fijamente durante toda la junta. Esto se vuelve todavía más intenso si los rostros se acercan mucho a la cámara: vemos, en close up, lo que sólo solíamos ver en nuestras relaciones más íntimas. Todo esto es cansado y estresante.
La investigación sugiere que un remedio eficaz contra esta fatiga es el sentido de conexión personal y de pertenencia al grupo. Los grupos bien integrados y enfocados en un propósito común pueden mantener los niveles de energía y de motivación necesarios para superar estos retos. Si el grupo no está bien conectado, habrá que construir esa conexión.
Hay dos aspectos positivos del espacio virtual que pueden ayudarnos: por una parte, el escenario de una videoconferencia puede ser más parejo y democrático que el de una sala de juntas, llena de símbolos que refuerzan las relaciones de poder. Por otra parte, ver a nuestros colegas en su ambiente personal o familiar nos puede ayudar a conectar con la persona y no sólo con el colega.
¿Qué recomendaciones prácticas podemos derivar de todo esto? Van algunas ideas para empezar, piensa en ellas como un modo de ahorro de nuestra batería cognitiva y emocional.

Para empezar, planea tus encuentros virtuales
Contesta a estas preguntas: ¿qué quiero lograr?, ¿quiénes deben estar?, ¿cuánto debe durar?, ¿debo incluir un receso?, o bien, ¿es necesario trabajar un momento en grupos pequeños?, ¿qué métodos y herramientas de colaboración puedo usar? En suma, ¿qué plan de sesión me ayudará a lograr mi propósito y a mantener un buen nivel de energía en el grupo? Si lo crees necesario, apóyate en un colega con experiencia en facilitación.
Provee espacios para conectar y construir un propósito común
Unos pocos minutos para saludarnos, reírnos o compartir un par de chismes pueden hacer la diferencia. Sé que todos tenemos agendas complicadas, pero ahorrar tres minutos para luego trabajar con un grupo de zoombies resulta contraproducente. También, provee espacio en la conversación para que los participantes construyan su propósito y lo vinculen con sus propias metas y valores.
Usa el micrófono y la cámara con prudencia
El truco con el micrófono es más bien sencillo: enciéndelo sólo cuando hables. Sobre todo, en reuniones con más de dos o tres personas o si hay ruido en tu entorno. Nuestra capacidad de atención ya tiene suficiente con el ruido de nuestra propia casa, no necesitamos agregar el de nuestros colegas.
Con la cámara, debemos determinar cuándo conviene encenderla y cuándo apagarla. Lo ideal es permitir espacios de conexión con la cámara encendida y mitigar la sobrecarga de información apagándola en otros momentos. Por ejemplo, podemos encender la cámara al principio y al final de las reuniones, o en los momentos de la conversación en los que importa verle la cara a nuestro interlocutor, y apagarla mientras presentamos láminas o colaboramos sobre otras herramientas (Google Drive o Mural, por ejemplo). En lo personal, me ha resultado bien ocultar mi vista propia durante toda la sesión.

Por último, y como siempre, mantén un trato amable y respetuoso
Un trato rudo o grosero no es más molesto si viaja por Internet. Pero su efecto sí puede amplificarse cuando nuestra capacidad cognitiva ya fue agotada por la plataforma. Despliega tus mejores modales, escucha con atención, evita interrumpir y levantar la voz.
La industria ya está creando mejores herramientas de colaboración virtual. Tecnologías como la realidad aumentada y métodos como la gamificación producirán cambios importantes, sin duda. Mientras llegan, tendremos que conformarnos con algunos consejos de nuestros padres: por ejemplo, la idea de que, diciendo “por favor y gracias”, todo funciona mejor.
Felices encuentros virtuales.