El amanecer del 7 de julio de 2021 ha oscurecido el registro histórico de la humanidad debido al magnicidio del entonces presidente haitiano Jovenel Moïse y el ataque paralelo a su esposa Martine Moïse, quien se va recuperando satisfactoriamente en el Hospital Jackson Memorial en Florida. De acuerdo con los datos de la policía del país caribeño, el ataque en la residencia de la pareja presidencial fue ejecutado por un comando armado de 28 individuos, de los cuales 17 han sido arrestados, 3 murieron y 8 están “sueltos”.
No cabe duda de que lo acaecido en el país antillano parece una escena sacada de una película de terror que busca crispar y “remecer” los cimientos de la vida democrática misma. Si no miremos, por ejemplo, la convocatoria extraordinaria que ha hecho el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas en este contexto, en aras de consensuar medidas que permitan participar “activamente” para contener el reguero de pólvora del desencanto popular que puede extenderse extraterritorialmente, y lo observamos con el hecho de que la República Dominicana ha cerrado la frontera de 380 kilómetros que comparte con el país vecino para “evitar” la “embestida” humana hacia su territorio y que de hecho ha pedido participar en el cónclave del organismo de la ONU a raíz de tal situación.
Ahora bien, se podría deducir con base a lo observado hasta el momento, en que esta esta “salvaje” operación de asesinato ha sido parte de una conspiración en donde actores de diversa índole se han confabulado con la “complicidad” de la guardia de seguridad del ex dignatario. Al respecto, en declaraciones mediatizadas, Paul Latortue, de la haitiana Universidad de Notre Dame, sostiene: “lo único que puedo decir por el momento es que un presidente que muere asesinado en su cama cuando cuenta con el apoyo de una fuerza de seguridad bien armada, es algo que no puede pasar sin que su fuerza de seguridad sea parte de una conspiración, porque se reporta que ninguno de sus guardias ha muerto”.

Es evidente que estos acontecimientos no hacen más que reafirmar la fragilidad en la que se ha venido construyendo la democracia del país, esto es visible con el hecho de que desde 1986 ha habido una veintena de gobiernos alternado entre figuras militares, presidentes electos o interinos y consejos de ministros o gobiernos de transición.
Por otra parte, lo realmente preocupante es la sedición que se observa en diversas calles del país en donde se hace evidente la polarización y crispación social, producto de la herencia política de todos aquellos problemas que afectan la calidad de vida de la ciudadanía y que a través de los últimos 35 años desde la instauración de la democracia se han venido “posponiendo”; y con ello se elude la gestión integral de los asuntos públicos desde la casa presidencial.

En definitiva, lo sucedido en Haití debe hacernos reflexionar sobre la necesidad de profundizar en la reapropiación humana de principios básicos elementales para el avance de la civilización, tales como: la lealtad, prudencia y el servicio a la patria a través de las diversas posibilidades, mismas que concretamente se han visto impelidas a raíz de la ausencia de estos valores “personificados” en los agentes de seguridad asignados al extinto jefe del Estado haitiano.
Posdata: De acuerdo con la historiadora haitiana Michele Oriol, “Jovenel Moïse es el tercer presidente asesinado en la historia de este país”. Líderes políticos de todo el mundo han condenado el “abominable” acto, entre ellos el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien en el contexto de las conferencias matutinas de prensa subrayó el día del asesinato: “le rendimos un homenaje el pueblo y gobierno de México”; al tiempo informaba que “México tiene programado enviar pronto 150 mil vacunas contra el COVID-19”.
Jovenel Moïse asumió el poder en febrero de 2017 y gobernó por decreto desde enero de 2020 a raíz de la disolución del parlamento.