Con el voto a favor en 9 de las 16 alcaldías de la Ciudad de México (CDMX), la alianza opositora al gobierno local cambia la geografía política de esta mega-urbe: el occidente para los ganadores de la elección y el oriente, para los otros. Es claro que la nueva convivencia democrática en esta capital, pasa por abandonar el discurso peligrosamente clasista y excluyente, que caracteriza a los vecinos del oriente de “no pagar impuestos”, y a los del occidente, de ser “gente bien” que consume bienes trasnacionales.
Al contrastar qué sucede en la organización socio-espacial contemporánea, descubrimos capitales con poblaciones desintegradas por dramáticas circunstancias políticas que peligrosamente se multiplican. En Washington, capital de la superpotencia militar mundial, hace sólo cinco meses debió desplegarse la Guardia Nacional para garantizar la seguridad social tras la acometida de los seguidores del provocador Donald Trump que alegaba fraude electoral.
Esa alarmante demostración de fuerza de un importante sector social, confirmó la profunda división de la sociedad estadounidense. Por ello académicos como Xabier Fole, profesor de la Universidad de Georgetown, han exhortado al nuevo gobierno demócrata a conciliar con esos republicanos.

Otro drama de separación social, que silencian los grandes medios, sucede hace varias décadas en el Mediterráneo oriental. Es la ocupación del norte de Chipre, la bella isla del Mediterráneo donde, según la mitología, nació la diosa Venus.
En 1974, tropas turcas invadieron esa isla y llegaron a Nicosia su capital. Hasta hoy sigue dividida entre el ocupante y los grecochipriotas, que ven con resignación sus casas, mercados y escuelas a través de trincheras con alambres de púas y muros de madera y piedra, mientras esperan una solución pacífica de la Comunidad Internacional.
¿Y qué decir de Belfast, capital de Irlanda del Norte y cuyos habitantes sufrieron el devastador conflicto con Reino Unido? Aún hoy, graffitis y banderas marcan las zonas que con muros levantó el Ejército británico en 1969 para segregar los barrios de la clase trabajadora norirlandesa, según sus afinidades políticas (republicanos o unionistas).
Desde 2019 la populosa y cosmopolita Región Administrativa Especial de Hong Kong –que integra la República Popular de China luego que en 1997 recuperó su soberanía de manos británicas–, escenifica masivas protestas de jóvenes y sectores de clase media alta contra la Ley de Extradición a Beijing.

Los líderes han elegido la zona bancaria y hotelera de esa giga-ciudad para realizar sus protestas y performances y así atraer la atención de medios internacionales. Ante tal presión, el gobierno del presidente Xi Jinping retiró la ley, si bien advirtió que la independencia de esa región es impensable.
Sin embargo, la percepción de esa crisis dividió a los hongkoneses entre opositores y partidarios de Beijing. Los primeros, admiten: “Era necesario asaltar el Parlamento, que no nos representa. Pero no somos violentos”. Y los segundos –habitantes de la periferia y antiguos comerciantes reunidos en el parque Tamar, cercano al Parlamento–, reprochan a los manifestantes que se dejaron llevar por los extranjeros.
Quizás los lectores no imaginarían que Nueva York, paradigma de las mega-urbes donde conviven idílicamente multimillonarios y bohemios, armonizados por un clima de diversidad étnica y libertad cultural, sea en realidad una metrópoli de exclusión.
En esa isla, adquirida en 1626 por los holandeses a los indígenas por 25 dólares, se acentúan cada vez más la desigualdad y la segregación racial. El sector financiero, los rascacielos y lujosas tiendas de la Fifth Avenue, concentran una riqueza 40 veces mayor a la quinta parte más pobre, según el Censo de 2010.

En la Gran Manzana residen, invisibles para la mayoría de habitantes y forasteros, más de 60,410 hombres y mujeres sin techo, informa la Coalición para Personas sin Techo. Ellos fueron objetivo letal de la pandemia y su precariedad y vulnerabilidad quedó a la vista tras el cierre de negocios por el confinamiento, denuncian voluntarios del grupo Ángeles de la Guardia.
También intelectuales, artistas y escritores han emigrado de Manhattan, hacia Williamsburg o Greenpoint, por efectos del proceso de gentrificación (expulsión de personas pobres de sus barrios para que los ocupen quienes tienen más recursos), describió el maestro de diseño Ignacio Urbina a BBC.
Lo mismo sucede en Brooklyn, que por décadas recibió a inmigrantes judíos y donde pasó su niñez el senador demócrata Bernie Sanders. Esa presión inmobiliaria, que se extiende a Harlem o el Bronx, deja atrás a una sociedad decepcionada con la mega-ciudad. Hacemos votos porque en el futuro próximo no hablemos de fragmentación y sí de cooperación.

El antagonismo socio-político, derivado de la crisis por las oleadas de inmigrantes llegó a la ciudad francesa de Calais. En 2017 la presión de los sectores más conservadores llevó a las autoridades a construir un muro de cemento y hierro de casi cuatro metros de altura que se extiende por más de un kilómetro.
El objetivo: inhibir el ingreso de inmigrantes que huyen de conflictos en sus países de origen, nacidos por la lucha para controlar los recursos estratégicos que ahí se extraen y que mantienen el nivel de vida de Occidente. “El muro avergüenza a la Unión Europea”, reprocha gran parte de los habitantes de esa hermosa urbe fronteriza.
Desafortunadamente, existen otras ciudades separadas por muros de clase como París y sus banlieues. Para muchos, esos conjuntos habitacionales de fea arquitectura y añejo abandono, que la visión discriminadora y paranoica de unos políticos califica de ser “semilleros” de narcotraficantes y yihadistas; mientras para urbanistas y analistas son ghettos donde el avance social es casi imposible.
Eso viven miles de jóvenes musulmanes y norafricanos en el complejo Grigny 2, en Trappes o Drancy, residencia de trabajadores inmigrantes y donde en 2005 estallaron disturbios por el abandono social del Estado, pero que se atribuyó a la “guerra de bandas”.
Brillante artículo que invita a una reflexión profunda.
Me dio escalofríos la perspectiva. Muy buena reflexión
Conforme avanzaba en la lectura, mí proceso de negación se activó de inmediato, en “en CDMX la situación es más simple, solo un voto de irracional castigo, no, no, la cosa es más simple acá…” Lo cierto es que el asunto no es meramente coyuntural como lo hice creer, tiene que ver con que la forma de ser y hablar del presidente, ha exacerbado lo que bien dice la autora, un clasismo que solo evidencia el miedo a no ser reconocido como “güerito privilegiado” ¿cómo seguir siéndolo si para vacunarme tengo que formarme junto al señor del puesto de tamales?” Eso, junto a muchas otras evidencias de que la política actual sí tiene de fondo el “por el bien de todos, primero los pobres” lanzo a las urnas a muchos que solían dejar que el sistema de compra de votos hiciera lo suyo, pero no solo a ellos, otros que en tertulias de cafecitos de la Condesa o Polanco solían declararse de izquierda porque eso era “cool”, hoy no saben cómo ser de izquierda con un prejidente que le bajó el sueldo a su cuate que trabaja en gobierno. Ahí está parte del voto que llevó al desastre a la Morena capitalina, otro tanto está en la soberbia y confianza (que en este caso son lo mismo) de dirigentes del partido.
Extraordinario artículo, nos invita a reflexionar sobre las importancia de fomentar la unidad en nuestra sociedad, hoy muy dividida y polarizada