Las calles abarrotadas, personas amontonadas y sin ningún distanciamiento – amén de que se pasean mientras consumen algún alimento –, a la vez que decenas salen de las bocas del metro, vendedores que se te acercan a menos de un metro para venderte su oferta del día y cuerpos de seguridad presentes pero permisivos.
Lo anterior parece ser la descripción de cualquier lugar concurrido de una ciudad importante del mundo. En este caso es el detalle de un día en el Centro Histórico de la Ciudad de México en medio de la tercera ola de contagios de la enfermedad COVID-19, la cual incrementó vertiginosamente las hospitalizaciones en la capital.
La gravedad de la situación no se refleja en preocupación de los capitalinos, al contrario, pareciera que la epidemia ya fue superada pese a que menos de la mitad de la población mayor de 18 años ha completado su esquema de vacunación contra la COVID-19.
Grupos de personas sentadas sobre las banquetas, unas cuantas otras en las banquetas que se encuentran alrededor de la Plaza de la Constitución muchas de ellas sin cubrebocas y acompañados de sus hijas e hijos – quienes repetían las acciones de sus ascendientes –, dejando a la suerte su salud y la de quienes los rodean.
Unos justificaron su desconsiderada acción argumentando: ¨Estoy vacunado¨, casi sin imaginar que, pese a estar inoculado, igualmente puede contagiarse del virus SARS-CoV-2 y contagiar a otros.
La tranquilidad entorno al incremento descontrolado de los casos de COVID-19 no era único de los locatarios, también de extranjeros que caminaban felizmente por la Avenida Madero mientras tomaban fotografías a las distintas edificaciones históricas que caracterizan a ese lugar.
Sumado a la pasividad de las autoridades, el Centro Histórico se convierte en un auténtico foco de contagios diariamente.
Restaurantes y bares a toda su capacidad
En estos momentos nos encontramos en vacaciones de verano, ya que se postergó el inicio del ciclo escolar a finales del mes. Como suele ocurrir en esta época del año, los restaurantes, bares y cualquier centro de consumo de este tipo están abarrotados y con largas filas de personas a la espera de una mesa.
Ese patrón se repite en esta gravísima situación epidemiológica en el Centro Histórico y la Glorieta de Insurgentes y sus alrededores. En algunos ya ni te toman la temperatura para ingresar y quienes sí la capturan, lo hacen erróneamente en la mano de quien entra, al preguntarle porqué no lo hacen donde debería – en la cabeza – responden: ¨a la gente no le gusta, les molesta¨.
Dentro de estos lugares no se toman la molestia ni de separar las mesas, el lugar se ocupa al 100%, no existe ni un metro de distancia entre unas y otras. No sanitizan las mesas, sólo usan un pequeño trapo mojado – el mismo para un grupo de mesas – que lo pasan levemente e invitan a las personas a sentarse.
Pese a que hay existen faltas graves a los protocolos para evitar contagios, a las personas tampoco parecía importarles mucho. De hecho, disfrutaban de su tiempo en estos lugares, se les notaba a leguas la felicidad dibujada en sus rostros y en sus para nada silenciosas risas.
Lógicamente esto no es del todo culpa de los locales que realizan estas prácticas, acusan que el impacto económico del año pasado fue tan fuerte que han buscado todas las maneras posibles para subsanar los daños.
Desde el gobierno este tipo de acciones son respaldadas, la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum ha asegurado repetidas veces que no habrá restricciones pese al incremento de contagios.
Un fenómeno que se repite en todos lados
Lo anterior descrito no es exclusivo de la zona centro o de otras en específico, sino que es generalizado en toda la Ciudad de México. Desde las colonias más marginadas hasta las más pudientes, todos son corresponsables de la actual situación, ya quedaría para otro análisis en qué medida cada uno aporta al desastre.
En una de las zonas más adineradas y ostentosa de la capital los restaurantes y bares también se las pasan llenos a todo lo que da, sin medidas de distanciamiento y con muchos claroscuros sobre qué están haciendo para identificar cadenas de contagios.
Basta con caminar unos minutos por la avenida Presidente Masaryk y observar los numerosos bares, restaurantes y tiendas de lujo que se encuentran en ella para entender el porqué de la grave situación de la pandemia.
Si bien las banquetas no estaban llenas de personas, la mayoría de ellas paseaban sus mascotas o hacían ejercicio – trotaban, corrían o manejaban bicicletas – sin cubrebocas.
Un curioso encuentro en la esquina entre Aristóteles y Masaryk entre un motorizado y un policía. El primero, sacándose el cubrebocas, le preguntó cómo llegar a una dirección y el oficial, quien también se retiró la mascarilla, le respondió e intercambiaron palabras por un par de minutos.
Observando los restaurantes; pasando por Sonora Grill, El Colmillo, La RosaNegra y muchos otros de Polanquito estaban al máximo de su capacidad, sin mesas de separación de por medio. Como si las personas que allí estaban desconocían la realidad epidemiológica.
Todos felices, con conversaciones ensimismadas que sólo se tiene en un restaurante donde el precio de un plato no baja de los 200 pesos – más del salario mínimo diario de una persona –, una algarabía que parece ser contagiosa porque llama a cada vez más personas que deseaban entrar a estos lugares.
Punto extra: ¿Y el regreso a clases?
Lo cierto es que la desconsideración y falta de cuidado no conoce estratos sociales o económicos, la relajación entorno a la tercera ola de contagios es generalizada y debería de preocupar a las autoridades correspondientes.
Claro está que quienes están a cargo de las decisiones se encuentran en una encrucijada, si quieren salvaguardar una cosa deberán poner en riesgo la otra. Si quieren preponderar la situación sanitaria tendrán que imponer restricciones a las libertades que, consecuentemente, afectarán la actividad económica.
En medio de todo esto se encuentra el regreso a clases que está muy próximo, a 24 días para ser exactos, pero la situación en que nos encontramos no parece ser del todo alentadoras para que tal hecho se concrete.
En este momento la Ciudad de México es la entidad con el mayor número de casos activos de COVID-19 con 36 mil 227, lo que representa el 27% de todos a nivel nacional y la nueva variante Delta representa el 90% de los casos de COVID-19.
Mientras que las librerías rebuscan diversas ofertas para vender sus materiales y recuperarse un poco de la crisis económica derivada de la pandemia, la secretaria de educación, Delfina Gómez dice que se podrán usar los mismos útiles escolares, por lo que el flagelo seguirá impactando a estos negocios.
Muchos de ellos, sobretodo los que se encuentran en el famoso pasillo del libro, coinciden en que la pandemia los impactó como ninguna otra cosa. Unos aseguraron que vieron sus ventas reducidas a la mitad, pero se encuentran esperanzados de que puedan salvar las finanzas en este próximo ciclo escolar.
Muchas incógnitas y pocas respuestas por parte del gobierno hacen que nos preguntemos quién es el responsable de esto. Habrá que tomar acciones antes de que esto se salga de control.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
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