Definitivo. Para que un trauma colectivo sea superado no se requiere una terapia sino un exorcismo. Para que la expulsión de los demonios se logre es necesaria la conjunción de factores varios que combinen sus efectos sanadores para impulsar la redención y la gloria. Así con el Cruz Azul. Repasamos aquí esa milagrosa combinación que permitió, después de 23 años, erradicar la maldición y volver a ganar un campeonato.
Lo primero fue expulsar al principal demonio que residía en las profundidades del ser. En todos los años en que Billy Álvarez habitó en la presidencia de la Cooperativa se fueron acumulando toda clase de telarañas de complicidades, heridas punzantes que supuraban pus y… pus así no se puede. Esa tarjeta roja, con forma de sentencia judicial, parece ahora la más justiciera de la historia.
Las terapias cognitivo-conductuales no modificaban el patrón que conducía a repetir los senderos al fracaso. Una y otra vez, ante la inminencia de la victoria, el miedo se apoderaba de los jugadores, el cuerpo técnico y la afición y lo único que deseaban era no estar en la posición de volver a fallar, retroalimentando entre todos, su sensación de precipicio. La imagen de Memo Vázquez con las manos en los bolsillos, perdiendo aquella épica final ante el América de un Piojo descompuesto por la emoción de la remontada, era más plausible que cualquier fotografía de un disparo al ángulo con el arquero vencido.
Habiendo intentado el psicoanálisis tampoco se lograron resultados y bucear hasta las profundidades del subconsciente no había sido suficiente. Aquella derrota en semifinales ante Pumas, de la temporada pasada, había mostrado la peor condición de una mente retorcida por una infancia en la que al niño le concedieron todos los deseos (campeonatos) y ahora, en la madurez, el compromiso de triunfar pesaba como una losa.
Y ahí estaba otra vez el equipo azul, con todo a su favor, con sólo dos derrotas en la temporada, récord de victorias al hilo, récord de puntos, con la victoria premonitoria del “Chelseazul” el día previo y con el condenado “cabecita”, que es obviamente un jugador del Barsa que por algún motivo se extravió en Ecatepec. Juan Reynoso, como buen artesano, tuvo el gran mérito de respetar el gran trabajo previo de Robert Siboldi, y sólo acabó de dar forma a un móvil equilibrado y consistente.
Aun así, el gol de Santos en la primera parte reeditó los fantasmas, descompuso las caras y rememoró las peores jornadas de los desastres más insignes de la humanidad. No, una vez más ¡no por favor! Y entonces llegó el Var, con su halo tecnológico de infalible jurisdicción, para decidir que el gol del empate era “bueno”, cuando yo claramente vi correr al defensa atrás del delantero que iba adelante interviniendo claramente en la jugada. Así como en la eliminatoria previa el penal del triunfo ante Toluca fue “muy forzado”, por un simple contacto involuntario del tacón del delantero con un defensa. Afortunadamente, los designios de un universo volcado en favorecer al Cruz Azul se alinearon para impedir que el árbitro acudiera a la pantalla a verificar las dos jugadas e invocar el apocalipsis.
Cuando el silbatazo final se escuchó muchos nos sentimos desconcertados. Algo había cambiado, y era claro que cualquier “nueva realidad” producía inquietud. ¿Qué haríamos ahora con un Cruz Azul triunfante? Una pieza ya no estaba en su lugar. En el fondo, creo que todos, hasta los adversarios históricos de La Máquina deseábamos que ganaran, simplemente para saber qué se sentía, y como reconocimiento al mérito de seguir existiendo a pesar de todas las infinitas tragedias griegas que los acompañaron a lo largo de un cuarto de siglo.
La desbordada concentración de aficionados en El Ángel, destruyendo la sana distancia, fue la mejor constancia de que necesitamos nuevos héroes y cualquier motivo para celebrar. Me pareció ver en las fotos del día siguiente a varios fanáticos de otros equipos, festejando el fin del mito. Fue algo así como celebrar que un equipo mexicano había ganado la Copa Libertadores, aunque no fuese el equipo de nuestros amores. Éste era el Milagro Azul, y no la película estrenada en Netflix en increíble sincronización con el evento.
Lo más sorprendente es que el Profe Paulino, cruzazulino consumado que por años sufrió bullying en el club por su irreversible pasión por los cementeros, al que esperaba encontrar eufórico por la victoria… era todo lo contrario. Se le veía cabizbajo y meditabundo, enfadado con la circunstancia de tener que asimilar la victoria. ¿Qué pasó Profe?, ¿por qué esa cara?… ¡debería estar feliz! Si, lo que pasa es que siento que estos cuates como que nos traicionaron. Este equipo no debería ganar, estaba definido por su incapacidad de lograrlo, eso lo hacía grande. De hecho, no se ahora qué va a pasar, nadie me va a seguir molestando por irle a Cruz Azul. ¡No se vale!
Entonces lo supe, lo que duele no es el fracaso, sino la irrelevancia. La victoria está sobrevalorada.
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