Privacidad y geolocalización, la ilusión de ser ilocalizable
Antonio Tenorio

Innovación, Tecnología y Sociedad

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Hoy, se sabe, la tecnología de rastreo, y ya no hablemos de la de reconocimiento facial, está siendo utilizada de un modo cada vez más amplio.

Imagen: The New York Times.
Imagen: The New York Times.

Lectura: ( Palabras)

Sea tal vez el individuo, la noción de sujeto, el legado mayor de la época moderna. Sea quizá, también, lo que el tiempo nuestro coloca sobre territorios de cada vez mayor riesgo.

Si Habermas, desde aquel discurso legendario de 1980 en el que declaró a la modernidad “un proyecto inacabado”, ha juzgado con igual asertividad a lo moderno como aquello que puede tener conciencia de sí, es esta conciencia de sí mismo, nada menos, lo que distingue a este proyecto de la historia humana.

Del mismo modo que tal conciencia no puede descansar sino en el pilar de la noción de individuo. Y con él, con ese sujeto como construcción ideática, se asientan las expresiones que le son consustanciales.

La lectura en silencio y a solas, la escritura como protección de ese yo que se niega o reafirma, el arte como instancia de mismidad ante la circunstancia vital que como humanos nos iguala, se afianzan y expanden bajo la égida de la unicidad.

Privado, así, suscitará dos vías para su entendimiento cabal. Por un lado, privado se torna aquello de lo que se priva a todos los individuos y se reserva a uno o unos cuantos.

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Imagen: El Economista.

Mas, privado es también aquello de lo que, en el horizonte del proyecto moderno, al menos, no podía ser sustraído del sujeto sin atentar contra la naturaleza completa de éste.

En este segundo caso, lo privado reflejaba la privación, no dirigida al individuo, sino impuesta al Estado y otras corporaciones, respecto al derecho de todos, todas, de constituir en su interior un mundo (de lo) privado.

Privacidad, y aún más, intimidad, son nociones, así, férreamente atadas de una vez y para siempre a la propia noción de individuo.

El acotamiento, la redimensión o el franco atentado al mundo (de lo) privado está dirigido, en su versión extensa, a la disolución misma del sujeto y su derecho a ser.

No es poco lo que se juega entonces.

Una sociedad en la que la mitad espía a la otra mitad, tal como lo retrata La vida de los otros, lejos de diluirse muta en formas asociadas con la tecnología digital.

Como si en lugar de que ocurriese la supresión de la práctica de arrebatar a los sujetos su derecho a lo privado, al secreto, lo que se hubiese suprimido en buena medida fuera la molestia de contar con delatores humanos.

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Imagen: The New York Times.

El registro de las vidas (privadas) ajenas no está más en manos de ningún anodino colaborador de Stasi, ninguna para dejar esa tarea a los ojos sin ojos de los instrumentos de geolocalización.

En días recientes, el inteligente newsletter que publica el diario El País sobre tecnología, hacía referencia al caso del secretario de la Conferencia episcopal de Estados Unidos cuya vida no declarada fue expuesta y él defenestrado.

“El sacerdote, Jeffrey Burrill, cuenta Jordi Pérez Colomé, tuvo que dimitir porque datos extraídos de una app de citas gay indicaban que había tenido numerosos encuentros sexuales y visitado saunas gay desde 2018”.

Es cierto, Burril se encontraba en una posición en la que, además del debido voto de castidad que los sacerdotes católicos hacen, tenía bajo su responsabilidad resolver los escándalos de la iglesia católica en Estados Unidos.

Pero más allá de lo propiamente religioso y sus no pocas sinuosidades, el mismo Pérez Colomé alertaba sobre las implicaciones “masivas e inimaginables” que el caso podría traer consigo.

Jordi Pérez Colomé
Jordi Pérez Colomé (Imagen: Fundación Gabo).

La explotación de esta tecnología plantea todas las distopías posibles. Hasta ahora, era difícil de imaginar quién la usaría y, sobre todo, lo haría público. Como suele ocurrir, el primer caso es un uso “bueno”: desenmascarar a alguien que hace trampas…. Pero la pendiente es resbaladiza: el uso más sencillo es el chantaje privado”, dice el columnista de El País.

Hoy, se sabe, la tecnología de rastreo, y ya no hablemos de la de reconocimiento facial, está siendo utilizada de un modo cada vez más amplio.

En la actualidad, son empresas de marketing las que principalmente se valen de la geolocalización para hacer publicidad personalizada.

Sería ingenuo, como bien apunta Pérez Colomé, creer que ahí terminará todo. Empresas como Facebook usan ya la geolocalización para saber, por ejemplo, si sus colaboradores se han reunido con periodistas.

Años atrás, publicada a fines de mayo de 1985 en Buenos Aires, en una de las conversaciones que Kundera tuvo con Philip Roth, ya el autor La broma, advertía cómo “la evolución del mundo moderno es hostil a la vida íntima en todas partes”.

Milan Kundera y Philip Roth
Milan Kundera y Philip Roth (Imagen: El Cultural)

Frente a lo privado, señalaba Kundera en aquel entonces, “hay incluso algo más precioso, que el hombre moderno ha convertido en su especialidad: la vida íntima. La vida íntima es una creación de la Europa de los últimos cuatrocientos años.”

Lo secreto, lo íntimo, lo personal de cada uno, sostiene Kundera, inviolable, es la base de la propia originalidad.

Para luego confiarle a Roth: “Cuando era un niño solía soñar con un ungüento milagroso que me hiciese invisible. Después llegué a adulto, comencé a escribir y quería hacerme famoso y tener éxito. Ahora soy famoso y quisiera tener el ungüento que me hiciera invisible”.

Ilocalizable.

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Una respuesta a “Privacidad y geolocalización, la ilusión de ser ilocalizable”

  1. Lo privado dejó de existir para dar lugar a una vida pública que la más de las veces reconoce individuos construidos para ser reconocidos y que son una versión idealizada de sus creadores dando lugar a un tercer “yo” que creo no contemplado por ninguna vertiente psicológica aún; abriendo también la puerta a la invasión de la privacidad.

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