Es muy conocido el hecho de que las personas desconfían en los partidos políticos. El Ranking Mitofsky de 2020 de confianza institucional les da una calificación de 5.3 de 10, siendo el más bajo entre los 19 organismos calificados.[1] Una explicación parcial de esto es que existe un choque frontal entre el diseño institucional de los partidos políticos y la idea de institución como un ente duradero, exacerbado por la cultura política imperante.
Aunque los partidos políticos son una mezcla de lo público y lo privado, siendo que son organizaciones de particulares que deben acreditar su existencia con votos y la certificación de los mismos por la autoridad no dejan de ser instituciones. B.G. Peters señala que uno de sus rasgos primordiales es “que pueda demostrarse su existencia con cierta estabilidad en el tiempo, aunque pueda manifestar cambios”.[2]
Los partidos políticos son paradójicos porque, a pesar de ser instituciones, su diseño es contingente. Si no logran el umbral de votos que se exige de ellos en las elecciones federales que acontecen cada tres años, éstos pierden su registro y entran en un proceso de liquidación.
La forma en cómo están hechos los partidos políticos implica que deben perdurar y actuar de forma análoga a las autoridades. Peters dice que, entre otras cosas, pueden ser “un rasgo estructural de la sociedad en términos formales (un organismo dentro de la burocracia o un marco legal)”.[3] Lo anterior se confirma con la exigencia que tienen de fiscalizar su gasto, transparentar su información y de responder a solicitudes de acceso a la información.

Los partidos son paradójicos porque se les exige el comportamiento de una institución, en el sentido de que deben de actuar de forma confiable y dentro de un marco normativo; sin embargo, deben al mismo tiempo competir con otros para obtener los votos necesarios para mantener su existencia.
Escenarios comunes: se da, por una parte, que los partidos mantienen registro nacional, pero ganan y pierden su registro local, lo que hace difícil su institucionalización en esos ámbitos; por la otra, un partido que pierde el registro a nivel nacional puede subsistir a nivel local como partido si logra en la entidad el registro, pero no existe una forma en cómo pudieran existir y mantener su institucionalidad sin ser partido.
Antes de las diversas reformas que culminaron en la de 2014 (que nos dio el régimen electoral actual), los partidos políticos podían ser agrupaciones políticas nacionales, que recibían financiamiento público para sus actividades, lo cual servía de plataforma para que buscaran consolidarse en un partido. Un ejemplo claro de lo anterior fue Movimiento Ciudadano, en ese entonces Convergencia por la Democracia, logró el registro en 1999.
Hoy en día la figura de las agrupaciones aún existe, pero ya no son plataforma para conformar un partido y los que pierden el registro no regresan a serlo. Esto es importante porque, al liquidarse un partido, se van las personas entrenadas que hacían la fiscalización y transparencia; si dicho partido regresa, no siempre lo hacen con las capacidades institucionales perdidas.

Los procesos de institucionalización, como son la profesionalización de la burocracia partidista, la democracia interna y la transparencia, en parte tienen como lógica el hacer que perdure la institución, el reducir espacios discrecionales y buscar actuaciones consistentes e inspirar confianza.
Sin embargo, los partidos (los más nuevos al menos), por su diseño y ante la incertidumbre de no saber si lograrán el registro en otras elecciones, parecieran tener el incentivo de ser discrecionales y opacos bajo la creencia de que la profesionalización, las actuaciones regulares y las reglas son un lastre o carga competitiva.
Adicionalmente, no existen buenos mecanismos sancionadores que actúen como disuasor, pues las sanciones por transparencia son a la persona y las sanciones a la fiscalización, aunque cuantiosas, se entienden más como un costo para poder actuar de forma irregular. El mejor ejemplo sobre el tema es la forma en cómo el Partido Verde rompió la veda electoral en 2015 y ahora en los comicios de 2021 a través de los influencers.
El diseño contingente de los partidos –no que esto debiera cambiar– genera en sus cúpulas un incentivo perverso para evitar la regularidad y la rendición de cuentas, bajo la premisa de que los hace menos competitivos. Esto se debe en parte a la cultura política mexicana, donde el fin justifica los medios, donde el poder es un atributo personalista, los puestos un recurso y no una responsabilidad; la construcción conjunta se hace con base en la conveniencia y a corto y mediano plazo.
Los partidos actúan de forma discrecional, opaca e irresponsable porque lo ven como una ventaja competitiva al no haber una red de respaldo –regresar a ser agrupación política– que permitan mantener las reglas y el personal que les institucionaliza al poder actuar de forma regular y confiable.

La paradoja es institucional: se exige a los partidos portarse como instituciones duraderas, pero al mismo tiempo tiene incertidumbre sobre su destino el diseño del sistema de partidos; en parte se debe a cómo se han hecho las reglas del juego y también a la cultura política que impera en los mismos. Igual habría un incentivo perverso, si los partidos tuvieran garantizada su existencia continua, pero por otras razones y para otros efectos.
Si se quiere mejorar el sistema de partidos, se debe no solamente cambiar el andamiaje jurídico, sino también la cultura política que replicamos –que dimana en gran parte de un régimen de un solo partido que fue hegemónico por 70 años–.
Existe también una paradoja legislativa: queremos que cambie el sistema de partidos, pero los que tienen el poder de hacer las leyes son representantes electos que militan o fueron propuestos por los mismos.
Cambiar a los partidos es una tarea complicada. Si algo importa dejar claro es que también debe cambiar la cultura política del país para que esto pueda pasar; la definición completa de instituciones que realiza Peters afirma que son un entramado de personas, leyes y valores compartidos;[4] cualquier cambio a las mismas debe hacerse tomando en cuenta todo ese conjunto y no solamente un aspecto.
[1] Staff, “Ranking Mitofsky Confianza en México 2020. Instituciones”, Consulta Mitofsky http://www.consulta.mx/media/k2/items/cache/7b2b58b4b3ed159a5bd6628c70d1383a_XL.jpg.
[2] Peters, B. Guy, El nuevo institucionalismo: la teoría institucional en ciencia política, Gedisa Editorial, 2003.
[3] Ídem.
[4] Ídem.