La agricultura urbana, desde hace años, ha demostrado ser una alternativa a la autosuficiencia alimentaria principalmente en épocas de crisis y, además, coadyuva a la mitigación del calentamiento global.
La pandemia por COVID-19 –que en México empezó el 28 de febrero de 2020‒, detonó el temor de un potencial desabasto de alimentos que, si bien el campo mexicano nunca se detuvo, sí hubo un incremento significado en los precios de los productos que golpeó la débil economía de la población.
Cabe recordar que la industria alimentaria fue considerada por las autoridades como esencial durante los momentos más críticos por la contingencia sanitaria.
Durante esos meses de crisis sanitaria del año pasado, se veía por las calles de la zona sur de la Ciudad de México a ejidatarios de Xochimilco y Milpa Alta ofreciendo su producción de hortalizas, de buena calidad y a precios más accesibles en relación a los supermercados. Esta labor de los ejidatarios fue de gran ayuda para cientos de familias que no podían desplazarse para comprar alimentos, ellos se ofrecían llevarlo a sus domicilios y para ello brindan sus números telefónicos.
Hubo familias que extrañaban no tener al alcance un huerto urbano para lograr la autosuficiencia alimentaria.
Hace 12 años, en la Ciudad de México se impulsó con fuerza esta iniciativa de huertos urbanos y se sumaron vecinos, maestros, alumnos, empresarios, comerciantes y hasta reos en varios penales, pero como el proyecto se incubó en la esfera de gobierno era finito y con el cambio de administración el plan perdió fuerza y en muchos sectores hasta interés.
A esta iniciativa se le conoció como Círculo Verde. Fue creada en febrero de 2009 por la entonces Comisión para la Gestión Integral de los Residuos Sólidos de la Ciudad de México (durante el gobierno de Marcelo Ebrard), y el objetivo central era cerrar el ciclo de los desechos orgánicos para que, en vez de que se vayan a los rellenos sanitarios o la composta en general, se queden en el sitio donde fueron generados y coadyuven a crear composta para los huertos urbanos.
No sólo se trató de un plan de gobierno, sino de un esfuerzo en que fueron escuchadas las propuestas de organizaciones ambientalistas para aprovechar los desechos orgánicos que se generaban en las viviendas, comercios y escuelas, entre otros, y prepararlas como abono para la producción de alimentos en las localidades, y de esta forma integrar un plan de autosuficiencia alimentaria a gran escala y que sirviera de modelo para todo el país.
Este proyecto de Círculo Verde lo robusteció la desaparecida Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades ‒Sederec, hoy Secretaría de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes‒, y entonces se proyectaron 82 iniciativas de huertos urbanos en 15 alcaldías (excepto Iztacalco) y se fomentó la producción de hortalizas en áreas comunes de las unidades habitacionales, escuelas, internados y hasta en reclusorios.
También la Procuraduría Social (Prosoc) ayudó a mapear a todas las unidades habitacionales de la Ciudad de México, y a detectar las redes vecinales para que el plan permeara en las comunidades.
Entre 2009 y 2012 la agricultura urbana tomó fuerza y sumó a diversos actores sociales. En lo particular, conocí proyectos en las unidades habitacionales, barrios y escuelas, que, con asesoría de técnicos mexicanos y cubanos, lograron consolidar sus huertos.
En el primer año de operación de la iniciativa verde, en 2010, el resultado fue la producción de más de 3 toneladas de cultivos diversos y al cierre de gobierno, en 2012, la cifra alcanzaba 30 toneladas de alimentos generados en huertos urbanos; la mayor parte fue para autoconsumo, y el resto para comercialización.
La iniciativa de huertos urbanos fue un programa abierto a través de convocatorias, y las organizaciones o vecinos inscribían su proyecto en la entonces Sederec, la cual evaluaba cada plan y de resultar aprobado destinaba el apoyo económico (que para ello contaba con un presupuesto de 8 millones de pesos), así como la asesoría técnica correspondiente.
Por ejemplo, en 2010, los vecinos de la Unidad Plateros recibieron 75 mil 200 pesos para crear tres huertos, un pequeño invernadero, así como para la adquisición de la semilla y del equipo de jardinería, y con ello lograron tener a su alcance los alimentos sin tener que salir de su espacio habitacional. Los cultivos han sido de ejote, rábano, pepino, zanahoria, espinaca, acelga, chícharo, jitomate, tomate, jícama, ajenjo, yerbabuena, cilantro y epazote. La producción se destina al autoconsumo.
Otro caso, es el Huerto Tlatelolco, el cual no sólo tuvo un enfoque de autosuficiencia alimentaria, sino que también permitió crear una comunidad con vínculos de colaboración con los vecinos de la zona, quienes participan en la generación de composta, cultivo y cosecha de vegetales y plantas. Además, se realizan actividades educativas para escuelas.
Las autoridades e ingenieros agrónomos le daban seguimiento a la conformación de los grupos y a sus necesidades de producción de alimentos, ya que había casos que, a partir de la iniciativa de una familia independiente, se iban sumando los vecinos a esta cultura de los huertos urbanos.
Este tipo de actividades se empezó a multiplicar en azoteas, traspatios, áreas comunes de las unidades habitacionales, en internados, escuelas primarias y secundarias, y en los reclusorios Oriente, Cárcel de Mujeres y Tepepan.
El entonces gobierno de Ebrard estableció un convenio de colaboración y asistencia técnica con el gobierno de Cuba, y cada 3 meses venían a la Ciudad de México tres técnicos cubanos a asesorar a la gente que ya tenían en marcha huerto en la azotea o en el patio.
También la Sederec contaba con una planta de ingenieros agrónomos mexicanos quienes también brindaban asesoría permanente al programa.
En 1987 el gobierno cubano instauró el programa de agricultura urbana en la isla como una forma de generar autosuficiencia alimentaria en las comunidades a través de huertos familiares, de autoconsumos estatales, organopónicos populares y consultorios agrícolas. Este modelo permitió el autoconsumo y la comercialización de la producción, y generó un aprovechamiento sistemático de los espacios urbanos, los cuales a la fecha abarcan más de 2,500 hectáreas.
Hubo mucha sinergia entre los expertos mexicanos y cubanos para fortalecer este esquema alimentaria que pudiera sortear cualquier crisis, como la de una pandemia.
Si bien el concepto de huerto urbano resultaba atrayente, tenía su nivel de complejidad, ya que primero se debía convencer a las personas a realizar la correcta separación de desechos sólidos, y con ello dejar de generar altos volúmenes de basura. Y ahí había muchas resistencias por los malos hábitos.
Desde julio de 2017 entró en vigor la Norma 24 que establece medidas para la correcta separación de los desechos urbanos, pero aún persisten esos malos hábitos de un amplio segmento de la población que lo sigue haciendo de manera desordenada.
Es importante subrayar que lo loable del plan Círculo Verde fue impulsar la separación de los desechos desde los hogares o los sitios donde se genera. Y quienes se interesaban por los huertos urbanos inmediatamente empezaban a aprovechar los desechos orgánicos para crear abono para cultivar y sembrar, y con ello creaban un círculo de sustentabilidad.
Con y sin pandemia, la agricultura urbana es una opción de autosuficiencia alimentaria. Aún existen casos exitosos de huertos urbanos que bien merecen integrarlos a un gran programa nacional de jardines orgánicos.
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