Homenaje al pintor Edward Hopper.
Tenía sus maletas listas para salir temprano, pero, con el inicio de la cuarentena, se quedó atrapada en un austero cuarto de hotel. Lo único que trae puesto es un corpiño que le cubre el talle. La noticia la dejó paralizada. Tiene un libro en sus manos, pero parece totalmente indiferente a su lectura. Sin decir nada, durante la noche él se las arregló para salir. Lo único que dejó es un pretencioso sombrero de copa que resulta totalmente inapropiado en la situación actual.
A ella no le molesta que se se haya marchado. En realidad, ya estaba sola. En su casa, mientras ella se refugiaba tocando el piano, él estaba absorto en la lectura de su periódico y otras actividades. Así se vive en Nueva York, no en vano dicen que es la ciudad de los artistas solitarios.A veces salían juntos, sin ir demasiado lejos. Como si fueran noctámbulos, visitaban la cafetería de la esquina de la casa, a una hora en que la poca concurrencia aumentaba su sensación de aislamiento. A mediodía, prefería almorzar por su cuenta, siempre sola, en el restaurante Chop Suey. Como si fuera un autómata,todos los días llegaba a las 13 horas y se sentaba en la misma mesa. No tenía que hablar ni que pedir nada porque el mesero ya sabía que siempre comía el mismo platillo.
A pesar de que está acostumbrada a la soledad, ahora se siente ahogada en este minúsculo cuarto. Decide bajar al lobby de hotel para solicitar que la muden a otra habitación. Tiene que esperar un tiempo leyendo un libro ya que, antes que ella, en el mostrador hay una pareja vestida elegantemente y a punto de partir. Es difícil saber hacia dónde pretenden ir. Parece que no se han dado cuenta de la situación de emergencia. Como la pandemia acabó con el turismo, y hubo varias cancelaciones, ella consigue cambiarse a un cuarto más amplio en una esquina con ventanales grandes y a un precio bastante razonable.
Ahora, puede sentarse en la cama con las piernas flexionadas y la cara erguida para recibir el sol de la mañana e intentar ver algo del paisaje urbano. Por el confinamiento forzado, con el paso de los días, ella se ha convertido en la chica en la ventana. Desde ahí, contempla una construcción naranja de tres pisos que ocupa toda la cuadra de enfrente y que, como el resto de los servicios de la ciudad, se encuentra cerrado. Puede ser un edificio de gobierno, quizá un museo, o un centro comercial. En frente tiene el cilindro azul y rojo que anuncia la existencia de una peluquería que seguramente acabará clausurada por la ausencia de clientes. No hay un solo coche en las calles y a lo lejos contempla una estación de gasolina desierta. El único lugar donde hay gente es en la farmacia.
“Interior en verano”, Edward Hopper, 1909. “Habitación en Nueva York”, Edward Hopper, 1932.
Conforme pasan los días, en este interior de verano, su cuerpo encuentra diversas posiciones para colocase junto a la ventana. A veces recibe el calor de los rayos de sol en ropa interior, y otras se extiende totalmente desnuda sobre la cama, o descansa sobre el piso como una nudista reclinada.En ocasiones, coloca un florero junto a la mesa de la ventana para que la vista se vea un poco diferente. Otras veces, acerca una silla para tomar el té con los rayos del sol, o utiliza el taburete y sube uno de los pies para inclinarse sobre el cancel y tratar de acercarse a los árboles.
En esta ciudad de fantasmas, la soledad no le incomoda. Lo único que extraña a ratos es tocar el piano y lo que más desearía es estar cerca de una marina en una habitación con ventana frente al mar.
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