Segundo llamado a la emancipación
Su historia no se remonta al periodo de la divulgación masiva de los impresos gracias al invento de Johannes Gutenberg, sino a años después. Su desarrollo está estrechamente vinculado al de la alfabetización en el mundo moderno y la curiosidad por saber y compartir. Ocasionales, journals, Zeitungen, diarios, avisos o gacetas, la prensa se caracterizó por salir regularmente (de modo anual, mensual, quincenal o diario, cuando se podía) para informar no sólo en cuestiones de interés práctico, sino para formar una opinión pública (Mona Ozouf, “Public Opinion at the End of the Old Regime” The Journal of Modern History, vol. 60, sept. 1988). Estos papeles regulares siempre persiguieron la intención de formar e informar y se convirtieron en vehículos de propaganda entre la escasa comunidad de lectores. La socialización de sus contenidos permitía, asimismo, una democratización del saber, pues los no lectores se congregaban en torno a los alfabetizados para que las noticias de la gaceta se leyeran en voz alta. Los cultivadores del género fueron llamados, en el mundo hispánico, gacetilleros, periodistas o folletistas. Des savants, los sapientes, conformaban la comunidad productora de opinión en torno a los nuevos conocimientos y gestaron una palestra pública que recogía la opinión y formaba otra mediante el ejercicio de la crítica.
Desde el inicio de las publicaciones periódicas en la modernidad, comenzó a gestarse un sentido de “oposición democrática” como se caracteriza al trabajo de don Jerónimo de Barrionuevo en el siglo XVII (véase la edición en línea de los Avisos https://archive.org/details/avisos1654165801barruoft/page/n25); en estas publicaciones, se construye complicidad, redes de comercio ideológico, la voluntad de compartir, en pocas palabras, una república de las letras. Así, con esa vocación divulgadora y crítica, nació la prensa. Su desarrollo dio pie a la socialización de los avances científicos, canalizó opiniones políticas y dio lugar a los “publicistas” quienes, lejos del concepto contemporáneo, producían crítica a favor o en contra de agentes políticos concretos.
Hayden White, en su Metahistoria, abunda en las figuras retóricas y en las formas de escritura cultivadas en diversos momentos históricos. La modernidad eligió la crítica y la sátira como figuras de expresión. Esto quiere decir que un ejercicio crítico de las instituciones y de la vida pública es, no sólo propio y necesario en la modernidad, sino “obligado”. El trabajo de divulgación de ideas y el del intelectual no pueden ser complacientes. La ironía implica una forma avanzada de conceptualización histórica: la crítica por la crítica no tiene ningún sentido, sino que se ejerce con la intención de forjar opinión, someter a un análisis pormenorizado a la realidad y de gestar cambios, en un régimen en el que se ha abandonado la esperanza en que una entidad metahistórica corrija las cosas. No hay dios, no hay una voluntad por sobre los hombres: hay un quehacer humano que está constantemente sometido a evaluación por parte de otros. Incluso el dictum “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie” conlleva la idea de una entidad –la ley– que no actúa per se, sino que es producto del quehacer, del análisis y del consenso humano.
Recientemente, en sus “mañaneras”, el presidente López Obrador sometió a cuestionamientos faltos de argumentación a algunos medios como El Reforma y la revista Proceso. Contra el primero embistió con un argumento de persona, es decir, desde las vísceras (no aludiré aquí al “mal gusto” con que se levantó su “palacio”). Se desató un alud de respuestas y objeciones, desde la misma conferencia de prensa y a posteriori. El intercambio de palabras que se llevó a cabo entre el reportero de Proceso y el presidente evidenció algo muy alarmante desde el punto de vista del desarrollo de la democracia (véase https://www.milenio.com/politica/amlo-critica-revista-proceso-rafael-rodriguez-castaneda-responde). “No es papel de los periodistas portarse bien”, es decir, lanzar comentarios halagüeños al régimen simplemente porque se siente “de transformación”. La realidad es que el papel de los medios de información es eso: favorecer la formación de una opinión crítica y argumentada, no seguir corrientes ni lanzar guayabazos. Pero eso no siempre gusta. Quienes se encuentran en el poder, si bien desean el florecimiento de una sociedad crítica, deben estar conscientes de que hay intercambio que implica argumentación. En el origen de la prensa de la modernidad está el germen de la condición ilustrada, de la que Immanuel Kant en Was ist Aufklärung? hace gala en su respuesta a la pregunta “¿Qué es la Ilustración?”. En 1784, ante la provocación del Berlinische Monatschrift y meses después de la elaboración de Moses Mendelssohnn, Kant se hace eco de la frase y el concepto horaciano Sapere aude! (¡Atrévete a saber!), el cual implica plantearse preguntas y responderlas sin ayuda de una entidad metahistórica o política paternalista, es decir, pensar por uno mismo. No hay Deus ex machina, es decir, no hay nadie fuera de la propia comunidad que resuelva mágicamente los problemas o que aporte fórmulas deseables para los oídos de quien ocupa el poder. Eso quiere decir que la prensa ilustrada exhorta a servirse del propio entendimiento para valorar críticamente la realidad y evaluar a las instituciones públicas encargadas de la conducción de la sociedad. Parece que el presidente ignora esta condición. Éste es un segundo llamado a la emancipación. Resistencia. Sapere aude! Larga vida a la prensa libre y crítica.
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