Un fenómeno es un hecho inusual que ocurre entre la sorpresa y la admiración por algo insólito. Hay fenómenos buenos y malos, pero todos tienen esa condición de estar dentro de lo poco común.
Como se esperaba, la Ciudad de México se vio beneficiada por la presencia de un fenómeno económico que nace en la música pop y que cuenta con seguidores en todo el mundo. Taylor Swift llegó a nuestro país y su capital calculó en mil millones de pesos la derrama que trajo la serie de conciertos que brindó la artista.
Habitaciones de hotel, comidas, recorridos turísticos, viajes en taxi, memorabilia, y millones de fotos de cada instante, son el saldo positivo de una persona que ya se volvió un indicador económico por donde quiera que se presenta.
Aparte de sus notorios fanáticos (un ministro de la Suprema Corte de Justicia, un “oscarizado” director de cine, entre muchos otros de los que asistieron a la cita) miles de jóvenes viajaron a la ciudad para formar parte de esta especie de ritual que convoca a casi todas las generaciones. Los llamados “swifties” son una alegre legión de fieles que intercambian pulseras, corean canciones como si se tratara de himnos e influyen en tantas industrias que podríamos estar presenciando a la artista más rentable del nuevo siglo.
Pero sucede algo más. La convocatoria de la cantante ha inaugurado una temporada de espectáculos públicos que estaría superando la centena y significaría una recuperación del entretenimiento no sólo capitalino, sino nacional.
Hace unos días pude ver directamente a cientos de mujeres y hombres que retornaban en vuelos llenos a sus lugares de origen, hermanados por los recuerdos que cargaban de los conciertos. Una escena que no parecía recordar por ninguna parte la pandemia de tres años y las previsiones que debemos seguir tomando en los siguientes meses.
Por otro lado, la coincidencia de miles de personas representa un denominador común al que debemos poner atención. Cuando tanta gente tiene la misma afición, le decimos público; cuando sucede lo de hace días, creo que vale la pena tomarse un tiempo y analizar que es un fenómeno distinto y muy interesante.
¿Cómo lograr entusiasmar de esa manera para otros temas que no solo signifiquen esparcimiento? Es posible que pudiéramos seguir la ruta de esta cantante y aplicarla a otros aspectos de nuestra vida social.
Primero, hay que destacar la autenticidad de la protagonista. Puede o no coincidir con nuestra preferencia musical, pero su magnetismo incuestionable surge de una forma de ser tremendamente natural, por decirlo de alguna manera. Es decir, su imagen corresponde seguramente con su forma cotidiana de ser.
Un segundo factor es la presencia de una mujer tan poderosa por su talento, como por los mensajes de sus canciones y los temas que trata y les hacen sentido a sus millones de seguidores. Hay una distancia que podría ser normal entre la estrella y sus fanáticos, solo que aquí no parece existir porque la intérprete tiende a dirigirse con humildad y agradecimiento a su enorme audiencia, a pesar de que sabe lo que representa para ellos. No habría la soberbia que se espera de un personaje público, al contrario, les hace sentir que es una más dentro del universo de las “swifties”.
Y el tercer elemento, notable, es la facilidad con la que transmite situaciones personales, e incluso sociales, de una manera simple y directa.
En su libro “El mito del carisma”, Olivia Fox Cabane, afirma que ese magnetismo que se piensa es de nacimiento, tiene una explicación científica y además puede aprenderse.
Ser popular es una cualidad que buscan con desesperación todas y todos aquellos que desean convertirse en líderes. De igual manera es un requisito que exigimos a los que pretenden lograr nuestra aprobación social.
En un mundo de videos y fotos diseñadas para llamar nuestra atención, el fenómeno Swift cumple con tres reglas básicas que bien podríamos demandarle a las y los que quieren tener un cargo o una responsabilidad pública y privada.
El patrón coincide también. Empatía, autenticidad, claridad y un trato sencillo y humilde. Una receta tan complicada que nuestra expectativa es todo lo contrario. Una “estrella”, en el campo que sea, debería desarrollar un aura que la o lo haga inaccesible y su atractivo se vuelva más grande conforme nos convence que está por encima del promedio. Estoy seguro que cada uno de nosotros nos hemos topado con alguien así, independientemente de que su capacidad y aptitudes fueran reales.
Posiblemente la lección más grande es que la sencillez te lleva lejos y durante más tiempo, provoca una fidelidad duradera y establece lazos fuertes entre los seguidores o simpatizantes. ¿Cuántas y cuántos líderes conocen que se conducen de esa manera y construyen vínculos así?
Cada ciudadano es bastante capaz de transformarse en una o en un líder. Solo debe emplear esos atributos que conectan con los demás y que están basados en una preocupación genuina por otras personas. No dar nada por sentado y respetar a quienes nos aprecian parece el secreto detrás de encabezar de verdad.
No hay ningún lugar al que se pueda acudir a comprar medio kilo de empatía o dos litros de claridad mental (ojalá), son hábitos que se desarrollan y comportamientos que se adoptan.
Como vecinos, trabajadores, estudiantes, miembros de una sociedad, podemos fijarnos la meta de ser más participativos y, por consecuencia, más visibles. No para alimentar nuestro ego, sino para compartir esas ideas, posibles respuestas y soluciones, que podrían ayudarnos a la mayoría y no hemos logrado imaginar aún.
En cada ciudadano hay una fuente de planteamientos y de propuestas que se quedan en el silencio porque no sabemos cómo compartirlas. No es un don, sino un ejercicio cívico que podemos poner en marcha.
Imaginemos el impacto que podríamos tener socialmente si ayudamos a unificar nuestros puntos de vista alrededor de las propuestas y no de las protestas. Mejor todavía: que eso fuera un requisito para cualquier persona que nos quisiera representar ante instituciones públicas y privadas.
La época de las y los líderes lejanos o inasibles se ha terminado, tal vez nunca existió, y la fórmula para generar el apoyo que necesita el cambio, o la continuidad de éste, es la del líder que escucha, se pone en tus zapatos y explica un futuro más prometedor, ya sea en un escenario monumental o en una asamblea de condóminos.
Ahora que estamos preocupados por la formación de los más jóvenes y de los niños, ocupémonos de proporcionarles herramientas de comportamiento que pueden inculcarse desde casa y en comunidad. Estoy convencido de que con ello construiremos una sociedad inteligente, enfocada, lista para enfrentar –y superar– cualquier obstáculo.
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