Los bostonianos
Un amigo arqueólogo me compartió un texto muy interesante titulado: “Los Bostonians, Yucatán y los primeros rumbos de la arqueología americanista estadounidense, 1875-1894”, escrito por Guillermo Palacios y publicado por el Colegio de México en 2012.
La historia es atrayente ya que habla de los antecesores de la arqueología estadounidense. Una buena definición de arqueólogo es: “El hombre que habla con las piedras”.
Pero antes de la arqueología (como ciencia), los hombres que recorrían el mundo buscando los restos de las civilizaciones antiguas —en Egipto, Grecia o La India— no eran investigadores, eran exploradores. Eran saqueadores. O coleccionistas muy ricos, quienes buscaban las piezas originales de estas culturas.
La investigación realizada por Guillermo Palacios partió de “la ingenua intención de revisar la historia del ‘saqueo’ del Cenote Sagrado de Chichén Itzá, sin medir las consecuencias que vendrían de la propuesta” (Colmex, 2012, p. 107).
Entre 1923 y 1926 estalló el escándalo en Estados Unidos en torno a las exploraciones de Chichén Itzá y particularmente en su Cenote Sagrado.
Hay un personaje singular: Edward H. Thompson, quien fungió como cónsul de Estados unidos en Mérida (1885-1893) y en Progreso (1897-1907). Quien, además de sus funciones diplomáticas, compró la Hacienda de Chichén Itzá en 1894.
En ese tiempo Yucatán era el principal exportador de henequén para todo el mundo, el cual servía para elaborar las cuerdas de los barcos. Y Progreso fue declarado por Benito Juárez el principal puerto de Yucatán, substituyendo el viejo puerto de Sisal.
Pero, regresemos a esta historia.
Dice el texto: “La historia es conocida: el tumulto se fijó en las extracciones que Thompson habría hecho de objetos del fondo del cenote, con ayuda de una primitiva draga, y de su envío clandestino a depósitos estadounidenses, en primer lugar, el Peabody Museum de la Universidad de Harvard” (p. 108).
Todo este asunto se conoció a través de la prensa. El New York Times (NYT) envió a Yucatán a Alma Reed, una joven reportera, para buscar “los avances de los trabajos arqueológicos que llevaban los especialistas de la Carnegie Institution de Washington, comandados por Sylvanus G. Morley, mismos que recién se habían instalado en la Hacienda de Chichén Itzá, propiedad de Thompson” (p. 108).
Thompson le dio una entrevista a la reportera, pensando que nada de las aventuras que narró serían publicadas. Él se describió como un arqueólogo autodidacta. Se refirió a los objetos encontrados en el fondo del cenote que envió a Cambridge. Y mencionó que había muchos más objetos.
La entrevista se publicó en el NYT con un título sugerente: “Human Sacrifices” (Sacrificios Humanos), que mezcló a los saqueadores, apoyados por las universidades gringas, para hacer el descubrimiento más importante en la historia de la arqueología norteamericana.
Existe un libro adicional: “The City of the Sacred Well” (La Ciudad de los Bienes Sagrados), de T.A. Willard, amigo y confidente de Thompson, quien describió con lujo de detalle los trabajos del drenado del cenote.
En él se describen discos de oro, de plata, campanas de oro, discos de cobre, representaciones de dioses, textiles y muchas piezas más que obtuvieron en el Cenote Sagrado.
Desde luego, el gobierno mexicano, ya estaba enterado de todo esto y no podía seguir haciéndose de la vista gorda. “En el segundo semestre de 1926 la PGR (Procuraduría General de la República) acusó formalmente a Thompson y al Peabody Museum de exportación y recepción ilegal de tesoros arqueológicos y confiscó la hacienda” (p. 110).
Pero entre la Revolución mexicana y la Primera Guerra Mundial, el asunto quedó “en espera” por mucho tiempo.
¿Cuánto tiempo tardó México en darse cuenta de los saqueos?
¿En qué otros estados se practicaron?
¿Quiénes fueron los beneficiarios?
Hoy, muchos de estos bienes están en las millonarias casas de Lomas de Chapultepec, en la capital y en el Paseo Montejo o La Ceiba en Mérida.
Ahí siguen y seguirán indefinidamente.
¿De quién son las pirámides?
Chichén Itzá tiene un dueño: la familia Barbachano. Fernando Barbachano Peón compró los terrenos durante los años 20 del siglo pasado —antes de que existiera el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia)— a varias familias yucatecas y extranjeras, incluida la de Thompson, quien había comprado esa propiedad por 75 dólares.
La familia Barbachano tiene una larga historia entre las familias yucatecas más distinguidas.
Las pirámides estaban ahí. Eran, en ese tiempo, un montón de rocas apiladas a las que la gente les daba muy poca importancia.
La familia Barbachano construyó hoteles ahí, entre ellos el Hacienda Chichén Resort y el Mayaland. Este último se anuncia como: “El primero en el mundo dentro de un sitio arqueológico”. El hotel tiene un acceso privado a las pirámides.
Se dice que desde el hotel Mayaland, en la suite, se ve el Observatorio de las pirámides. Las pirámides de Chichén Itzá y de Uxmal están en manos de esta familia.
En México existen más de 39 mil zonas arqueológicas que están ubicadas en terrenos federales, comunales, ejidales o privados.
Sólo 173 están abiertas al público y el gobierno mexicano sólo es dueño de seis: Palenque, Tulum, Teotihuacán, Cacaxtla, Cholula, El Templo Mayor y una parte de Tlatelolco.
De todas formas, Chichén Itzá es un gran negocio… para esta familia.
Uxmal: regalazo al tren
El gobierno federal recuperó un terreno de 2 mil hectáreas cerca de Uxmal, Yucatán, que había sido vendido a “precio de remate” a una empresa, informó el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Dos mil hectáreas en un tramo de sólo 40 kilómetros. Pero se construirán mil 525 kilómetros.
¿Qué otros millones de negocios se realizarán en esta zona? “El turismo va a significar mucho desarrollo en el futuro”, dice AMLO.
Ojalá entienda cómo está ahora… Y los problemas que vendrán.
La Cueva del Delfín
¡Ay septiembre!… Y de la Alarma Sísmica… ¡Ni sus luces!
¡Vientos huracanados!, si no me piden expropiar Xochicalco nos veremos por acá la próxima semana…
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