Desde la convalecencia que me produjo un “mal paso”, he aprovechado el tiempo para revisar algunos aspectos de la vida; utilizar los momentos que antes ocupaba en traslados largos para la introspección, el análisis y –de nueva cuenta– para la revisión histórica y el reencuentro con los orígenes y los cimientos de lo que somos hoy. Dentro de ello, la reflexión política, como parte fundamental de mi vida, ha ocupado gran parte de estos momentos.
Así volví a ver el documental “1994”, en el que se narran los hechos ocurridos en torno a la sucesión presidencial de ese año y que prestan voz a diversas personas que tuvieron participación, directa e indirecta, en ellos. En él se muestra una situación coyuntural en la que el entonces partido gobernante, el Revolucionario Institucional (PRI), vivió los avatares del sisma generado desde los prolegómenos de la elección de 1988 que dieron cuenta del rompimiento de la disciplina monolítica que le caracterizaba y que permitió cohesionar a los grupos políticos y, de este modo, mantenerse en el poder. Esta ruptura permitió que la lucha de facciones al interior del entonces indómito PRI quedaran al descubierto y que se manifestaron más acremente tras el lamentable asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta.

En ese momento de la historia de México, la lucha por el poder dividió al PRI en dos facciones encabezadas por los difuntos Colosio y Manuel Camacho Solís. Dos personas que, objetivamente, hicieron grandes aportes al país y que su legado permanecerá en las páginas de la historia. Ambos, desde el ejercicio del poder y en la vida política de México, sentaron parte de los cimientos de lo que, para bien y para mal, somos hoy.
Dos personas, líderes, con talentos y personalidades muy distintas, pero con un conocido patriotismo y sensibilidad política, dividieron al priísmo de ese entonces y, a la postre, a la clase política nacional en facciones permanentemente. La división se agudizó conforme fue avanzando el tiempo. La mayor parte de los partidarios que protagonizaron esa lucha de facciones, salieron del PRI y se integraron a diversas fuerzas políticas.
Hoy, a más de 26 años de distancia, esta situación parece parte recurrente en el anecdotario histórico-político de México; sin embargo, la lucha entre facciones de los grupos de poder continúa siendo parte del día a día de nuestra realidad. Ideas, visiones e intereses encontrados enmarcan y caracterizan diariamente tanto de las asociaciones como de la clase política en general, con la salvedad que –pareciera– que el diálogo, la negociación y el entendimiento son cada vez más escasos.

Por los registros con los que se cuentan, el año 1994 fue protagonizado políticamente por personas con grandes talentos de negociación en momentos sumamente álgidos de la vida del país. La disposición al diálogo y la capacidad para llegar a acuerdos y entendimientos en pos del bienestar general.
Hoy como ayer la confrontación y la lucha por el poder es un suceso casi natural, generan grupos que parten de puntos, ideas e intereses distantes y confrontados, pero que, en la medida en que avanzan el diálogo y el entendimiento, permiten el encuentro de temas en común que brindan no sólo estabilidad política, sino que permiten una gobernanza en busca de un mejor futuro para México.
@AndresAguileraM