Prepararse para lo peor es un hábito que puede ayudar a extremar precauciones, pero que no tiene mucha relación con una cultura de la prevención en la que hacemos lo necesario para que lo que nos afecta no suceda, en lugar de esperar a que algo malo nos ocurra.
Pongamos un ejemplo cercano: la preparación que hemos desarrollado ante un sismo a lo largo de los años. Desde escuchar la alarma, hasta contar con una mochila de emergencia con documentos oficiales, agua, lámpara y otros artículos necesarios (¿sí la tenemos, cierto?), podemos afirmar que cada vez actuamos mejor frente a un fenómeno natural de ese tipo. Todavía podemos consolidar la cultura de prevención y aumentar los mecanismos que deben activarse en caso de un terremoto, pero hay una consciencia social sobre cómo proceder y ese es el gran avance.
Con la seguridad sucede algo parecido. Dependiendo del enfoque, podemos avanzar o no, al mismo tiempo que nuestra percepción nos hace sentir ese progreso o retroceso. En un enfoque de enfrentamiento, de guerra, la idea de seguridad gira en torno a la máxima protección para defendernos y al ataque para disminuir las fuerzas del que consideramos enemigo.
Encima de ese concepto se construyeron diagnósticos y políticas públicas que se desarrollaron en obras y adquisiciones que fueran utilizadas para demostrar que había “capacidad de respuesta” y “poder de fuego” frente a enemigos que, de facto, estaban igual de capacitados y con el mismo armamento que el Estado Mexicano.
¿Era así? Aún no lo sabemos bien, porque apenas confirmamos la complicidad de las autoridades de seguridad del más alto nivel con el fortalecimiento de una organización criminal por encima de otras que operaban en el país, lo que traería severas dudas acerca de la fuerza real de la delincuencia, si una parte importante de ésta se sustentaba en la tolerancia oficial.
La semana pasada, en un hecho inédito, se abrió a la prensa y a la población, instalaciones construidas durante ese periodo en el que la lógica era la del combate frontal, aunque en la realidad no sucediera.
Se trata de un espacio edificado en lo profundo del terreno, con las especificaciones para resistir catástrofes y ataques, con el fin de que un gobierno pueda tomar decisiones en momentos de crisis. Un búnker. Sofisticado en su momento, con tecnología de punta para ese entonces, y los aditamentos que envidaría cualquier serie de televisión del llamado género de acción.
La apertura de estas instalaciones tiene varios significados, uno relevante es el cambio de enfoque en materia de seguridad: la construcción de la paz. Cuando uno se dedica a enfrentar enemigos, la paz solo llega cuando uno de los bandos decide rendirse, por lo general después de muchas bajas, destrucción y pérdidas en todos los sentidos. La victoria llega solo cuando la derrota es decretada.
Construir la paz, regresar la tranquilidad a las distintas regiones del país, es una meta completamente distinta. En la guerra se destruye para ganar y luego reconstruir; en la paz se desactivan los motivos que precisamente pueden obligar al conflicto y con ello restarle valor a una solución violenta.
En El Arte de la Guerra, el famoso libro de estrategia que se le atribuye al misterioso autor conocido como Sun Tzu, se explica que la mejor batalla es aquella que no se libra y que la guerra más conveniente es la que no se declara. ¿Por qué, durante décadas, se nos dijo que era lo contrario y debíamos enfrentar el fuego con el fuego?
Bueno, uno de los problemas que terminó por hartar a la sociedad mexicana en 2018 fue que, además de no solucionar nada, la decisión de la guerra costaba en todos los frentes, particularmente en la de vidas inocentes, mientras que de la seguridad se hacía un lucrativo negocio, basado en la lógica del combate al enemigo.
Felizmente, pese a la desinformación y al constante golpeteo político, la tarea de la seguridad está directamente asociada con atender las causas que provocan la violencia y el rompimiento de la colaboración entre autoridad federal y crimen organizado está roto. Al no haber relación de ningún tipo, la preminencia de una organización delincuencial sobre otra, ni siquiera es opción.
Es decir, en una idea de paz, hasta el búnker más sofisticado termina siendo de poca utilidad comparado con lo que puede alcanzarse si se brindad oportunidades, se atienden las necesidades de la población y nos enfocamos en desarrollar a nuestros jóvenes. Es otro punto de vista, uno que pone primero a la gente y mucho después a la guerra.
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