Las exitosas sondas Voyager lanzadas al espacio en 1977 cuya misión fue analizar los grandes planetas y algunos de los cientos de satélites del Sistema Solar, no han dejado de enviar datos a la Tierra. A partir de 2004 la sonda Voyager 1 llegó a la “orilla” de nuestro Sistema Solar y en 2007 la Voyager 2, las cuales han logrado observar los objetos que gravitan alrededor del Sol desde el exterior; descubierto nuestro conjunto, está rodeado de gas turbulento ionizado que colisiona contra los gases provenientes de vientos estelares de astros vecinos. Ahora la sonda IBEX de la NASA complementa los datos sobre la frontera del Sistema Solar.
Hace siglos se pensaba que el Sistema Solar consistía en un mundo, la Tierra, en torno a la cual giraban el Sol y los planetas, y las estrellas formaban parte de la bóveda celeste. Más tarde esta idea cambió, no sólo nuestra estrella estaba en el centro del Sistema, sino que se descubrieron nuevos planetas, satélites y asteroides. Con el tiempo se llegó a la conclusión de que existía un anillo de cuerpos menores más o menos a la distancia de Plutón y más allá núcleos de cometas distribuidos en forma esférica alrededor del sistema planetario.
Poco a poco se analizó el viento del Sol, producto de la evaporación de nuestra estrella. Se descubrió cuando se observó que las colas de los cometas siempre apuntan en dirección contraria al Sol, su viento los arrastra. Se trata de un gas ionizado que avanza por el medio interplanetario a 400 km/s guiado por el campo magnético solar. A partir de entonces se llegó a la conclusión de que el límite del Sistema Solar se encontraba en las fronteras producidas por la interacción de los vientos solares del Sol y de las estrellas vecinas.
Ahora las sondas viajero han traspasado la frontera entre el viento del Sol y el de las estrellas más cercanas, se trata de una zona turbulenta donde interactúan los distintos vientos estelares.
Muy de vez en cuando tenemos información directa de objetos que provienen fuera del Sistema Solar y que podemos analizar porque se acercan a nuestra vecindad, como es el caso de algunos asteroides.
La intensidad de los vientos depende del tipo de estrellas. Por ejemplo, los vientos que originan las explosiones estelares como las supernovas, viajan a 30,000 km/s. El viento solar en comparación es tenue, además no incide directamente sobre la Tierra, pues el campo magnético de nuestro mundo lo desvía. En cambio, algunas de las estrellas enanas rojas, las más abundantes y cercanas a la Tierra, poseen campos magnéticos mucho más intensos que el del Sol, y producen tormentas eléctricas miles de veces más poderosas que la de nuestra estrella.
Si las estrellas enanas rojas tuvieran planetas en la zona habitable –sitios donde pudiese existir agua líquida–, no se podría desarrollar la vida como la conocemos, a menos que tuviesen campos magnéticos mucho más energéticos que el terrestre capaz de desviar el letal viento estelar. Si los planetas no tuvieran campos magnéticos de las estrellas, incidirían de manera directa en la superficie, dañando seriamente la evolución de la vida, tal y como la conocemos.
En ese sentido, dado que la Luna y Marte no poseen campos magnéticos fuertes, el viento del Sol puede dañar a los astronautas, por lo que las estaciones espaciales deberán estar bien protegidas.
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